La luz del Mediterráneo oriental se refleja sobre escombros que alguna vez fueron hogares, escuelas, sueños. Gaza, un enclave de apenas 365 km², se ha convertido en el epicentro de una catástrofe que interpela no solo a los gobiernos, sino a la médula moral de nuestra civilización. Las cifras, frías y abrumadoras, gritan lo que muchos ojos se niegan a ver: más de 60.000 muertos, 103.370 heridos, 1,8 millones de desplazados/as. Hospitales reducidos a escombros, universidades borradas del mapa, niños con vientres hinchados muriendo de hambre bajo un bloqueo implacable. La ONU, la Corte Penal Internacional, centenares de organizaciones de derechos humanos documentan minuto a minuto lo que solo puede calificarse como exterminio. Ante este paisaje del horror, una pregunta sacude la conciencia colectiva: ¿Dónde están los profesionales que juraron proteger la vida, la verdad, la justicia?
Gaza no es una "tragedia humanitaria". Es un laboratorio de destrucción sistemática. La comunidad internacional observa, debate, expresa "preocupación", mientras las excavadoras desentierran cadáveres de fosas comunes en los patios de hospitales. El bloqueo no es un "conflicto logístico"; es un arma de asfixia colectiva calculada. La destrucción del 70% de la infraestructura sanitaria –incluyendo el emblemático Hospital Al-Shifa– no es un "daño colateral"; es la aniquilación deliberada del derecho a la salud. La hambruna infantil, certificada por la FAO, no es una "consecuencia desafortunada"; es un crimen contra la humanidad perpetrado a cámara lenta.
Esta realidad, documentada hasta la saciedad por periodistas independientes, trabajadores/as de ONG y organismos multilaterales, confronta a cada profesional con un espejo: ¿Qué vale un juramento hipocrático si calla cuando los niños son desmembrados? ¿Qué credibilidad tiene un código deontológico periodístico si se pliega a narrativas de poder? ¿Qué legitimidad conserva el derecho si sus custodios miran hacia otro lado ante crímenes de guerra flagrantes? Gaza es, ante todo, una bancarrota ética de dimensiones civilizatorias.
La Interpelación ética: el Otro y el Corazón
El filósofo lituano-francés Emmanuel Levinas nos legó una idea luminosa y perturbadora: la ética nace del encuentro con el Rostro del Otro. Ese rostro, vulnerable, sufriente, nos mira y nos exige: "¡No me mates!". Es una llamada anterior a toda ley, a toda ideología, a toda razón de Estado. Es la demanda primordial de responsabilidad.
En Gaza, ese Rostro se multiplica en miles: el niño ensangrentado bajo los escombros de su casa bombardeada, la partera que realiza cesáreas a la luz de una linterna, sin anestesia, en el sótano de un hospital asediado, el periodista palestino que envía su última crónica antes de ser sepultado por un misil, el abuelo que carga los cuerpos de sus nietos en una carretilla.
Levinas nos advierte: ignorar este Rostro es traicionar nuestra propia humanidad. La ética no es una reflexión de salón; es una respuesta ineludible al sufrimiento concreto. El profesional que, desde su cómodo silencio, evade esta interpelación, no solo incumple un deber; renuncia a su condición humana. Gaza es la prueba de fuego de esta filosofía: ¿Reconocemos el Rostro del Otro cuando ese Otro es palestino, musulmán, habla en árabe, víctima de una maquinaria de muerte respaldada por Occidente?
Ese Rostro del Otro es una llamada a una razón cordial. La filósofa española Adela Cortina complementa a Levinas: una razón que piensa sintiendo y siente pensando. Sí, esta razón cordial nos ofrece un antídoto contra la frialdad burocrática y la indiferencia tecnocrática: no basta con entender intelectualmente el sufrimiento; es necesario sentirlo, hacerlo propio, permitir que la empatía active la voluntad. La ética, para Cortina, debe integrar la cabeza y el corazón, la justicia y la compasión.
