Hay historias que nacen del convencimiento profundo de que otra forma de hacer las cosas es posible. Así surgió el Premio Andrés Núñez de Prado a la Investigación en Producción Ecológica, fruto del compromiso compartido entre Ecovalia y la familia Núñez de Prado, como homenaje a un hombre adelantado a su tiempo: Andrés Núñez de Prado, ingeniero agrónomo y pionero en la producción de aceite de oliva ecológico en Baena. En una tierra tradicionalmente conservadora, él se atrevió a innovar, a mirar el olivar con otros ojos y demostrar que el respeto por la naturaleza podía ir de la mano de la excelencia.
Su legado no solo se mide en litros de aceite o hectáreas cultivadas, sino en el impulso que dio a una forma diferente de entender la agricultura: más humana, sostenible y coherente con el entorno. Con ese espíritu, Ecovalia y la familia Núñez de Prado crearon este premio con el propósito de apoyar la investigación en producción ecológica, en un momento en que pocos científicos se atrevían a adentrarse en este terreno. Con una dotación económica de 6.000 euros, el galardón supuso un reconocimiento modesto en lo material, pero enorme en su significado: ofrecía esperanza, respaldo y visibilidad a quienes trabajaban en silencio por un futuro más verde.
Con el paso del tiempo, el premio amplió su horizonte. A la categoría de investigación se añadió el Premio a la Defensa de la Producción Ecológica, para reconocer también a quienes, desde los más diversos ámbitos —académico, político, social o económico—, han defendido con convicción el desarrollo del sector, sus productores y sus valores.
Hoy, el Premio Núñez de Prado es un símbolo de excelencia y compromiso. En su lista de galardonados figuran investigadores de las principales universidades españolas, con especial mención a la Universidad de Córdoba, por su sólida tradición en las áreas de Agronomía y Veterinaria. Los trabajos premiados abarcan todos los sectores: olivar, ganadería, hortícolas, viticultura… y proceden no solo de España, sino también de Alemania, Italia, Suiza, Reino Unido, Francia, Ecuador o Perú. Una proyección internacional que demuestra cómo desde un entorno rural como Baena, fiel a su identidad y sus raíces, puede irradiarse conocimiento e innovación a todo el mundo.
Pero más allá de los reconocimientos, el Premio Núñez de Prado tiene su momento mágico. Llega cada año, a finales de noviembre, el domingo más cercano al día de San Andrés, cuando las primeras aceitunas han pasado ya por la tolva y el aroma del nuevo aceite inunda el aire y los hogares. En ese instante, la casa de los Núñez de Prado se abre para acoger a productores, investigadores y amigos que comparten una misma visión.
Y es entonces cuando uno comprende el verdadero sentido de este premio: no se trata solo de galardones, sino de pertenencia. Porque ese día, en Baena, todos se sienten en casa —en la casa de la familia ecológica, donde el compromiso, la tierra y la emoción se confunden en un mismo latido.
