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Con la llegada del nuevo año ha vuelto “el hombre”, tal como rezaba aquel anuncio publicitario de una colonia hace ya unos años. Y nunca mejor dicho lo de rezaba porque los tres hombres a los que me quiero referir son hombres de rezo y de comunión diaria, dos de ellos porque en lo de rezar les va el sueldo y el tercero porque siempre le gustó aquello de a Dios rogando y con el mazo dando.

Nuestros tres personajes no son otros que un obispo, Romá Casanova, titular de la diócesis de Vic; un arzobispo, Antonio Cañizares, que lo es de Valencia; y un expresidente, José María Aznar, que lo fue de todas las Españas, peninsular e insular, aunque en los últimos años haya preferido la isla de la FAES que viene a ser como las Seychelles de la política para los jarrones chinos de la derecha española.

Y desde aquí, desde ese paradisíaco observatorio de la política española, es desde donde Aznar ha decidido iniciar la reconquista de la España más casposa convirtiendo FAES en su particular Covadonga y erigiéndose él mismo en un renovado Don Pelayo dispuesto a acabar con los atrevimientos centristas del sin par Mariano Rajoy, esa especie de Munuza que gobernaba allá por el año 700 los predios norteños de Al-Andalus.

Si ya los meses finales del año que acaba de terminar fueron testigos del derecho a la autodeterminación de FAES con Aznar a la cabeza, convertida esta en ariete contra el marianismo y su enfermedad infantil, el sorayismo, ahora, en los inicios del nuevo año Jose Mari proclama su independencia política anunciando un conclave en el que en compañía de otras glorias pasadas de la derecha más rancia, léase Piqué y Ruiz Gallardón, pretende proclamar su nuevo ideario para la sociedad española cuya vida guarde Dios muchos años y muy a su pesar.

Pero esta reentré política de lo antiguo tras la Nochevieja ha tenido la inestimable colaboración de algunos miembros destacados de la jerarquía eclesiástica española que hacen oídos sordos a las buenas intenciones del Papa Francisco y siguen a su bola como si en Roma no hubiera pasado nada. Me refiero a Casanova, apellido contradictorio para un ejercicio ministerial como el obispado de Vic, y Cañizares, ese viejo rockero de la intransigencia doctrinal y que ahora apacienta a sus ovejas desde el arzobispado de Valencia tras una larga vida consagrada a la defensa de posiciones ultraconservadoras.

El obispo de Vic, uno de los buques insignias del sentimiento independentista catalán, no él mismo sino la ciudad sede de su obispado, ha desenterrado el hacha de guerra contra la ley del aborto en un claro ejercicio de ministerio sacerdotal a destiempo al tiempo que ha requerido a los padres para que no demoren el bautismo de sus hijos bajo el pretexto de que los propios niños elijan cuando sean mayores. Muy mal debe irle al señor obispo con la estadística bautismal como para utilizar la pastoral dominical tan a la desesperada, y para colmo las fuerzas del independentismo militante se la han querido jugar intentando convertir el acto más preciado para los pequeños, la cabalgata de los Reyes Magos, en una jornada de lucha con la estelada como disfraz.

Y también don Antonio ha dejado por unos días su noble condición de “célula durmiente” del integrismo nacionalcatolicista para desempolvar sus estandartes y lanzarse a una nueva cruzada de esas a las que nos tenía acostumbrados antes de ser empujado a la España periférica por los nuevos aires que soplan en el Vaticano.

Anuncia Cañizares una guerra sin cuartel contra el proyecto de Ley integral del reconocimiento del derecho a la identidad y la expresión de género que pretende aprobar el gobierno de la Generalitat valenciana. Cañizares ha debido pensar que el espíritu de Zapatero ha vuelto reencarnado en Ximo Puig y ni corto ni perezoso ha desempolvado su alta dignidad arzobispal para proclamar su particular cruzada contra el infiel igualitario al grito de: “No tengáis miedo, venceremos”. Genio y figura hasta la sepultura….

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