Frente a Gaza, la razón cordial exige: Romper la estadística: no son “60.000 muertos"; son 60.000 historias truncadas, amores destrozados, futuros robados.
Descolonizar la empatía: Sentir el dolor gazatí con la misma intensidad con que sentiríamos el de nuestras propias familias.
Traducir la emoción en compromiso: La indignación moral debe canalizarse en acciones concretas de denuncia, presión y solidaridad.
El profesional que opera solo con "razón instrumental" (eficacia, carrera, conveniencia) y apaga su "cordia" (corazón), se convierte en un cómplice funcional de la barbarie. Gaza clama por profesionales que dejen de ser meros técnicos y se reconozcan como agentes éticos.
Los Códigos Deontológicos: ¿letra muerta o brújula moral?
Aquí reside la traición más profunda: profesionales que poseen códigos explícitos de conducta ética, pero que, frente al genocidio, optan por el silencio o la complicidad pasiva. Examinemos el abismo entre el deber ser y la realidad:
Profesionales de la medicina (Declaración de Ginebra - OMC):
La declaración afirma que se protegerá “la vida humana con el máximo respeto” sin discriminación de nacionalidad, ideología o condición. Aunque no mencione explícitamente a poblaciones enteras, sí establece que el deber médico no se limita al paciente individual, sino a la humanidad en general. La Asociación Médica Mundial (WMA), promotora de la Declaración, ha apoyado resoluciones donde los médicos deben denunciar violaciones del derecho a la salud en conflictos armados, como la obstrucción de ayuda médica, el colapso de sistemas sanitarios o el uso del hambre como arma de guerra.
La realidad: Colegios médicos internacionales que no exigen sanciones por el asesinato de más de 400 colegas gazatíes. Hospitales occidentales que no rompen convenios con instituciones israelíes. Silencio cómplice ante el bloqueo de medicamentos para niños con cáncer.
Periodistas (Código Deontológico FAPE):
Mandato: "Respetar la verdad... Actuar con responsabilidad y solidaridad en situaciones de conflicto... Evitar la deshumanización de las víctimas".
Lo que vemos a diario: Grandes medios que difunden narrativas oficiales no verificadas, invisibilizan el sufrimiento palestino, normalizan el lenguaje del exterminio ("limpieza", "daños colaterales desproporcionados"), y marginan a periodistas locales que arriesgan sus vidas.
Abogados/as (Código Deontológico de la Abogacía Española):
Compromiso: "Defender los derechos humanos... Denunciar las violaciones... Colaborar con instituciones internacionales".
Lo que sucede: Colegios de abogados que no movilizan recursos para documentar crímenes ante la CPI. Juristas que justifican el derecho a la "autodefensa" infinita ignorando el Derecho Internacional Humanitario. Silencio ante la destrucción del sistema judicial palestino.
La neutralidad en un genocidio no es neutralidad; es complicidad activa. Como advirtió Albert Camus, la indiferencia es la peor de las actitudes. Quien, desde su posición de privilegio profesional, calla mientras un pueblo es borrado, mancha su juramento con la sangre de los inocentes.
Hacia una Ética profesional de la resistencia
La crítica es necesaria, pero insuficiente. Gaza exige una movilización ética sin precedentes de las profesiones:
Desde la medicina se puede impulsar el boicot científico y académico a instituciones israelíes vinculadas al sistema de salud, al envío masivo y desobediente de medicamentos y equipos; se puede ejercer presión a gobiernos y OMS para forzar la apertura humanitaria inmediata.
Los medios y las personas que ejercen el periodismo pueden priorizar las voces gazatíes y fuentes independientes sobre comunicados oficiales, exponer sistemáticamente las mentiras y la maquinaria de desinformación, desobedecer editoriales que impongan sesgos pro-israelíes, proteger y amplificar a los colegas locales.
Desde la abogacía se pueden crear redes internacionales para recopilar pruebas y presentar casos masivos ante la CPI y tribunales nacionales bajo jurisdicción universal; se pueden exigir sanciones reales y embargo de armas a Israel por crímenes de guerra o defender legalmente a activistas y profesionales boicoteados por su solidaridad con Palestina.
El profesional que se siente éticamente interpelado por la situación en Gaza puede asumir compromisos concretos que trascienden la mera indignación. Una de las primeras acciones es romper el silencio: hablar con claridad y firmeza en espacios como colegios profesionales, universidades, medios y redes sociales. El silencio, en contextos de injusticia, equivale a complicidad.
Además, es crucial presionar a las instituciones, exigiendo a colegios profesionales, asociaciones y sindicatos que actúen conforme a los principios recogidos en sus propios códigos deontológicos. El compromiso ético no puede quedar en palabras vacías.
Otra vía es el boicot ético, que implica rechazar colaboraciones con entidades implicadas en la ocupación y el apartheid, como universidades israelíes o empresas vinculadas a la producción de armamento.
También es posible ofrecer apoyo material a organizaciones que actúan directamente sobre el terreno, como Médicos Sin Fronteras, la Media Luna Roja Palestina, Al-Haq o el Centro Palestino para los Derechos Humanos.
Por último, la movilización ciudadana sigue siendo una herramienta clave: sumarse a campañas de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), escribir a representantes políticos y participar en acciones públicas contribuye a visibilizar el sufrimiento de Gaza y a presionar por un cambio real.
La ética es el tránsito del ser al deber ser, y sus principios nos obligan a intervenir para que así sea. En algunos lugares, aunque todavía sea un movimiento incipiente, así lo han entendido colectivos profesionales y actúan rompiendo el silencio organizándose y llamando a la movilización. En Granada, recientemente, el colectivo Sanitari@s por Palestina convocó una emotiva concentración cargada de simbolismo en el que se ponía de manifiesto el exterminio del pueblo gazatí y la necesidad de una intervención inmediata desde todas las instancias para frenarlo. El manifiesto con el que cerraba la concentración terminaba con un alegato a la profesión médica y sanitaria y al ministerio de sanidad: “URGIMOS a las organizaciones profesionales de España, nuestros Colegios profesionales, nuestras sociedades científicas, a salir de la pasividad y el silencio cómplice y a que llamen a los y las profesionales a la implicación activa en la lucha contra el Genocidio. No vale hacer un “comunicado” un día y olvidarse luego durante meses.” Se reclama a la ministra de sanidad Mónica García una actuación más firme ante la crisis sanitaria en Gaza, más comprometida que las meras declaraciones y que “desde su puesto en el Consejo Ejecutivo de la OMS proponga e impulse resoluciones de condena a la destrucción sanitaria de Gaza por Israel y de investigación de estos actos criminales”, así como que mejore de forma efectiva la evacuación de heridos palestinos a España, ya que hasta ahora ha sido mínima.
Gaza no es un "conflicto lejano". Es la línea roja que define el alma de nuestras profesiones y, por extensión, de nuestra humanidad compartida. La traición de quienes guardan silencio no solo condena a un pueblo; envenena los cimientos éticos de la medicina, el periodismo, el derecho y la academia.
El Rostro del Otro gazatí nos mira. Su sufrimiento, inmenso e injusto, es una llamada a la Razón Cordial. Los códigos deontológicos, lejos de ser papeles venerables, son armas de lucha que exigen ser esgrimidas hoy.
La historia juzgará a esta generación de profesionales no por su éxito profesional o sus publicaciones, sino por su respuesta ante el genocidio en Gaza. Quienes eligieron la complicidad por omisión llevarán para siempre la mancha de la traición. Quienes se alzaron, incluso contra viento y marea, en defensa de la vida, la verdad y la justicia, habrán honrado el más sagrado de los juramentos: el de ser humanos.
El tiempo de la neutralidad ha terminado. El tiempo de la ética militante, el único capaz de enfrentar la barbarie, es ahora. Gaza no puede esperar. Nuestra humanidad, tampoco.


