¿Para qué sirven las aves de medios agrícolas y urbanos?

No queremos un jardín sin flores, ni un campo o ciudad sin aves. Una primavera silenciosa sería un mal presagio para la humanidad

Juan José Negro Balmaseda.

Profesor de Investigación del CSIC

Exdirector de la Estación Biológica de Doñana-CSIC e Investigador.

Los Toruños celebra el Día Mundial de las Aves.
Los Toruños celebra el Día Mundial de las Aves.

La pregunta contiene, lo admito, cierta trampa. Dicho de esa manera, parece que estuviera buscando, o prometiendo contar, utilidades para nosotros los humanos. Y ciertamente las tienen y las expondré en este ensayo. No obstante, la existencia de aves en zonas transformadas, y me refiero a las silvestres -no a las domesticadas o las enjauladas- no debe explicarse únicamente por los servicios que nos prestan. Antes de nuestras transformaciones, antes de la misma existencia de Homo sapiens como especie, había comunidades de aves en los lugares que ahora reclamamos como nuestros. Las especies que quedan son los restos de aquellas comunidades. Aves que, de hecho, sacan partido de nuestro peculiar modo de alterar los paisajes y pueden prosperar en medios abiertos y simplificados salpicados de construcciones agregadas (los núcleos urbanos) o segregadas (cortijos y otras construcciones en el campo). Soy de la opinión de que, por haberse adaptado a nuestra presencia y actividad, se han ganado nuestro respeto e incluso que aseguraremos su conservación.

En ciudades y pueblos habitan especies tales como gorriones, palomas bravías, estorninos y cernícalos primillas y comunes. Las tres primeras ocupan el podio de las aves más comunes del planeta precisamente por haber llegado, a veces transportadas en barco por humanos repobladores, a todos los rincones habitados. Se trata en general de especies que crían en oquedades, ampliamente disponibles en los tejados y paredes de las casas y que pueden completar su ciclo vital dentro de la zona urbana o alimentándose en los campos cultivados adyacentes. No olvidemos tampoco en esta parte del mundo a las cigüeñas blancas y las golondrinas que sí construyen sus nidos. Las cigüeñas son afanosas carpinteras que acumulan palos en torres y tejados. Las golondrinas son reconocidas alfareras que fabrican sus nidos con barro. Estas dos últimas especies gozan del favor antiguo de la gente, disfrutan de un respeto ancestral y son parte indiscutible de nuestro acervo cultural.

En las zonas agrícolas, las de secano de cereal y leguminosas se llevan la palma en lo que se refiere a diversidad de aves. Al fin y al cabo, es la forma de cultivo más ancestral y la que ha propiciado una adaptación de las aves durante un periodo más largo. Llamamos pseudoestepas a estas zonas intervenidas desde hace milenios y, como no podía ser menos, las aves que las ocupan son las esteparias. En su mayoría, son especies características de las extensas estepas de pastizal natural centro-asiáticas: avutardas, sisones, aguiluchos cenizos (en primavera-verano) y pálidos (en otoño-invierno), gangas y varias especies de la familia de las alondras. Sin olvidar muchas especies acompañantes como tarabillas, trigueros, los fringílidos, bisbitas y lavanderas. Es además el hábitat propicio para perdices y codornices, objeto de deseo de los cazadores de caza menor. La lista es larga y se incrementa aún más si hay presencia de árboles dispersos, amplias lindes entre parcelas y sotos fluviales.

Los cultivos de regadío son, en su versión industrial y no como huertos caseros, un invento reciente y con un tratamiento más intensivo de laboreo y productos químicos que el secano. Las aves han tenido menos tiempo para adaptarse a ellos y son habitualmente menos biodiversos que los secanos. La excepción está en los terrenos inundados de los arrozales, con aproximadamente un tercio de la superficie nacional situada en el entorno de Doñana. Ahí sí se alimentan y cobijan decenas de especies de humedal, como garzas, los ibis conocidos como moritos, aves del limo, las polluelas, cigüeñas, fumareles y aguiluchos laguneros. En invierno, los campos ya cosechados de arroz atraen gansos y otras aves acuáticas, además de grullas. Los cultivos arbóreos de regadío como naranjales y olivares, tienen no obstante gran potencial para las aves, tal como demuestran numerosas experiencias en ecológico. Este es el camino para compatibilizar mantenimiento de la biodiversidad y producción saludable.

Entonces, ¿para qué sirven las aves? Puedo escabullirme y decir que esa no es la pregunta adecuada. Siempre estuvieron y tenemos la obligación de permitir que sigan coexistiendo con futuras generaciones humanas. Pero es que además nos prestan una ayuda inestimable: por ejemplo, como centinelas ambientales que nos indican si algo va mal. Las cigüeñas ibéricas ya advirtieron del cambio climático y de usos de la tierra cuando hace décadas que dejaron de migrar a África. Las aves son además consumidoras de ciertas especies que son plagas agrícolas. ¿Por qué prescindir de sus servicios ecosistémicos? Y no menos importante, el significado cultural de las aves y el placer estético que proporciona su observación y su escucha. No queremos un jardín sin flores, ni un campo o ciudad sin aves. Una primavera silenciosa sería un mal presagio para la humanidad.

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