Imagen de archivo de la bandera de Andalucía.
Imagen de archivo de la bandera de Andalucía.

En estos días estamos comenzando el proceso asambleario Andalucía no se rinde, un proceso de debate que quiere plantear una alternativa política para Andalucía con gafas de clase, verdiblancas, moradas y ecosocialistas. Suena ambicioso cuanto menos. Pero no más complejo y urgente que las necesidades de nuestra tierra. En este proceso que construimos partiendo de la experiencia de Adelante Andalucía, aprendiendo de los errores y aciertos de estos años, y con una vocación de apertura y reflexión compartida, tenemos varios retos por delante. En este texto trataré de exponer algunas ideas sobre uno de ellos: complementar lo social, lo territorial y el feminismo. Me explico.

El proyecto que lancemos debe tener tres ejes sobre los que pivotar: una perspectiva de clase sin complejos y ecosocialista, una mirada verdiblanca que ponga los esfuerzos en el empoderamiento como pueblo y unas gafas moradas que pongan el feminismo como un pilar constante de la propuesta. Estas tres almas deben ser inseparables pues son complementarias y no pueden entenderse la una sin la otra. En este proceso debemos aspirar a que se acerquen compañeros y compañeras que se sientan atraídos por cualquiera de estas tres almas.

Gente que pueda llegar haciendo un camino desde las izquierdas, desde el feminismo o desde el andalucismo y que vayamos comprendiendo poco a poco lo imprescindible de los otros dos ejes. Sin olvidar, claro está, la cuestión ecosocial. Se trata de estar abiertos al aporte y la experiencia de esos compañeros y compañeras que puedan llegar por cada una de estas tres almas.

La idea es un proyecto que en todos sus rincones respire una perspectiva de clase, que aporte el hilo rojo de la historia, que conecte con las luchas sociales y que plantee la necesidad de superar el Régimen del 78 como la única forma sostenible de centrarse en “las cosas de comer”. Ser una izquierda que no se conforma con lo establecido no es un lujo cultural ni un esnobismo de “rebelde inconformista”, es la consecuencia de comprender que no hay otra forma medianamente sensata de que todo el mundo tenga lo necesario, sin cargarnos este planeta. Las tristes lecciones políticas de estos semanas en torno a la subida de la factura de la luz nos indican por donde van los problemas y también las soluciones.

Pero toda propuesta política, si quiere ser algo más que literatura, debe contextualizarse en un tiempo y un espacio. Decía Carlos Cano que “ser andaluz es la forma que yo tengo de ser persona”. Pues ser andalucista es la forma que tengo de ser revolucionario. Como tenemos una vocación de transformación hacia la justicia social y queremos construirla desde este rincón del mundo, tiene que partir del contexto material, ecológico, social, cultural y político de este rincón del mundo.

No soy andalucista por un sentimiento andaluz, aunque ese sentimiento exista y sea inherente a mi persona y mi vida. Sino porque entiendo que en Andalucía se ha dado un desarrollo peculiar y característico del capitalismo, un desarrollo social y económico que ha determinado el mundo del trabajo, las dinámicas económicas, las instituciones sociales y políticas, la cultura y hasta la lengua. Es una historia que ha determinado lo que somos. Y por tanto, lo que podemos ser. Con la vocación además de que para vivir dignamente, no queremos dejar de ser lo que somos, sino tener vidas plenas, orgullosos de nuestra cultura, historia y Pueblo.

La propuesta política que lanzamos debe partir de la comprensión de que en Andalucía existe una opresión específica por el hecho de vivir en la tierra más empobrecida de la península, por el hecho de que, en palabras de Delgado Cabeza, no es que vayamos a llegar más tarde al desarrollo, sino que somos el patio trasero del desarrollo. El hecho de que una joven tenga muchas más posibilidades de ser pobre si vive aquí que si lo hace 1000km más al norte determina quiénes somos como colectivo. Material, cultural, social y políticamente. Los símbolos vienen luego, a tratar de representar las ideas.

Poco tiene que ver este razonamiento con alguna cuestión étnica o de nacimiento. Un andaluz o una andaluza, nace donde le da la gana. Es andaluz quien vive aquí y quienes se tuvieron que ir. No podemos cometer el error de entender que nuestra perspectiva de clase, o nuestra vocación de ser una izquierda “sin complejos”, como bien decía un compañero en la asamblea de Jerez de hace unos días, no parta de la tierra, el pueblo y la historia que queremos transformar.

Como tampoco tendría ningún potencial transformador un proyecto de símbolos sin ideas. El discurso sin análisis, sin propuesta, está condenado al oportunismo. Lo nacional, señalar la opresión andaluza, sin decir que Domecq, Mora-Figueroa, Carbonell, Osborne, González Gordon, Consentino o Benjumea son el fondo del problema, sería una propuesta vacía.

En la combinación de ambas almas aprendí el concepto “soberanía”. Lo aprendí en el SAT, de la mano de gente como Mari García y sus propuestas de soberanía alimentaria. Soberanía supone dar tierra y cuerpo a un proyecto de emancipación de clase. Se trata del derecho a decidir sobre nuestras vidas, del proceso de constituirse como colectivo superando las individuales. Ver que los problemas individuales, son compartidos, tienen razones estructurales y tienen soluciones colectivas. Desde lo más pequeño, hasta las cuestiones de estado. Desde la soberanía alimentaria, energética o habitacional hasta la soberanía para ejercer nuestros derechos a través de los servicios públicos o para decidir el modelo de estado.

Si el artículo terminara aquí tendríamos un enorme problema. No habríamos entendido posiblemente el mayor vector de politización de la última década: el feminismo. En Andalucía además existe un nuevo “feminismo andaluz” que cargado de teoría y práctica viene a plantear y revolucionar muchos de nuestros análisis. Sería absurdo no incorporar este enorme influjo en nuestro proyecto.

Pero no se trata solo de incorporar de manera transversal las gafas moradas. La experiencia de lo que está sucediendo en Chile nos obliga a entender que el feminismo es un movimiento sociopolítico con capacidad y potencialidad para cambiarlo todo. Un movimiento que puede abrir procesos constituyentes que vengan a transformar radicalmente la sociedad. No me toca a mí hablar más de ello. A nosotros nos tocará escuchar y dar pasos atrás. Por eso es clave que sea un alma más de nuestro proyecto.

Nuestra propuesta para Andalucía tendrá éxito si conseguimos combinar, complementar y aprender de estas tres almas. Si incorporamos gente que atraídos por una de las tres tiene ganas de aprender de las demás, de enriquecer nuestras prácticas y nuestros análisis. A partir de las ideas, construiremos, nuevos discursos y símbolos, siempre al servicio de las propuestas. Y es crucial que sean nuevos. No tengamos miedo a experimentar, a aprender de las otras, a escucharnos y inventar juntos. Es la hora de la heterodoxia, la valentía y la determinación.

En la antigua Grecia existía la diosa Hécate. Era una diosa de tres cabezas y tenía el poder de la hechicería, de la magia. En los hogares atenienses se le ponía como símbolo de protección y prosperidad. Desde que un día cogió una antorcha y guió a Perséfone por una cueva, se le invocaba como guía en los caminos complejos. Las figuras de Hécate se ponían en las encrucijadas de caminos, como ésta en la que nos encontramos. Tengan cuidado algunos, que sus tres cabezas y su magia nos guían. ​

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído