Concentración en protesta por el asesinato de Samuel en Cádiz.
Concentración en protesta por el asesinato de Samuel en Cádiz. GERMÁN MESA

“Lo personal es político” es una frase que ha hecho celebre el movimiento feminista, y viene a decir qué en la violencia de género, nada de lo que suceda, no importa el ámbito, es ajeno al interés general, y en consecuencia no puede ser tratado como un asunto privado, sino que por ser el resultado de unas estructuras culturales, sociales, políticas y económicas, su abordaje ha de realizarse desde lo público.

En estos días de dolor y sufrimiento, tras el asesinato del joven Samuel, viendo y pensando el continuo no parar de actos de violencia de género, asesinatos, abusos, violaciones, homofobia, misoginia, y  mensajes de odio, vienen a mi pensamiento masculino muchas reflexiones y preguntas.

Preguntas por cuanto la utilidad de unas políticas públicas que tienen como objetivo combatir las desigualdades, prevenir y evitar esta insoportable desigualdad y agresiones que padecen las mujeres y todas aquellas personas que se separan canon establecido por el patriarcado, parece que no están dando resultados, y el clima de convivencia se hace irrespirable.

No hablaré de feminismo porque para eso ya están las mujeres, y no somos los hombres precisamente los más legitimados para hacerlo, pero sí de hombres, de los que nos llamamos igualitarios, de nuestras reflexiones, actuaciones, objetivos perseguidos, y cual están siendo los resultados.

Cambiar, suavizar o abolir, porque de esto último se ha de tratar, la masculinidad no es una tarea fácil, y mucho menos desde dentro, pues contamos con nuestra férrea oposición, y el inconsciente en la mayoría de ocasiones nos traiciona. Los hombres por la igualdad somos una especie de doctor Jekill y Mr. Hyde. Además, no podemos olvidar que somos los hombres los que en este reparto desigual e injusto del mundo hemos ocupado siempre las posiciones de poder y privilegio, y gozado de todos los beneficios y ventajas que a las mujeres se les han negado.

Es difícil que uno por propia voluntad renuncie a los privilegios cuando tiene muy interiorizado que la alternativa  y el cambio que se le propone no mejora su situación, sino que la empeora. Los privilegios en la historia de la humanidad casi siempre fueron arrebatos, y pocas veces concedidos.

Es quizás lo que nos está sucediendo con la igualdad, el feminismo y la lucha de las mujeres, que en su intento de equilibrar la balanza está logrando disminuir nuestros privilegios, eso sí a costa un inasumible balance de violencias, abusos, asesinatos y dolor.

Los hombres por la igualdad no podemos seguir entretenidos en nuestros talleres, charlas, y seminarios, como tampoco en los grupos de hombres, qué si bien pueden funcionar como laboratorios para repensar y cambiar la masculinidad y ayudan en lo individual, no dejan de ser espacios de transformación anecdóticos, que no consiguen hacer mella en una masculinidad dominante, en un pensamiento monolítico, y en el comportamiento de la generalidad de los hombres y la sociedad.

No es por tanto desde lo individual, desde donde lograremos acabar con la masculinidad, y con ella con la violencia de género. Los hombres históricamente hemos ocupado todos los espacios y protagonismos, y es justo que ahora no pretendamos liderar una lucha como la del feminismo, pero hemos de asumir que desde nuestra posición y responsabilidad esta lucha nos corresponde, y no podemos seguir actuando desde la comodidad del actor secundario que no somos.

Por eso es preciso sacar la tarea de la destrucción de la masculinidad del ámbito de lo privado y llevarlo a la esfera pública, para desde allí trabajar por unos objetivos globales que junto al movimiento feminista logren derribar las estructuras de poder patriarcal existentes.

Es necesario un compromiso político militante, llevar el objetivo de la derrota de la masculinidad a todos los ámbitos en los que nos movamos. Partidos políticos, sindicatos, organizaciones humanitarias, han de incluir en sus programas electorales, reivindicaciones, y fines, la eliminación de un modelo de entender la vida, basado en la masculinidad, que se ha demostrado tóxico, dañino, y causante de las desigualdades y violencias que sufre gran parte de la humanidad.

Porque al combatir la masculinidad, luchamos contra los discursos del odio, debilitamos las estructuras del capitalismo, democratizamos las relaciones laborales y la empresa, contribuimos a disminuir la pobreza y las desigualdades sociales, procuramos el respeto al medio ambiente, y en definitiva trabajamos por unas sociedades más justas, humanas, pacificas, amables e igualitarias. Es decir, por otra forma de entender la vida, la política, la economía, la cultura, las relaciones, y la existencia.

Solo desde esa consciencia y ese actuar colectivo podremos combatir al patriarcado y apoyar eficazmente la lucha del feminismo por un mundo más justo e igualitario.

En tanto que eso no suceda seguiremos enredados en nosotros mismos, alimentando nuestros egos, tranquilizando nuestras conciencias, pero aportando poco a la inmensa y hermosa tarea de la igualdad.

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