Será que me lo creí. Que como tantos otros y otras de aquella olvidada era geológica, en aquel lejano Pleistoceno madrileño ya fenecido, de cuando la ciudad acababa en la M30 y no más allá, nos lo creímos. Los cebolletas de hoy, los que chavales entonces nos abstuvimos en diciembre del 76 por un prurito ideológico y votamos sí en diciembre del 78 por miedo al sacamantecas de caqui y filoso sable, nos lo creímos. Yo entre ellos. Entonces era un pipiolo, un mentecato apimpollado que frecuentaba manifestaciones a la carrera, grises pegando tiros, chavales de mi quinta cayendo a balazos en cualquier esquina del viejo Madrid, Mari Luz Nájera, Arturo Ruiz, los abogados de Atocha... Cual botarates, nos exponíamos despavoridos, simplemente por salir a la calle, pisar la acera, respirar un aire infecto que presentíamos nuevo, o sólo por entrar llevando la contraria en una facultad tomada por lecheras repletas de grises amarroneando, acojonados y armados hasta los dientes, hiperestimulados con anfetas o pánico cerval, ansiosos de carne, piel y tumefación.
Sin saberlo, nos jugábamos el pellejo sólo por ser y sólo por existir o sólo por doblegar nuestro miedo para pisar las calles nuevamente en aquella España ensangrentada. Y nos sentíamos amedrentados, arrebatados por el pavor ante lo mismo que tan fielmente retrata el largo documental Siete días de enero: la atmósfera opresiva de aquella terrible semana, gris, obscura, el cielo a plomo, tan parecida, tan igual a tantas semanas que vinieron después. Creíamos estar haciendo justicia transcendente, reivindicando lo perdido por nuestros padres presos, resucitando lo desaparecido tras la muerte de nuestros abuelos asesinados. Será que me lo creí, que nos lo creímos. En Vista Alegre con el PSP de Tierno y con el PCE de la Pasio, en Carabanchel con la Liga y a a la par, con el MC. Y en cualquier sitio y cualquier esquina, mostrando con orgullo cicatices de heridas que no eran nuestras sino de nuestros mayores, enabolando la todavía prohibida bandera andaluza, de cuando hablar de Blas Infante en Madrid aún era anatema rojo separatista peligroso. Y con la tricolor agazapada, apenas vislumbrada no fuera que los pistoleros de cristorey, batallón o tripleA te hundieran el cráneo con un bate o el corazón con plomo, como a Yolanda González. Y nos lo creímos.
Finales de los 70, principios de los 80. Pensábamos, queríamos ya redistribuir la riqueza, colectivizar los recursos, socializar la propiedad, nacionalizar la electricidad y el agua, expulsar a las iglesias, disolver el Ejército, reformar el campo, repartir las tierras... Y me lo creí. Pero llegó la derecha disfrazada de centro y tras su fracaso, la monarquía impuesta por el sanguinario generalito se disfrazó convenientemente de autogolpe de Estado. Y nos asustamos, otra vez. Y nos lo creímos, otra vez. Y nos fuimos de naja. Y doblegamos la cerviz. Y para gestionar nuestro miedo, elegimos a los señoritos sevillanos que tan progres nos parecían, el jersey de cuello largo que prometía depurar el 23F, sacarnos de la OTAN, excluirnos del mercado común, adscribirnos entre los No alineados.
Y nos lo creímos, coño, otra vez, ostias. Pero no depuraron el 23F y sí nos metieron en la OTAN y nos colaron de rondón en la UE y nos alejaron de los países pobres, de los emergentes, de aquel antiguo Tercer Mundo. Y nos dijeron que éramos modernos, ricos, europeos, primermundistas... Y me lo creí. Y nos lo creímos. Y cómo pasan los años, y las décadas. Y todo cambia, para que nada cambie si no es para peor. Globalizados estamos, con salarios de miseria para los pocos que aún trabajan, empresas explotadoras, jefes y dueños recrecidos y aupados en el púlpito de "como chistes, te despido" y "si me dejan, te fusilo como a tu abuelo". Y a callar, majos, a callar que nada cambia. Y que nada perturbe a los de siempre. A los viejos amos, que se convirtieron, pura retórica, en dueños, en CEOS, para dejar de ser dueños y volver a ser amos. Y tuvimos que plegar orejas, agachar la testuz y asumir nuestra condición de súbditos, de siervos en este tiempo de postverdad postfascista postliberal. Y nos rendimos. Y nos lo creímos. ¡Será que me lo creí!
