Tiempos para preservar el Estado de Derecho y la paz global

La historia del siglo XX nos dejó una dolorosa lección que parece que no aprendimos: la negación de la dignidad y la empatía de unos, anticipa el horror para todos

25 de diciembre de 2025 a las 16:39h
Gaza vuelve a estar sometida a los ataques de Israel.
Gaza vuelve a estar sometida a los ataques de Israel.

En mi anterior artículo de prensa, La urgencia de defender los derechos humanos, abordé las razones que nos obligaban a mirar con preocupación la crisis global de la legalidad internacional, de los derechos humanos fundamentales y la amenaza creciente a la paz mundial. Hoy, en este día de Navidad, cuando el mundo se detiene para celebrar la esperanza y la fraternidad, conviene traer un mensaje distinto: uno que nos recuerde que, incluso en medio de la incertidumbre y las crisis, existen caminos para preservar la paz y garantizar la dignidad y derechos de todas las personas. Este texto no es una invitación a la utopía, sino a la acción esperanzada por un mundo mejor.

La paz como presencia activa de valores supremos

En un mundo saturado de titulares que normalizan los conflictos, la corrupción, las injusticias y la polarización, conviene recordar una verdad elemental: la paz no es la ausencia de disparos o bombas, sino la presencia activa de dignidad, igualdad, justicia, libertad y pluralismo social y político. La paz se construye –o  se erosiona– todos los días, en los hogares, en los lugares de trabajo, en los centros educativos, en los tribunales y en los parlamentos, en los mercados, en las redes sociales, las calles y el campo y todos los lugares donde habita la gente. Pero, sobre todo, la paz se construye cuando el Estado garantiza los límites al ejercicio del poder y protege a quienes carecen del mismo.

Cimientos para sostener la paz, la democracia y los derechos humanos

El Estado social y democrático de Derecho

Un Estado de Derecho auténtico —no meramente declamado— se caracteriza por una separación efectiva de poderes: parlamentos que legislan para limitar el poder, garantizar la igualdad los derechos fundamentales y dignificar las condiciones de vida de la gente, preservar el medioambiente y controlar la tecnología y los poderes fácticos; un poder judicial independiente e imparcial sometido al imperio de la ley; una administración pública eficiente, honesta, transparente y sometida a la legalidad; un gobierno que actúe conforme a la ley, que garantice la participación política y social de la población y que priorice el bienestar social sobre los intereses de los poderes fácticos y la fuerza militarista; y una prensa libre que busque y diga la verdad y sirva de contrapeso al poder institucional o fáctico.   

La igualdad entre mujeres y hombres como pilar de la democracia La evidencia es clara: cuanto mayor es la participación plena de las mujeres en la vida política, económica y social, más pacíficas, estables y civilizadas son las sociedades. Fomentar y garantizar la igualdad es clave para construir sociedades democráticas. Y para ello es fundamental garantizar la educación de calidad y en igualdad, donde se promueva el pensamiento crítico, la salud, el bienestar familiar y comunitario. La agenda feminista que protege los derechos de las mujeres y sus hijas e hijos no es complementaria a la democracia, es su condición de posibilidad, sin la cual sólo tendríamos androcracias basadas en la jerarquía sexual.

Protección activa de las personas más vulnerables. Una democracia se mide por cómo trata a las mujeres, a la infancia, a las personas mayores, a las que tienen discapacidades o enfermedades, a las migrantes, a las minorías étnicas, religiosas, ideológicas o por preferencias sexuales. Cuando se normaliza la deshumanización de cualquier grupo humano, la arquitectura entera de convivencia se resquebraja.

La historia del siglo XX nos dejó una dolorosa lección que parece que no aprendimos: la negación de la dignidad y la empatía de unos, anticipa el horror para todos. En su conceptualización sobre la banalidad del mal, Hannah Arent señaló que “la muerte de la empatía humana es una de las señales más tempranas y reveladoras de una cultura a punto de caer en la barbarie”.

Fortalecer los mecanismos internacionales de derechos humanos. Los tratados internacionales, los tribunales, órganos y relatorías de Naciones Unidas no son burocracia decorativa: son diques frente a la barbarie. Sus órganos y autoridades, desacreditados por el autoritarismo de ciertos dirigentes, requieren que les confieran autoridad, más recursos y mayor cumplimiento a nivel interno. Incorporar sus estándares a las leyes internas y al quehacer cotidiano de las autoridades judiciales, policivas y de servicios sociales de los distintos países que la integran es una urgencia insoslayable. No siendo menos importante, la protección y financiación de las organizaciones humanitarias que defienden los derechos humanos, documentan e informan de los abusos, acompañan víctimas y presionan por cambios a sus gobiernos y a la ciudadanía.

La paz es siempre el camino

El Estado de Derecho consagrado en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, en la Constitución Española y en la normativa fundacional de la Unión Europea no es una formalidad retórica: constituye el principal mecanismo de protección colectiva de los derechos humanos, la preservación de la paz y del medio ambiente frente al abuso de poder, la arbitrariedad y la corrupción. Invertir en instituciones íntegras, eficaces y dotadas de garantías y mecanismos robustos de protección, equivale a invertir en prevención de la violencia, en cohesión social y en estabilidad democrática a largo plazo. Pues como señala el constitucionalista italiano Michele Carducci, el nuevo constitucionalismo del siglo XXI representa una ruptura con el modelo tradicional legalista: transforma la Constitución en un pilar activo de la justicia y promueve una interpretación dinámica orientada a consolidar los derechos de la población y los valores democráticos.

La pregunta no es si podemos permitirnos defender los derechos humanos en tiempos difíciles; la pregunta es si podemos permitirnos no defenderlos. No hay paz sin justicia. No hay justicia sin derechos. Y no hay derechos sin la decisión colectiva de defenderlos cada día. Ese es el camino para la paz. Por un mundo mejor, Felices Fiestas de Navidad.

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