Una chimenea, en una imagen de archivo.
Una chimenea, en una imagen de archivo.

Las conversaciones que yo escucho o en las que participo no tratan sobre el momento vital en el que estamos. El sábado, en el mercado, un amigo me contaba que tenía todo preparado, y los materiales comprados, para convertir su casa en autárquica, energéticamente hablando. Me daba cuenta de que todavía no habían puesto la calefacción de gas, gracias a los paneles solares y a la leña que queman en la chimenea. Nunca hasta ahora habíamos tenido una conversación completamente metafórica.

Ninguna conversación en la que haya participado durante la última semana ha salido un tema político o la guerra. Solo dos personas han hablado de salir de vacaciones. Nadie ha hablado de los precios de las cosas, excepto metafóricamente: "No hemos puesto la calefacción todavía". Los jóvenes y estudiantes han salido a solidarizarse con las mujeres en Irán, en la plaza del Ayuntamiento, y con las personas que intentan atravesar el mar Mediterráneo. Hoy el periódico Die Zeit cuenta que una de cada cuatro empresas alemanas está planeando una reducción de personal por la crisis energética.

Parecería que todo el mundo se haya refugiado en el escapismo, en la superstición de no mentar al diablo para que no aparezca. A mi alrededor no percibo ni desilusión ni pesimismo. Es como si todo el mundo estuviera disimulando. Cada vez observo a las personas más individualistas, más egocéntricas, más desentendidas de una realidad que no sea la suya propia. En los grupos la conversación no toca la realidad, porque no expresa verdaderamente las preocupaciones o el malestar interno, y me pregunto si tantas personas han neutralizado ese malestar y realmente no lo sufren. O, simplemente, de pronto han anulado el problema ante el que se ven porque comprenden que no hay solución o es demasiado completa. Es como cuando en un partido de baloncesto hubiera tiempo muerto porque la situación producida en el juego es incomprensible. Fuera de la cancha el tiempo parecería que se marchitara, que muriera lentamente, si comprendemos la vida desde los ímpetus de la actualidad, algo a lo que estamos acontumbradøs. Otra posibilidad es que todos hubiéramos sido ganados por el espíritu de Séneca: el estoicismo.

La descomposición de la política institucional en Reino Unido ha puesto a las verdulerías en los titulares de la actualidad. Su origen no está en el Brexit, fue el Brexit la consecuencia de esa descomposición en Reino Unido. La banalidad y la fatuidad con la que despachan sus problemas unas sociedades aparentemente saturadas de cosas, pero carentes de demasiadas otras. Sociedades que viven en los espejismos que han creado los medios de marketing, publicidad y propaganda. El número de personas en situación de exclusión social o en la pobreza más severa no son coherentes con lo que se ve en las televisiones o en los periódicos. A los que todavía les va bien, y de alguna manera lo perciben secretamente, sin reconocerlo, escapan metafóricamente como pueden.

Si de las conversaciones desaparece la realidad, nuestro futuro próximo será violentamente feroz. Solo con la conversación es posible encontrar soluciones o vías de escape pactadas a problemas sin solución.

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