Aunque a veces resucita en mí el disidente que en mí habita. Y se rebela. Y busca epatar mostrando paradojas políticas. Y lo hace. Hoy, el contradictorio insumiso me recuerda que en el pueblo de donde pasto —como el buey, que no es de donde nace— sólo hay dos o tres humildes callejones oscuros y perdidos que evocan la memoria de los alcaldes republicanos y un monolito viejo y oxidado a modo de poligonero buzón de correos. Y mi yo prudente me pide que me modere, que me someta al viento dominante que rinde culto a la plutocracia bodeguera local y a la confesión religiosa prevalecente desde hace 17 siglos. Pero ni mi yo rebelde ni el de los que conmigo van se someten. Y buscan en el callejero municipal a la inexistente avenida de la República Española y encuentra, oh sarcasmo, que el mayor homenaje de la domeñada democracia a la oligarquía cómplice del franquismo es aquí, en Jerez con la avenida a un franquista Álvaro Domecq y con la glorieta a un alcalde primoderiverista exaltadamente falangista, advocaciones vergonzantes por las que un pueblo homenajea a sus dictadores.
Más el contradictor que habita en mí busca afanosamente monumentos, plazas, calles y edificios dedicados a la libertad, al pensamiento libre, a la igualdad y la fraternidad, a los valores republicanos en suma. ¿Para qué? Casi no existen, sólo presentes en dignas barriadas rurales y apenas, nada, en salones urbanos, en mástiles municipales, en ordenanzas consistoriales, en sus plenos y en la junta de gobierno local. Creí yo que en este Ayuntamiento, en todos los ayuntamientos iban a florecer y arraigar los valores republicanos, laicos, aconfesionales y liprepensantes. Será que me lo creí. Ingenuo yo, planté un guindo en mi patio y a él me subí. Y al caerme descubrí que la exclusión, la oscuridad y el medievo siguen imperando en mi entorno, hasta en su callejero municipal.
En Jerez de la Frontera, pásmate, asombrado forastero, hay calles y plazas dedicadas a los agustinos; las ursulinas; la Amargura; los ángeles; la Amarga Cena; el Santísimo; las Ánimas de San Lucas; la Blanca Paloma; el Desconsuelo; la Doctrina; la Merced; la Milagrosa; las Angustias; la Madre de Dios; la Divina Pastora; la Cruz de la Palma; Belén; la Buena Muerte; la Caridad; Nazaret; San Telmo; el Mandamiento Nuevo; el Señor de la Entrega; la Encarnación; María Auxiliadora; ¡al Santo Ángel de la Guarda!; a María Santísima de la Candelaria; a María Santísima de la Concepción; las Monjas; al Monte Calvario; el Carmelo; el Movimiento Scout Católico; a un presbítero; un párroco; dos sores; tres venerables; tres jesuses (Tres Caídas, Asunción, Nazareno...); tres madres (María Luisa Díez, Pilar Garcés, Teresa de Calcuta); tres obispos; cuatro beatos diferentes (Diego de Cadiz, Fco. Camacho, Juan Grande y Juan Pecador); seis vírgenes (Fátima, Amargura, La Estrella, Loreto...); ocho hermanos (Bernardo Suplicio, Eleuterio José, Tomás Bengoa...); 15 padres (Padre Carbonilla, Chaminade, Fidel, Francisco Fuego...); 20 ermitas (Setefilla, Palomares, Caulina, de Guía...); a 57, ¡CINCUENTA Y SIETE! Nuestras Señoras distintas (la de la Luz, la Mayor, la Peregrina, Amor y Sacrificio...); ¡a 108 SANTOS DISTINTOS! (San Lucas, San Luis, San Miguel, San Onofre...); y también al Cardenal Bueno Monreal; al fundador de la secta Opus Dei monseñor Escrivá de Balaguer (advocación inaugurada el mismo día que el busto al golpista Pemán); a los Papas Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II; a San Juan de Ávila, al presbítero Visley...
Y a ninguna, A NINGUNA REPÚBLICA ESPAÑOLA. A ninguna. Ni a la primera. Ni a la segunda. Ni al sentimiento por la tercera. Ni al laicismo militante. ¿Para qué, si los de mi antigua quinta, los dinosaurios que votamos en el 78, tan viejos como yo, perfectas momias más estiradas que la de Lenin de cera en su mausoleo con urna de cristal, tenemos más tragaderas que el aliviadero del embalse de Guadalcacín? ¿Para qué, si quienes gobiernan carecen de la precisa fluidez que comunique su más íntimo componente ético con su más contraria vertiente política? Nos lo creíamos todos. Creíamos que íbamos a cambiar el mundo. A lo grande. Empresas, propiedades, tierras, beneficios... Y a lo pequeño, pues hasta íbamos a conquistar el callejero municipal. Y a cambiarlo, en homenaje a la libertad, a la fraternidad, a la igualdad y a nuestros mayores muertos, presos y desaparecidos. Será que me lo creí. Me lo creí.
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