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Que no se trata de quitarle el sitio a Miguel Ángel, sino de dárselo a quienes nunca lo han tenido.

Revueltas bajan las aguas de la política, de nuevo, y esta vez por algo que no tendría que haber causado tanta controversia ni disputas, debido a la supuesta unión de los partidos democráticos contra el terrorismo. Tal día como hoy, hace veinte años, fallecía de madrugada Miguel Ángel Blanco tras 48 horas de cautiverio en manos del sanguinario comando Donosti de ETA.

Creo que nadie puede a estas alturas poner en duda la importancia de los días que precedieron su muerte, así como de los que vinieron después. La sociedad vasca y española en general se echó a la calle en manifestaciones multitudinarias solicitando primero su liberación y posteriormente mostrando su rechazo a la violencia. 

El inicio del “espíritu de Ermua”, del propio Foro de Ermua que pondría las nuevas bases de la estrategia común política contra ETA, surge de un fatídico 13 de julio de 1997, cuando Miguel Ángel Blanco —cuyo único “crimen” fue ser concejal del PP— fue ejecutado con dos disparos en la cabeza a sangre fría, de forma cobarde y criminal. Repito para que quede claro: nadie puede cuestionar esta verdad.

Pero si algo me subleva es la instrumentalización de los muertos, deporte preferido de nuestra clase política, por un puñado de votos. La sacralización a la que se está llevando la figura de Miguel Ángel Blanco por parte de determinados medios de comunicación y políticos, puede que sea justa con el concejal ejecutado, pero no lo es con el resto de víctimas de ETA. Más de 800, por cierto. Y corremos el riesgo, con este tipo de actitudes, de crear víctimas de primera y de segunda categoría. Como si solo fuesen importantes los que incumben al PP, y no al resto, en una deleznable maniobra de apropiación de un símbolo que, aun siendo miembro del PP, acabó perteneciendo al pueblo español por completo, ya que fue la sociedad entera la que tomó la calle sin mirar etiquetas ni carnés de afiliación. 

Y han sido muchos y de diferente signo político los que cayeron bajo las mismas balas: Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente, Fernando Buesa, Alberto Jiménez-Becerril, José Luis López de Lacalle, José María Martín Carpena, Juan María Jáuregui, Ernest Lluch, Joseba Pagazaurtundua… por no hablar de miembros de la Ertzaintza, Guardia Civil, Policía, o simples civiles que pasaban por el sitio que no debían y en el momento inadecuado. 

Seguro que algún dirigente de ETA estará ahora en su celda a carcajada viva viendo a unos y otros airear y defender sus “muertos” (aunque gracias a Dios, solo sean una vergonzosa minoría). Pero todo sería más sencillo si se dedicase un día de sentido homenaje a todas las víctimas de ETA. A todas sin excepción y dándose la misma importancia a unos que a otros. Que no se trata de quitarle el sitio a Miguel Ángel, sino de dárselo a quienes nunca lo han tenido.

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