Ricos pero indigentes: la gran paradoja de los pequeños pueblos forestales

Ingeniera Técnica Forestal y alcaldesa de Orea.

Una vista área de Orea, un pueblo forestal. Una vista área de Orea, un pueblo forestal. Ricos pero indigentes: la gran paradoja de los pequeños pueblos forestales.

Hay días en que todo lo normalizas, aunque sea para coger impulso; pero normalizar la injusticia es un acto tan vil, como castrante. Por eso cuando llegó la denuncia por transitar en una zona de bajas emisiones de Madrid, pensé en lo injusto que resultaba, pagar por una contaminación a la que no contribuía.
Pero pongamos en contexto la situación. Vivo en la zona con menos contaminación lumínica, acústica y atmosférica de la Península Ibérica, en la cabecera del Parque Natural del Alto Tajo, en Orea, donde se encuentra el que es el Bosque del Año 2023 y de cuyo seno brota el agua de los tres primeros afluentes del Tajo. En esta parte del Sistema Ibérico, se encuentran los Montes Universales, el Alto Tajo, La Sierra de Albarracín, la Serranía de Cuenca, entremezclándose unos con otros y fluyendo como no lo pueden hacer las líneas en un mapa. Una zona rica en biodiversidad, en vínculo humano con el territorio, que fija gran parte del carbono que se emite en las ciudades y que no se compensa. Nada. CERO.

Pueblos que han sabido conservar espacios o que se han visto obligados a ello, porque les iba su futuro, con saberes heredados o aprendidos, pero cuyo resultado se plasma en unos territorios que se quieren proteger a toda costa desde las ciudades, que ya en sí mismas tienen un gran complejo de destrucción en su desarrollo, sin entender que hay otras realidades, otro tipo de comunidades que han entendido el lenguaje de su entorno y que no lo han arrasado, al contrario, han vivido en él estableciendo profundos vínculos simbióticos.

Como decía, tengo que ir a Madrid, pero tengo estropeado el coche bajo en emisiones y con la etiqueta permitida, que es el que usamos para los viajes largos (parece que no viene al caso, pero sí, porque desde Orea, son casi todos) y decido no anular mi participación en una jornada organizada por una universidad; si me decidiera por el transporte público, necesitaría tres días para ir y volver de Madrid, así que me decanto por coger el otro vehículo de cercanías, que es ese coche batallero que utilizas para moverte por los alrededores de tu pueblo y poco más.

Así, una mañana de noviembre, salgo a las seis de la mañana para ir con tiempo, recibiéndome en la puerta de casa un precioso cielo estrellado y con un incipiente amanecer fresco, con un aire limpio que hace que cada día sea un presagio de todo lo bueno.

En muchas tertulias, mesas redondas, congresos en los que he participado, se me hace llegar el mensaje de que cada uno elige dónde quiere vivir y que muy poca gente escoge un pueblo. ¿Pero realmente se elige libremente?...con esos pensamientos por la NII ya llegando a Madrid, me pregunto cómo sería mi vida si viviera aquí, en este cielo gris descafeinado y plomizo que no me deja ver ese azul trasparente que seguro que ya están viendo en mi pueblo. Cómo me sentiría entre atascos, ruido y luces de colores, no de esas que ves las mañanas de invierno cuando el hielo se posa en las ramas de arbustos y árboles y que reflejan los mil colores del arcoíris, no; me refiero a las de sirenas, semáforos y anuncios que te hacen desear lo que no necesitas...
La realidad es que Madrid (por hablar del lugar en cuestión, pero apelando a la honestidad podríamos referirnos a cualquier gran ciudad), es un lugar de oportunidades, por eso las personas la eligen para vivir; pero también es un agujero negro que se traga las oportunidades de esas otras poblaciones más débiles,
recibiendo las más altas compensaciones de los tributos del estado por habitante, a pesar de tener ingresos de sobra para sostener servicios. SI. Estoy hablando de la distribución de fondos públicos a los municipios. En nuestro país, quien más tiene, más recibe. No sé si esto se basa en una cuestión de injusticia premeditada o de un abuso de poder, del más fuerte sobre el más débil.

En fin, yo sigo mi camino y ahí me adentro yo, en el agujero negro que todo lo absorbe y que dicho sea de paso, me gusta disfrutar, eso sí, en pequeñas dosis... obligándome a adoptar el lenguaje urbano que necesariamente has de entender (nadie se ocupa de hacer lo propio en el medio rural), desde el mismo momento en que pones tus pies (en este caso ruedas) en la Avda de América. Con toda mi concentración en las luces, los mensajes, otros coches y el google maps, llego a mi destino a tiempo. Muy a tiempo, por cierto. Desconociendo que para acceder al parking que tan amablemente me ha ofrecido la Universidad, debía adentrarme en una calle de bajas emisiones.

