Señora Tejerina, la ideología de Andalucía se llama memoria

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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Cómo no. No podía faltar una campaña electoral andaluza sin alguien del PP caricaturizando y mostrando todo su odio contra Andalucía, tierra a la que no perdonan que en todas las convocatorias electorales de ámbito autonómico haya puesto barreras a la derecha. Cierto es que el PP Andaluz lleva años esforzándose por no parecer antiandaluz y no ser situado con aquella derecha cerril que se opuso a la autonomía, pero si Andalucía tiene algo bueno se llama memoria.

En Andalucía hay una cosa que no conocen los habitantes de Castilla y León. Se llama recuerdo nítido de la miseria. Hombres y mujeres de 60 años que aún recuerdan vivir en calles sin asfaltar, sin alumbrado público y ver salir a sus padres, y ellos mismos, cada mañana a la plaza del pueblo para que el señorito de turno les dijera que sí, que ese día lo llevaban a recoger aceitunas, a segar o coger tomates o naranjas. Millones de andaluces y andaluzas tienen todavía en su relato familiar historias de mujeres, que todavía viven, que fueron sacadas de la escuela con ocho o nueve años para ponerlas a servir en la casa del señorito del pueblo.

Rosario, una mujer analfabeta que tiene 80 años, nacida en un pueblo de Jaén, lloraba cada día camino de la casa de los señoritos donde iba a servir con 8 años. Lloraba siempre en el mismo sitio, delante la escuela de donde la sacaron. “A mí me gustaba mucho leer y me sacaron para ponerme a fregar sueldos de rodillas y cuidar niños que tenían mi edad”, me contaba en Valencia, donde se marchó en los años 50 para buscar una oportunidad lejos de los señoritos.

Allí parió a su hijo que pudo estudiar Derecho. Su hijo, un hombre ejemplar, es hoy catedrático de la Universidad de Valencia y llegó a presidir el Tribunal Europeo de Derechos Sociales. Lo estudió todo con becas mientras su madre le fregaba los suelos a los ricos de Valencia. Esa mujer ha tocado la miseria con sus manos y se la ha transmitido a sus hijos y éstos a sus nietos.

Como Rosario hay en Andalucía, también en Extremadura, millones de historias cotidianas que son la crónica de una tierra marcada por la pobreza, la emigración y unos señoritos que funcionaron, todavía funcionan en muchos sitios, como gobernadores del poder franquista en esta comunidad tan grande como un país.

Por eso, cuando la derecha ataca la situación de Andalucía, como si aquí anduviéramos con taparrabos, consigue rechazo en lugar de apoyo del pueblo andaluz. El PP cuando habla de pobreza no lo hace desde el dolor social de quien la ha sufrido o la sufre, sino desde el odio, el desprecio y la rabia acumulada que tiene a una tierra que le corta el paso de manera incomprensible. Incomprensible para el PP, no para los andaluces y andaluzas que saben muy bien lo que votan y por qué.

Tener recuerdo nítido de la miseria significa que a los andaluces, también a los extremeños, nos parece un milagro tener centros de salud a tres calles de nuestra casa; tener hospitales donde entramos por la puerta de urgencia con el DNI y no con la tarjeta de crédito. Nos parece increíble que, siendo hijos e hijas de analfabetos, hoy tengamos títulos universitarios, másteres obtenidos con esfuerzo y no por contactos con la élite. Nos parece épico que podamos mirar de tú a tú a los herederos de los señoritos que rifaban en las plazas de los pueblos a los jornaleros que se llevaban tajo por cuatro perras gordas. Rifaban a nuestros padres, madres, abuelos y abuelas. Y eso, lo puedo asegurar, no se olvida y se transmite de generación en generación.

Los andaluces y extremeños valoramos lo que vale un peine porque no hemos tenido ni para peinarnos. Claro que podríamos estar mejor y tener otra gestión política que nos permitiera abandonar el liderazgo de las clasificaciones más tristes: pobreza, desigualdad, malnutrición infantil, abandono escolar, bajos salarios, acumulación de mucho en pocas manos y un sinfín de variables a las que urge darles la vuelta y de lo que todo no tiene la culpa el franquismo.

El gran problema que tiene el PP es que es incapaz de que los anhelos del pueblo andaluz, nuestros deseos y certezas de que podríamos vivir mejor, se confíen a su opción política. Yo he visto a Chari, una mujer de 48 años que tiene un quiosco de pipas en uno de los barrios más pobres de España, subirle cada día a su vecina un puchero de chícharos para amortiguar el golpe de la crisis económica, los recortes y el abandono social que sufre la gente sencilla en Andalucía.

El puchero de Chari, que gana 400 euros al mes vendiendo chucherías, pipas y cigarrillos sueltos en un quiosco que se cae a cachos de un barrio periférico de Sevilla, es la ideología de Andalucía. Y la memoria. Por eso, el PP lo tiene muy difícil en Andalucía, porque aquí los pobres no pelean entre sí, sino que colaboran, se ayudan, comparten.

En los peores momentos de la crisis, en Andalucía hemos llegado a tener cifras de desempleo de casi el 40% de la población activa. Aquí se ocupaban viviendas vacías por criaturas que habían sido desahuciados con la ayuda de los vecino. Eso en otro país hubiese derivado en una guerra civil, aquí se ha amortiguado el golpe porque la gente no ha dejado nunca de ayudarse, de ser comunidad, de cuidarse. En el fondo, los insultos y desprecios del PP son una explosión de la rabia acumulada por no entender el porqué los andaluces, a pesar de ser más pobres y desiguales que en ningún sitio de España, rechazan una y otra vez a su partido.

Afortunadamente, en Andalucía no funciona la ideología del sálvese quien pueda que está en el frontispicio de la ideología de la derecha española que mira con ojos de odio a esta bendita tierra. La identidad andaluza es la solidaridad, la igualdad y la memoria. Todavía hay madres que nos recuerdan cuando iban al sanatorio porque el médico era de pago y no atendía a los pobres. Y eso, señora Tejerina, no se olvida. A Dios gracia.

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