Beas de Segura.
Beas de Segura.

La infancia: Sierras calizas del noreste de Burgos.

El trillo dando vueltas en la era sobre la paja, yo montada encima tan contenta. Con la merienda: pan, queso y cerezas subir a jugar entre los bojes con mis amigas y ver el pueblo desde arriba reconociendo nuestras casas y  escuchando las voces de la gente, tal es el silencio.

El abuelo que nos manda a cambiar el surco a las judías y nos da una perra gorda por cada lata que llenemos de escarabajos de la patata, tan rallados.

El río que nos parece enorme y es una heroicidad cruzarlo con una hermana mayor, nadando cauce arriba despacio entre la vegetación de ribera.

Nos encargan que cojamos los cangrejos para la paella que están haciendo en el pinar. Hemos puesto antes los reteles y los más valientes cogen los bichos con cuidado de las pinzas pinchudas.

La fuente en la plaza y las cabras que bajan al atardecer y beben en ella antes de recogerse cada una con su dueña que la está esperando, con la media puerta de arriba, abierta y la media de abajo, cerrada hasta que llega el animal.

A la romería en burro y la orquestilla del pueblo tocando las piezas de moda para que bailen muchas parejas con salero. Una niña con otra niña y dos chiquillos que vienen a “sacarnos” y a ti no te gusta el que te toca y me lo encasquetas a mí.

Chocolatadas en una fuente, entre los pinos y los primeros escarceos. Por la noche poder jugar hasta las tantas a “guardias y ladrones” por todo el pueblo… Sentirse libre todo el día. Siempre Madrid. En Madrid, vivir en un piso, al colegio temprano, comer allí y volver por la tarde. Los deberes y la cena.

Menos mal que somos 6 entre hermanos y hermanas y siempre hay animación. Mi madre, verdadera amante de la naturaleza, nos lleva a las Guías de España, organización apolítica en aquellos tiempos difíciles y los domingos nos vamos de excursión en tren, a los alrededores. También se organizan campamentos, más lejos, con velada alrededor del fuego y las estrellas encima, con sensaciones inolvidables.
Luego la carrera de Biología. La universidad abre un mundo de conocimientos, experiencias y amistades. Además de las clases, hay regularmente salidas  al monte, también cines, reuniones, discusiones y “guateques”.

La madurez: las sierras calizas del noreste de Jaén.

Compartir ese mundo me lleva a emparejarme con un más que aficionado a la montaña y al agro. Y hay que tomar una decisión importante: un proyecto de vida. Elegimos vivir en un pueblo, asumiendo sus carencias y disfrutando sus ventajas. En el ámbito  profesional y en el social, un compromiso con el desarrollo rural. Por un lado, ejercer en un instituto de pueblo en el que hay comunicación fluida con el alumnado y las familias. El contacto directo con el medio es  fácil, se pueden coger insectos o flores para observarlos en la lupa binocular, haciendo buenas prácticas de laboratorio. Se observa el paisaje del olivar que nos rodea y entre los adolescentes, sus mayores y el profesorado se construye el aprendizaje. Reunirse con más educadores que buscan  mejorar en su trabajo y formarse, poner en común las experiencias y continuar el camino, en compañía.

Por otro lado, vivir el día a día con las conversaciones pausadas o al contrario, el vuelco de las fiestas populares en las que todo se vuelve del revés.

Y participar con las asociaciones en un tejido que nos une para valorar lo bueno y para sobrellevar lo malo. Proponiendo y llevando a cabo proyectos creativos muy distintos, desde folklore, a teatro y música, fomentando la autoestima en un rincón serrano alejado de la urbe más próxima.

Encontrar personas afines en la búsqueda del equilibrio con el medio, compartir buenos ratos y ricos productos ecológicos, fomentado la cultura del respeto al planeta. Se echan de menos muchas cosas. Algunas se consiguen, organizándose, acercándolas: los conciertos, los foros de debate, o el cine más raramente. Afortunadamente, se ha podido viajar y se han completado deseos y carencias. También se reciben visitas desde la ciudad que buscan llenar otras faltas.

Salir andando por un camino y llegar al campo. Ver desde lavanderas a buitres, desde violetas a grandes encinas. Conocer la sierra quebrada y extensa. Encontrarse con gente diversa, cantar y bailar las jotas con la compañía de un buen grupo.

Sensación de libertad.

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