Este desconocimiento, como es de ley, no me evitó la correspondiente multa. La cual me hizo reflexionar profundamente sobre las grandes paradojas de nuestra sociedad. A veces el enfado te hace cruzar la línea del anonimato y proclamar a los cuatro vientos verdades como puños, que acostumbramos a callar, pero que deben ser dichas.

Pueblos inmensamente ricos en patrimonio, que se encuentran en la miseria económica más absoluta, pero que son necesarios para compensar las emisiones de carbono que se producen en las ciudades. Esas emisiones que pretende disminuir el ayuntamiento de Madrid (que no digo que esté mal, muy al contrario) y que se fijan en los bosques donde se encuentran estas pequeñas comunidades selvicultoras ligadas a ellos, hasta el punto de que no se entienden las unas sin los otros y viceversa. Pueblos que no pueden generar oportunidades por falta de medios, pero que producen el agua que bebes, purifican el aire que respiras y en el camino, producen recursos sostenibles de primera calidad; si, esos tan necesarios para el tránsito hacia una economía verde y que se generan con la gestión de los bosques, a la vez que los hacemos más resilientes frente al cambio climático...
¿Pagué la multa? Si. Claro que la pagué; pero el cabreo me hizo echar cuentas.

Según los datos que se recogen en la página www.madrid.es , en 2020 se emitieron casi OCHO MILLONES de toneladas de CO2 equivalente.
El precio de emisión de la tonelada de carbono en el mercado libre, que es al que pueden acceder los propietarios de bosques ya establecidos (el regulado es para repoblaciones, por favor ojo a esta absurda paradoja), el precio por tn de carbono (el bono se le llama) oscila entre los 2 y los 30€. Hagamos la media. 16€/ tonelada. Como dato, el mercado regulado cerró diciembre de 2022 con 85,76€ la tonelada.

Teniendo en cuenta que según un estudio, realizado por el INIA, la fijación de carbono en el parque Natural del Alto Tajo asciende a 864.56 tn/ha y que la propiedad del Ayuntamiento de Orea es de 5.000 ha de bosques, atención al dato, sólo un pequeño pueblo de 220 hab, como Orea, ha aportado al sumidero de carbono nacional 4.322.800 tn que al precio de 16 €/tn (recordemos que es irrisoria frente al precio del mercado regulado) suponen 69.164.800 Millones de euros que el pueblo NUNCA HA INGRESADO.

Ese es el cómputo general, pero anualmente ese cómputo aumenta un 0.6%, lo que supone una absorción anual de 220.462,8 tn/año, que al precio de 16€/tn, son 3.527.404,8€ anuales, que NUNCA LLEGAN. (Pero que sí computan en el cálculo total a nivel nacional).

En este cómputo no se incluye el cálculo de la ganadería extensiva, que se estima que fija 7 kg de carbono, por cada kg de canal... sólo en Orea tenemos cerca de 3.000 ovejas, 300 cabras y 100 vacas madres...

Osea, que en una ciudad como Madrid se emiten OCHO millones de CO2 eq, al año y en Orea fijamos más del 2.75% de lo que allí se emite, aunque en habitantes la relación es de 0.006%... Vaya, que cada habitante de Orea está aportando 16.033,66 € anualmente para compensar las emisiones que se llevan a cabo en la capital de España. Según el mercado libre. Recordemos que según el regulado serían 85.180 euros por habitante y AÑO!!!


¿La realidad? No. No sólo no se compensa, ni siquiera se reconoce. Esto tan desconocido para el conjunto de la sociedad, pero tan necesario, es invisible!! ¿La verdad? Orea, es rico en patrimonio pero se encuentra en la más perversa indigencia económica. ¿Lo dramático?, no es un caso único, sino que se trata de una realidad que se repite en todos y cada uno de los pequeños municipios de nuestro país que son esenciales para el futuro común y que reciben ni compensación, ni reconocimiento. Por ello invito a todos los pueblos custodios de espacios necesarios para el conjunto de la sociedad a que cuantifiquen su aporte. Parece frívolo y siempre nos quedaremos lejos de acertar en la inmensa aportación que se hace. Pero, aunque sea triste, es la forma de que se nos entienda. El dinero es un idioma universal.

Porque a pesar de todo, aún no se ha aprendido a conservar a quienes conservan, a compensar lo esencial para la vida, a reconocer el esfuerzo de una sociedad que parece flotar en la esfera de otro planeta por lo desconocida que es y afrontar el futuro desde una mirada de justicia social, que vaya más allá de las zonas periurbanas de las grandes urbes.

Deseo que este año 2023 sea el del sentido común, la comprensión, la compensación y el reconocimiento, hacia esas otras realidades que se desconocen, pero que son esenciales para el futuro de la humanidad.

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