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Nos ruboriza pensar que nos vean solos en un museo, en un pub o viajando por el mundo. ¿Se creerán que no tengo amigos?

La soledad nos aterra porque nos aferramos a ella en su sentido más literal. No la concebimos como un sentimiento, estado o fase positiva por los que necesite pasar el ser humano para encontrar algo inesperado: él mismo. En el libro La Carne, de Rosa Montero, se plantea este tema desde un punto de vista profundo e innovador pues, más allá del marketing que hay en torno a la socialización, Montero presenta una alternativa basada en sentirse a gusto consigo mismo. En sus líneas se observa la crítica a una sociedad que pone en el centro de su mercado la vida en pareja, familia o amigos. No hay espacio para los solitarios. De ahí se deduce que aterre la idea de ir al cine solo o estar en un bar con la simple compañía de un café o un libro. 

¿La simple compañía de un café o un libro? Lo primero, a veces, te puede llegar a seducir más que un hombre o una mujer: lo hueles, lo bebes y lo disfrutas. Lo segundo, te abrirá las puertas del debate interno y contra eso es muy difícil competir. Entonces, ¿por qué nos da tanto miedo estar solos? Porque nos venden la vida en conjunto. Llega el 14 de febrero y lo normal es que los restaurantes se llenen de promociones con cenas en pareja. Si decides ver una película, habrá combo de palomitas y refresco para dos. Igual ocurre al ir a un parque de atracciones donde se harán descuentos especiales para familias y, si llega Navidad, regala un detalle a tu chica o chico, la opción de hacerse un regalo propio o tener un capricho no importa, anteponemos siempre a los demás. 

Al final, el miedo del que hablaba desemboca incluso en vergüenza, es decir, nos ruboriza pensar que nos vean solos en un museo, en un pub o viajando por el mundo. ¿Se creerán que no tengo amigos? ¿Pensarán que soy raro? ¿Tengo que justificar por qué no traigo un acompañante? Y como consecuencia, cuando realmente estamos sin nadie, en nuestra casa comiendo a solas, nos sentimos en soledad. O cuando tenemos intención de quedar con amigos y ninguno puede, podemos llegar a pensar que es culpa nuestra o que no tenemos un círculo social estable. 

Esto no quiere decir que a partir de ahora dejemos de lado todo tipo de relación para encerrarnos en nosotros mismos. Se trata de mantener un equilibrio, como si de una balanza se tratara, para poner en un lado lo que conocemos como entorno social, ya que las personas son también como los libros y hay que indagar en ellas para conocerlas.  Y, por otro lado, ser capaces de leernos interiormente. 

Lo primero es más fácil de llevar a la práctica ya que los humanos vivimos en comunidad, lo que supone aprender desde pequeños a tratar con los demás. A esto se une el hecho de que nuestro círculo, ya sea familiar o educativo, se rige por una estructura en la que cada uno asume un rol de relación con el resto de personas. No obstante, lo segundo es más difícil. Nadie nos enseña a leernos, tampoco a reflexionar sobre nuestras acciones o pensamientos. De hecho, suele ocurrir que nos sentimos melancólicos o tristes cuando estamos un día entero en casa, sin parar de pensar, con la mente en completo funcionamiento. Esto es lo que comúnmente se conoce como “darle vueltas a la cabeza”. 

Aunque esto ocurra, no se debe entender como nostalgia. Que la cabeza gire, rote, piense y eche chispas, que nos permita hablar con la otra persona que aparece en nuestra más profunda intimidad es siempre una buena opción. Es la mejor forma para conocerse y poder aprender de la soledad, pues cuando no hay nadie, el silencio puede llegar a ser nuestro mejor amigo e incluso revelarnos cuestiones que antes eran desconocidas. Será verdad eso de que para hallarse, hay que perderse en un proceso largo de aprendizaje, crítica y verdad, donde seamos capaces de disfrutar con nuestra única presencia. 

Para ello, podemos empezar por salir solos a caminar, a tomar un té, a ver una película o, simplemente a sentarse frente al mar y escuchar las olas. Por mucho ruido que haya en cualquier lugar, la paz interna es capaz de enmudecer a las bestias y callar a los gigantes mentales. Una vez se consigue ese reto, sabremos que en caso de desorientación personal, la soledad nos puede dar la respuesta, la salida y hasta el punto de encuentro, que es simplemente disfrutar de la persona que llevamos dentro. 

Ya lo decía Neruda, en su obra Fin de Mundo:

Por eso tengo que volver

a tantos sitios venideros

para encontrarme conmigo

y examinarme sin cesar,

sin más testigo que la luna

y luego silbar de alegría

pisando piedras y terrones,

sin más tarea que existir,

sin más familia que el camino.

                                                                     PABLO NERUDA
                                                                Fin de mundo (El viento)

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