Tanto tienes, tanto vives

Cuidamos lo privado, lo propio, y maltratamos lo público, lo común. Malgastamos medicamentos, no sacamos el debido provecho de los años en la escuela

José Bejarano

Periodistas Solidarios

Una manifestación por la educación pública en una imagen reciente.
Una manifestación por la educación pública en una imagen reciente.

Lo queremos todo gratis. Gratis las autopistas, los hospitales, las escuelas y hasta los entierros. Todo gratis, cueste lo que cueste. Todo gratis, aunque sepamos que no es más que una ilusión, un engaño, una trampa. Porque gratis en esta vida no hay nada. Lo decíamos cuento de las pensiones aquí la semana pasada: lo público no es gratis, aunque unos quieran creer que lo es y a otros les convenga que lo crean. Lo público es nuestro, de todos, y lo pagamos a escote con nuestros impuestos. Sólo los ilusos creen esa mentira de que lo público es gratuito y no es de nadie. Las carreteras, los bancos del parque, el salario de los sanitarios y de los maestros, los coches de la policía y hasta el ataúd del servicio funerario municipal salen de donde sale todo, de nuestros bolsillos. Por lo tanto, son nuestros. 

Del espejismo de que lo público es gratis nacen no pocos equívocos y muchos efectos indeseados para el interés general. El primer equívoco consiste en creer que un servicio lo concede o lo deniega el presidente del Gobierno, de la Junta o el alcalde de turno. Puede que la decisión política esté en sus manos, pero el gasto recae siempre sobre nosotros. Al menos sobre los que asumimos la obligación legal y moral de pagar los impuestos. Otros equívocos son creer que lo público no es de nadie, que es de peor calidad que lo privado y que es más caro. Suele ser más barato y mejor. Pero incluso si fuesen más caros, es preferible que muchos servicios -la sanidad y la educación, sobre todo- sean públicos debido a que su valor fundamental no es el precio, sino su carácter equitativo: benefician por igual a quien tiene poco y a quien tiene mucho.

De la creencia de que lo que es de todos no es de nadie nace que se abuse, se abandone y que se vandalice lo público. Cuidamos lo privado, lo propio, y maltratamos lo público, lo común. Malgastamos medicamentos, no sacamos el debido provecho de los años en la escuela, ensuciamos las calles, pintamos las paredes, ponemos los pies en los asientos del autobús y rompemos las papeleras. Como si los medicamentos fuesen gratuitos. Como si los salarios de los profesores y sanitarios nos cayeran del cielo, lo mismo que la limpieza de las calles y paredes, los asientos de los autobuses o las papeleras y los bancos de los parques públicos. Devaluamos precisamente lo que tiene más valor, lo común, y sobrevaloramos lo propio, lo individual. 

Sin embargo, deberíamos saber que lo privado tiende a agrandar las desigualdades sociales, mientras que lo público tiende a reducirlas. Un sistema educativo privado, dejado a su libre albedrío, lleva a que los ricos tengan acceso a las escuelas y universidades mejor equipadas de medios técnicos y de profesores. Los pobres tienen problemas para ir a la escuela y siempre están condenados a las peor dotadas. Lo mismo sucede en el ámbito de la salud. Así es el modelo norteamericano, cuyas consecuencias negativas son sobradamente conocidas. En los países con sistemas sanitarios privados no es que impere el disparate de "tanto tienes, tanto vales", sino el "tanto tienes, tanto vives". Aplicado eso a la educación habría que decir "tanto tienes, tanto sabes".

La lógica de ese sistema hace que, cuanto peor formados estén los pobres, menos oportunidades van a tener de salir de la pobreza. En el otro lado, cuanto mejor formados estén los pudientes, más oportunidades van a tener de aumentar su riqueza. Esa espiral diabólica lleva a sociedades tremendamente injustas y las injusticias desembocan, más pronto o más tarde, en violencia. Han sido siempre causa de guerras. Es más, la injusticia es de por sí una forma cruel de violencia. Por eso defendemos lo público y estamos orgullosos de pagar nuestros impuestos. Lo hacemos porque rechazamos la injusticia que supone vivir en medio de la desigualdad. Durante siglos sufrimos aquí lacerantes desigualdades. Luego se fueron atenuando gracias al desarrollo económico y, sobre todo, a la generalización de los sistemas públicos de educación y de salud.

Igual que la desigualdad engendra violencia, la equidad produce paz y bienestar. Los servicios públicos han sacado a millones de personas del analfabetismo y de la enfermedad, dos plagas nacidas de la pobreza y de la injusticia. El analfabetismo y la enfermedad generan pobreza e injusticia y la pobreza y la injusticia generan violencia, analfabetismo y enfermedad, el ciclo infernal que atenaza a los países pobres de medio mundo. 

Ahora, la equidad vuelve a estar en aprietos aquí como consecuencia de los recortes propiciados por las sucesivas crisis económicas, la pandemia, la guerra ruso-ucraniana, la sequía... De ahí la importancia de estar alerta contra las tentaciones de privatización. Conscientes de que la sanidad y la educación no son gratis, ni potestad del gobierno de turno. Son nuestras, tuyas y mías, las pagamos de nuestro bolsillo y por eso precisamente no debemos estar dispuestos a que las pongan en venta a nuestras espaldas.

¿Dejarías que la Junta de Andalucía vendiera tu casa o tu coche a quien le diera la gana sin ni siquiera preguntarte? Pues eso es que lo están haciendo con tu centro de salud, tu personal sanitario, tus ambulancias, tus hospitales, tus escuelas y tus universidades. Primero los descapitalizan, deterioran su calidad y potencian esos servicios, pero en el sector privado. Subastan esas prestaciones, que son tuyas y mías, para que quien se las adjudique nos los vuelva a vender, pero entonces como negocio. Porque de eso se trata, de un negocio redondo. Y si lo hacen es porque antes han logrado anular cualquier peligro de resistencia, de oposición mediante el imperio del individualismo, la confusión y la indiferencia. Lo hacen con el consentimiento pasivo de la mayoría silenciosa. De lo contrario, no se atreverían.

Que haya que recordar lo obvio da la medida de los tiempos que corren. Nada es gratis ni queremos que lo sea. Sabemos que lo público tiene un coste y lo pagamos gustosamente porque redunda en bien de todos. Pero que no nos vendan milongas diciendo que es gratis porque, además de mentira, es perjudicial para el buen funcionamiento y la defensa de lo público. 

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Comentarios (1)

Antonio Sánchez Segura Hace 10 meses
Supongo que se referirá en su artículo a los cuarenta años que ha gobernado el PSOE robando y malversando a destajo. Y es cierto en parte lo de tanto tienes, tanto vives. Lo que no es justo que algunos vagos y parásitos vivan tanto a costa de los demás. Así que sanidad pública y educación pública si pero privada también para el que se lo trabaja honradamente.
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