Tatuaje

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Tatuaje: una portada de la mítica 'Super Pop'.
Tatuaje: una portada de la mítica 'Super Pop'.

Los adolescentes son muy impresionables. O al menos lo eran tal y como yo los recuerdo. Como dice mi madre, ahora están bastante más en el mundo; pero a los que lo fuimos a finales de los noventa y a inicios de los 2000, nos faltaban aún unos cuantos hervores. Quizás por ese motivo recuerdo tan bien aquellas pequeñas cosas que me dejaron huella: una conversación especial con mis inseparables, aquellas chuches que eran mis favoritas, los ratos de risas interminables por cualquier tontería… y aquellas obras que me marcaron. Recuerdo con especial cariño los libros sobre mitología —que me encantaban—, el programa de radio de La Jungla, los cibercafés, las matinales de acción del domingo, el descubrimiento de la Historia del Arte y de la Filosofía, las chorradas infinitas, las novelas de amor y los test de la Superpop para aprender a conquistar a Leonardo DiCaprio. Recuerdo también el trascendentalismo de hacerse mayor y las tribulaciones gravísimas que me iban a marcar para siempre; aquellas de las que mi tierno y vulnerable corazoncito no lograría reponerse jamás, pero que hoy asumo como retazos intrascendentes y un tanto sonrojantes.

Y esa es otra: sonrojarse, sonrojarse por todo y ante todo el mundo. Te pasas más de media adolescencia con vergüenza propia y el resto con vergüenza ajena, como la que te provoca tu madre cuando habla con la dependienta y le explica, delante de ti, cómo te está cambiando el cuerpo y cuál es, en estos momentos, el tamaño exacto de tus pechos. ¿Por qué a las madres nunca les ha importado cuántas dependientas la escuchan? Es un don que debía brotar con la maternidad en los ochenta.

Recuerdo de aquellos años, cómo no, la música que escuchaba y que llenaba mis tardes y parte de mis noches. Recuerdo con especial cariño aquellos discos recopilatorios en los que participaban artistas variopintos versionando temas de otros. Eran lo más por aquella época. A mi mente ha vuelto con frecuencia la portada y el título de uno de ellos. Corría el año 1999 cuando la discográfica Ariola sacó un álbum que se llamaba Tatuaje. En la portada, un corazón llameante atravesado por dos puñales cruzados daba buena cuenta de su interior. Incluía catorce temas copleros de toda la vida pero en las voces de artistas como Ana Belén, Aute, Calamaro, Bunbury, Malú o Marta Sánchez. Reconozco que la raigambre folclórica siempre me ha podido y aquel despliegue con tintes poperos de la canción española más cañí se convirtió en uno de mis habituales.

No podía imaginar entonces que bastantes años después otro tatuaje en forma de corazón inundaría mis venas. Uno de amistad incondicional y momentos únicos que impregnaría de tinta mi cuerpo para siempre. Hoy es un día muy especial para una hermana de corazón. Una de esas personas a las que la sangre no ha puesto en mi camino pero sí el azar; una de esas personas con las que comparto tanto que hasta se nos asemeja la piel. La piel y la tinta que tatúan nuestro común corazón. Felicidades, amiga.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído