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He cogido la azada y he salido al jardín con la intención de preparar un pequeño parterre donde plantar pimientos (seguir leyendo).

He cogido la azada y he salido al jardín con la intención de preparar un pequeño parterre donde plantar pimientos. Aunque mi jardín es pequeño, me las arreglo para reservar ciertos espacios donde sembrar, según el momento, distintas plantas comestibles. Así, he cultivado en otras ocasiones calabacines, espinacas, judías y patatas.

Al comenzar a cavar, me he dado cuenta de que unos vinagrillos (oxalis pes caprae) se habían instalado sin mi consentimiento en el espacio previsto para los pimientos, atravesando las fronteras de mi jardín procedentes de quien sabe qué erial de las afueras de la ciudad.

Tras dudar un momento, he preferido no arrancar los vinagrillos okupas, aunque esto implique un poco de caos, obligándome a reajustar el sistema de mi jardín y plantar los pimientos en otro sitio.

Nadie debería temer el caos, cuando es una oportunidad que se nos brinda para la renovación.

Me ha sorprendido, además, reconocer en los vinagrillos este comportamiento tan humano. Porque el placer y la necesidad de la transgresión de fronteras y de la ocupación de espacios están arraigados en los genes de la especie humana. Y allá donde vamos, otras especies aprovechan también para instalarse.

Después de ocupar territorios rompiendo y trasladando fronteras durante miles de años, después de colonizar y re-colonizar incesantemente el planeta Tierra, ahora los humanos buscamos otros planetas que invadir. Y con nosotros viajarán otras especies: algunas las llevaremos a propósito con nosotros pero otras no; otras dirán: “si algunos pueden, todos podemos”.

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