Uno de los chiringuitos de las playas de Cádiz, en una imagen de archivo.
Uno de los chiringuitos de las playas de Cádiz, en una imagen de archivo.

Este fin de semana han venido de visita mis amigos de la carrera, y cómo no, acabamos en Chipiona. Es curiosa la obsesión que tienen los sevillanos con la Costa Noroeste, pero es comprensible, ya que después de conducir durante una hora y media no les sale a cuenta echar otra hora más hasta el Estrecho. Por lo menos, ese es el argumento que utilizan para no reconocer que Los Caños o Zahara son mucho mejor. Sin embargo, quedé muy sorprendido, ya que la playa de Las Tres Piedras con su línea de chiringuitos prácticamente parecía Zahora, incluso una amiga nuestra creyó que estábamos allí.

Todo al respecto de los chiringuitos es digno de comentarse. Quizá en los últimos años están ganando popularidad, después de un cambio de imagen hacia lo exótico y el falso lujo de Ikea. En cualquier caso, existe cierto efecto llamada sobre gente dispuesta a gastarse los 50 euros que han tardado tres meses en ahorrar únicamente por el postureo y aparentar opulencia. También está el pijo rico, pero eso es una constante en la ecuación.

Para conseguir que el dominguero medio se quede en el chiringuito y se gaste en copas los duramente ahorrados 50 pavos que lleva en la cartera, entra en juego una última variable: el grupo de música. No vale cualquier tipo de grupo, tiene que ser una banda de versiones de clásicos con un frontman tirando a hiperactivo y con carisma para que todo el mundo se venga arriba. Nadie quiere quedarse a escuchar canciones paranoicas que no conoce, solo los mejores éxitos del pop-rock. Así, es como una ardilla podría cruzar toda la costa andaluza saltando de una banda a otra que esté tocando el No puedo vivir sin ti de Los Ronaldos.

No se trata de aficionados, son músicos profesionales con un repertorio de ocho horas y un régimen especial de la Seguridad Social. Un buen contrato puede rondar entre los 500 y los 1.000 euros al día, repartidos entre cuatro o cinco músicos. Para el chiringuito no supone nada, según el ambiente que vi en el Tulum, se puede recuperar la inversión en apenas 30 minutos vendiendo copas. Después de horas y horas tocando, suelen despejar fríamente a la banda del escenario, cual contrato comercial, y se sube un DJ a pinchar reggaetón y lo que encabece la lista de los 40 principales para que la gente, ya con el puntillo, baile. Es aquí cuando nuestro amigo dominguero se mete en la aplicación del banco para pedir un adelanto de la nómina.

Por último, para que no se me malinterprete, no estoy en contra de este tipo de planes ni de los chiringuitos, de hecho, ya estoy pendiente de la programación de conciertos del Pez Limón. Vivimos en un país libre y en una economía de libre mercado en la que podemos gastar nuestro dinero como nos dé la real gana, y lo que opinen los demás sobra. Solo que me parece triste que cada vez más, el ocio se reduzca a ir por ahí quemando billetes, y más aún en un paraíso lleno de oportunidades como las playas de Cádiz. Pero si es lo que atrae el dinero y no hay apenas inversiones en la provincia, ¿qué otra opción hay?

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