Mantener el rumbo

Ingeniero agrónomo

Efectos del cambio climático.

La capacidad de sorpresa que estos dos años nos han impuesto tiende a agotarse, en un comienzo de siglo donde el cambio climático se empezaba a ser percibido por la sociedad, como una amenaza real con efectos palpables, llega una pandemia mundial a poner el mundo patas arriba. Cuando aún no hemos terminado de recuperarnos de dos años muy difíciles, en los que la economía se ha enfrentado a tensiones que no habíamos conocido, estalla una guerra en Europa. Guerra de las que nos afectan, por la cercanía y por las implicaciones de los agentes en juego, uno de los principales suministradores de gas y petróleo a occidente a un lado, y uno de los mayores proveedores de cereales de Europa al otro.

Esta situación, que podemos calificar de tormenta perfecta: sumen las tensiones de demanda originadas por la recuperación económica acelerada tras la activación de la economía una vez que remitía la fase aguda de la pandemia. Añadan también los recortes de suministro causados por las consecuencias de la guerra emprendida por Rusia y todo esto, sitúenlo en un punto en el que empezamos a atisbar las consecuencias del fin de ciclo de las energías basada en combustibles fósiles, que no solo contaminan, sino que cada vez son más escasas. El resultado lo estamos sufriendo todos, una inflación que parece no ser puntual ni coyuntural, una crisis de abastecimiento de materias primas y un encarecimiento del transporte que hace inviable el modelo de economía globalizada. No olvidemos que la globalización basaba su éxito en combustibles baratos para poder interconectar todo el mundo.

Y en medio de toda esta situación caótica, ¿dónde quedó el cambio climático? Pues añadan a la ecuación este factor, el cambio climático, que a pesar de todo sigue siendo la principal amenaza que se cierne sobre nuestro mundo.

La CE había lanzado antes de la pandemia una apuesta decidida para conseguir la neutralidad climática del continente en 2050, esto es, que no emitiésemos a partir de entonces ni un gramo más de CO2 de los que seamos capaces de absorber. Para ello, el Pacto Verde Europeo articula el conjunto de las medidas que deben darse en todos los ámbitos económicos para alcanzar la neutralidad climática y la producción de alimentos es uno de ellos. La estrategia “De la Granja a la Mesa” (herramienta del pacto verde en materia agroalimentaria) se centra en plantear un sistema productivo sostenible que contribuya a la neutralidad climática, donde la Agricultura Ecológica juega un papel clave. Y añade también el establecer un sistema alimentario que garantice la provisión de alimentos sanos y sostenibles a los ciudadanos de Europa.

Pero aprovechando el revuelo y la complicada situación que atravesamos, no han sido pocas las voces que han reclamado echar el freno en la ambición climática de la UE, como si lo propuesto en el Pacto Verde Europeo fuese un capricho snob de países acomodados que ya ni recuerdan desde cuando han cubierto sus necesidades primarias. Pues permítanme decirles que renunciar a la ambición climática que ha planteado Europa sería el mayor error que podríamos cometer como sociedad, porque el Pacto Verde Europeo y con él, la estrategia De la Granja a la Mesa son acciones que necesitamos acometer para poder seguir haciendo algo tan básico como cubrir nuestras necesidades primarias: esto es, producir alimentos con los que alimentarnos, nada más y nada menos. El cambio climático amenaza los sistemas productivos y en nuestro entorno mediterráneo estos efectos serán más notables.

Por lo tanto, no podemos dar marcha atrás, el objetivo sigue siendo el mismo y hacia este debemos dirigirnos. Una situación convulsa como la actual, podemos asemejarla a la de una tormenta en medio de la ruta de un avión, el piloto evitará la tormenta modificando la altura o dando un rodeo, pero por ello deja de llevar el avión a su destino. Pues en estas circunstancias de teóricas crisis de abastecimiento, imputadas apresuradamente a la guerra de Ucrania, podemos plantear medidas de relativa flexibilidad que atenúen los efectos de esta crisis. Pero no es de recibo que, al segundo día de producirse la ignominiosa invasión rusa, ya se alzasen voces contra de la estrategia De la Granja a la Mesa, augurando toda clase de males y desastres por su aplicación. El que Ucrania fuese el primer abastecedor de cereales de Europa desató una crisis de desabastecimiento, pero en medio del pánico colectivo, del que siembre salen beneficiados, nadie recaló en decir que en España había existencias para 180 días de consumo normal.

Negarse al cambio es tratar de esconder la cabeza bajo el ala, de nada nos sirve, y la situación actual no hace más que poner de relieve las carencias del sistema productivo convencional, menos resiliente y más sujeto a los vaivenes de la economía y la geopolítica mundial. La producción ecológica es un sistema agronómicamente viable, económicamente rentable y medioambientalmente necesario, por ello, la Comisión Europea ha decidido apostar firmemente por ella en la estrategia De la Granja a la Mesa.

No puede haber marcha atrás en la ambición de alcanzar el 25% de Superficie Agraria Útil en producción ecológica en 2030, ni puede haber marcha atrás en reducir los insumos peligrosos, ni en reducir la contaminación por nitratos de nuestros acuíferos. Tampoco puede haber marcha atrás en asegurar la soberanía alimentaria de Europa, en disponer de alimentos sanos y de calidad. No son criterios negociables, es una necesidad de toda nuestra sociedad, para nosotros y para nuestras generaciones futuras. Puede haber flexibilidad, puede adaptarse la velocidad para no dejar a nadie atrás, pero el destino es inamovible, más que nada, porque de moverse corremos el riesgo de quedarnos sin destino.

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