Semana Santa y la alegría

Se lavarán los pies de quienes se laven, se soltará a varios barrabases, habrá saetas y levantás. Cuando pase Semana Santa, el domingo, los turistas volverán por donde vinieron y la vida regresará

Semana Santa y la alegría. Autor de la imagen: Pablo Martínez-Calleja.
Semana Santa y la alegría. Autor de la imagen: Pablo Martínez-Calleja.

Ya pasó el Congreso de la Lengua de Cadi, pasó el cajonazo al que nunca se expuso el rey del cajón y empezó la Semana Santa. Decir que aumentó el empleo no sé, en verdad, qué significa, hasta que no tengamos los datos de precariedad en el empleo, una estadística que no se publica mensualmente y deberían. La felicidad es una alegría normativizada que se basa en tener un buen laburo, una buena casa, un buen coche, vacaciones de lujo y varias cosas más. Sí, ya sé, las facultades de psicología proponen encuestas en las que plantean preguntas sobre la satisfacción personal, la fe en dios y varias cosas más muy abstractas y exotéricas. Si la felicidad, insisto que normativizadora, no estuviera demasiado basada en el consumo, se consumiría notablemente menos.

¿Cuáles son los verdaderos elementos de la satisfacción personal?, ¿cuáles los de la realización personal? Por si fuera poco lo que propongo, como reflexión, queda por ver lo que se proclama como la alegría. Quédense felices y dejen la alegría como una emoción íntima sobre la que solo cada persona tiene su gobierno.

La Semana Santa, por ejemplo, parecería ser motor de alegría. Se me complica entenderlo, dado que en la Europa de la que vengo la plantean como sinónimo de primavera, del renacer y todo lo demás: ¿cómo es posible que en este Hemisferio Sur en el que estoy Semana Santa caiga en otoño, lluvioso, gris, oscuro y melancólico, sinónimo del ocaso? Claro, no lo habíamos pensado llevados por la universalidad de dios, aunque resulta que las estaciones y la luz no tengan nada de universales.

Llegué a este Hemisferio cuando hacía un sol espléndido, un calor severo y era Navidad con papas noeles vestidos de invierno. Ahora que es otoño y llueve la esperanza del renacer se reduce a que en las quizá ocho cuadras que van de 18 de Julio al Bulevar España, por la calle Dr. Pablo de María, haya más de ocho habitaciones preparadas con la cama hecha para pasar la noche bajo un voladizo en la calle. Cuando me hablan de que alguien está en situación de calle me doy cuenta de que la intención de esa expresión es burocratizar la pobreza, hacerla metálica y mecánica para manejarla burocráticamente. No, en Europa no es diferente y tampoco es mejor. Hablando de burocratizar: también la guerra de invasión contra Ucrania se ha burocratizado en el lenguaje, como antes la de Siria y varias mas. No sé, todavía, cuánto se haya hablado del lenguaje inclusivo en el Congreso de Cadi: lo averiguaré. Mientras tanto confío en que muchøs de nosotrøs seguiremos usándolo para desburocratizar la vida de las mujeres y de la Humanidad, todo al mismo tiempo.

La Semana Santa no es una burocratización, me adelanto, sino una teatralización de la vida que se atribuye a Jesús de Nazaret que sirve lo mismo para un roto que para un descosido, y para el turisteo en el que ha venido a fundarse nuestra sociedad de consumo. Empezamos con las playas al final de los cincuenta, había ya turisteo en la Venecia de los grandes pintores y hemos alcanzado a transportar ciudades enteras con todos sus desagües desaguando en la mar: los llaman cruceros. Volviendo: ese teatro, como todos los teatros, necesita un público y lo tiene; un público para el que Larra, en su columna legendaria ¿Dónde está el público?, no había previsto nada. Y está la parte del público que se siente parroquia y en ese jardín no me meto. Solo como información, en el Uruguay se celebra la Semana del Turismo.

Como en Cadi, que la mitad del Carnavá se mete bajo los pasos, en la Quebrada de Humahuaca la mitad de las diabladas se sube a los cerros tocando el sikuri para bajar a la Virgen de Copacabana de Punta Corral a Tumbaya. Y sí, sigue y seguirá habiendo cosas nuevas bajo el sol. Los refranes, como me parafraseaba el remissero que me llevaba al aeropuerto (Argentina es el país número ocho en extensión del mundo): “a mi abuela ya no la hago caso  porque se me arruinaría la cosecha”. Con los refranes se nos viene arruinando el saber y la vida moral desde que existen y sirven, entre otras cosas, para hacer responsables a los pobres de su pobreza.

Se lavarán los pies de quienes se laven, se soltará a varios barrabases, habrá saetas y levantás. Cuando pase Semana Santa, el domingo, los turistas volverán por donde vinieron y la vida regresará, sin renovación visible, a castigar a los castigados con ayuda de todos; las personas que viven y habitan en las calles seguirán siendo cosificadas con esa expresión de hormigón armado de “vive en situación de calle”, excepto que dios lo remedie… Pero dios no existe.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído