El tuit del pájaro difunto

En octubre de 2022, Elon Musk decidió eliminar a ese pajarito azul cotilla y vanidoso, y ahora lo que tengo en el ojo es como la incógnita de una ecuación

Lola Sanisidro

Soy maestra jubilada, es decir maestra. Me incorporé a CCOO con 22 años. Durante unos años me dediqué al sindicato de enseñanza a tiempo completo y también colaborando en la secretaria de la mujer y en migraciones. Concejal en Puerto Real por Izquierda Unida durante tres periodos en el equipo de José Antonio Barroso

Foto de Twitter.
Foto de Twitter.

Se me ha metido un tuit en el ojo y no sé cómo sacármelo. Por más que me lo limpie con imágenes frescas recién traídas de los manantiales, me aplique colirios de Van Gogh, o trate de ahogarlo con una infusión de manzanilla de Sanlúcar, el tuit nada que nada, y nada.

En octubre de 2022, Elon Musk decidió eliminar a ese pajarito azul cotilla y vanidoso, y ahora lo que tengo en el ojo es como la incógnita de una ecuación, una cicatriz que me sigue trinando en la cabeza y me la llena de dudas, mentiras y pensamientos simples. El supermillonario ya nos anunció que era una red no para usarla sino para vivir en ella. Y aquí estamos con nuestras vidas atrapadas en una red de concertinas, bailando como zombis al ritmo del tuit del pájaro difunto.

Volviendo a lo del ojo, debe ser eso que llaman un software malicioso, lo que viene a ser una mentira de toda la vida que cuanto más la desmientes, más se crece, más se expande ¡desmiente, que algo queda!  Que cuando la verdad despertó, la mentira ya estaba allí instalada sobre sus posaderas de dinosaurio.

Este software malicioso es inmune al bálsamo de la razón, es casi imposible encontrar en él un camino, una ruta, un router, hacia la información veraz. No hay cortafuegos suficientes que puedan pararle los pies a esta invasión de mentiras que afloran como setas desde los subterráneos de la red. 

Decía Mao Tse Tung que una sola chispa puede incendiar la pradera, debe ser cierto porque, en carrera sin tregua a la versión más cutre de la comunicación humana, la mentira simple y descarnada de cualquier zascandil incompetente y resentido -ahora se les llama troll- puede incendiar la redes. 

Echo de menos aquellos trolls de la mitología escandinava que vivían en cuevas o debajo de los puentes y que, si bien es sabido que causaban daños y odiaban el contacto humano, por lo menos eran lentos y vulnerables a la luz del sol.

Tengo un tuit de tractores rojigualdas y verdosos en el ojo, una X derechosa en la pupila, un TikTok de neonazis me golpea las sienes, unos youtubers me hurgan el bolsillo desde lejos y unos phishing se apropian de mis datos personales. Y todos ellos tienen algo en común: la toma por asalto y posterior destrucción de los principios de la honestidad y la convivencia.

Duele pensar que toda esa tecnología, toda esa muestra de la capacidad de creación humana que puede abrirnos el paso a la comunicación y al conocimiento, esa poderosa herramienta para democratizar el saber, todo eso, se nos convierta en un puñado arena en los ojos y nos impida una mirada limpia.

La ciencia y la tecnología nos permiten avanzar, pero el hecho de que la ciencia y la tecnología estén en las manos propietarios omnipotentes y sin control social nos hace retroceder como seres humanos. No se trata solo de que con ese dominio obtengan beneficios obscenos, es que saben que están creando una sociedad aberrante, de individuos falsamente conectados pero aislados, sospechosos y sospechantes, una factoría de malicia en el paraíso del anonimato. 

Quiero pensar que esta forma de hacer caerá como caen los imperios, por saturación. Mientras tanto trataré de quitarme la X que el pajarito me ha dejado en el ojo. Mientras espero sentada, un amigo escritor (de libros) me ha traído un frasquito de conversación que alivia mucho.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído