Unas horas hablando con los presos

Ángel nos dio una lección de amor por lo rural. Sufre condena por la droga

Ezequiel Martínez.

Periodista y escritor.

Imagen de una cárcel española. FOTO: SIEP.
Imagen de una cárcel española. FOTO: SIEP.

A quienes justa o injustamente, carecen de libertad.

Por la mañana, Paco Casero y un servidor llegamos a la cita con A, una de las profesoras que se encargan de la formación y educación de reclusos en la prisión Sevilla I, a cuyas puertas nos recibió. En el primer control una funcionaria nos pidió el DNI y nos dio una acreditación que colgamos del cuello para estar identificados. Pasamos los diferentes controles, con una sensación extraña y conmovedora al abrirse y cerrarse tras de sí, las puertas enrejados y acristaladas por las que accedimos a otro pasillo y a otra galería. En el despacho de formación nos atendió M, la directora, quien nos explicó que la charla se enmarcaba en torno al 4D, día de Andalucía y de la bandera Andaluza.

De la mano de A, visitamos la biblioteca donde una docena de reclusos leían, escribían o dibujaban. Les saludamos. Luego fuimos al economato y saludamos al encargado, el joven Saiid. Le pregunté de donde procedía. Marrakech, me respondió: ¡Salam Aleikum!, le dije. Y sonriendo se llevó la mano al pecho: ¡Aleikum Salam!. Said nos ofreció un café con leche y se lo agradecí: ¡Sucram!, le dije. Con A y con M fuimos al salón de actos donde había más de 70 personas reclusas. Tras la presentación que nos hizo M, la directora de formación, intervino Paco Casero, quien habló de sus vivencias en Marchena su pueblo natal, y de Menorca, donde estuvo varios años y luego habló de la lucha jornalera y de sus huelgas de hambre, y de la dignidad. Y contó una anécdota, de un jornalero con el patrón: "En mi dignidad y en mi hambre mando yo". Y Paco habló de la realidad del cambio climático y la sequía y la escasez de agua y de la vida sana en los pueblos. Y de la producción ecológica y lo saludable de consumir productos ecológicos.

Yo me fijaba en las caras de aquellas personas que carecían de libertad. Y cuando me tocó el turno les dije: Detrás de cada cara y de cada cuerpo de los que estamos aquí hay una historia y una vida, a veces feliz, a veces oscura y turbulenta. Y pregunté cuántos habían nacido en un pueblo, y muchos levantaron la mano. Y les conté mi trayectoria profesional que empecé siendo mecánico y vistiendo un mono azul y luego cómo llegué a ser periodista y escritor. Y les leí un pasaje de mi libro Tierra y Mar, en el que reproduzco una parte del texto que leyó José Saramago al recibir el galardón del Nobel en Estocolmo. Y cada vez que lo leo, me emociono, pues Saramago se lo dedicó a sus abuelos Jerónimo y Josefa, ambos analfabetos. Y luego recité unos haikus de mi poemario Efusión de las almas. También les hablé de la amenaza del Cambio Climático y de la importancia que tienen los pueblos para mantener alimentadas a las ciudades, y de la vida sana y tranquila en el medio rural.

Y abrimos el coloquio. El primero en pedir la palabra fue Ángel, de 40 años, de la Sierra Norte de Sevilla, a quien el texto de Saramago que leí y lo que dijo Paco del respeto a los mayores le llegó hondo y nos habló de las enseñanzas de su abuelo y del amor a la naturaleza y a los animales, pues la familia tiene caballos. Luego me mostró una foto con dos de sus ejemplares, bellísimos. Ángel nos dio una lección de apego al campo y de amor por lo rural, y nos dijo que estaba allí por la droga. "Mi abuelo me enseño (dijo) a hacer cestos con vareta de olivo y con mimbre". Luego intervino Antonio: "Tenemos habilidades y oficios, que esperemos cuando salgamos nos ayuden en la reinserción. Que los políticos y la sociedad nos tengan en cuenta. Aquí nos sentimos olvidados por la sociedad". Luego Ramón dijo: "Los mayores son importantes y hay que hacerles caso. El mundo rural es muy bonito y gratificante". Y luego intervino Francisco, y después Antonio, que nos habló de las penurias de vivir de la cartilla jornalera teniendo que pagar 120 euros al mes para tenerla, en el régimen de la Seguridad agraria. Y yo pensé que ya es hora de que se uniformice por parte del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, el seguro de desempleo agrario con el sistema de la Seguridad Social General.

Sergio, a quien vimos en su función de reparto de algunos periódicos por algunas dependencias de la cárcel, dijo que era sindicalista y que se debía luchar por lo que uno creía que era justo. Yo recordé que en la sala de informática, que habíamos visitado una hora antes, había un letrero que decía: "Rendirse no es una opción", y señalé que en las circunstancias de cada cual en la cárcel, había que tener esperanza y ganas de salir adelante, para no caer en la desmotivación. Pensad (dije) que hay que levantarse cada día con la mejor disposición para vivirlo y llenar el tiempo, y teniendo salud, ir viendo cómo pasa el calendario y se reducen los días de privación de libertad y se mira con ilusión a los días, meses y quizá años que quedan para volver de nuevo a recuperar la libertad y para reinsertarse socialmente, tras cumplir con la condena. Y dos o tres reclusos tomaron la palabra para agradecernos a Paco Casero y a un servidor nuestras intervenciones.

Y alguno me recordó que había visto algunas veces el programa de Tierra y Mar, y eso me halagó y pensé en la utilidad y provecho de algunos programas de la tele para cualquier persona, como quienes ahora lo recuerdan con afecto, estando privados de libertad. Ojalá pasen pronto los días, meses y años, y buena parte de las personas que hoy hemos conocido recuperen su libertad y se reinserten socialmente sin volver a las andadas que justa o injustamente les han llevado a la cárcel. Paco Casero y yo hemos visitado la prisión Sevilla I, y ha sido una visita emocionada por haber visto de cerca el rostro resignado de la carencia de libertad y por haber oído varias veces, la palabra arrepentimiento por lo hecho y esperanza en volver a disfrutar más pronto que tarde, de nuevo, de la libertad.

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