Es necesario redistribuir la riqueza si queremos frenar el cambio climático

Miguel Toro.

Catedrático de Informática en la Universidad de Sevilla

Una manifestación contra el cambio climático. FOTO: MANU GARCÍA
Una manifestación contra el cambio climático. FOTO: MANU GARCÍA

El cambio climático es ya una realidad solamente puesta en cuestión por muy pocos. No es un problema a largo plazo. Está pasando aquí y ahora. Si la tendencia actual continua, España será uno de los países más afectados, con un 80% de su territorio en riesgo de desertificación.

El impacto del cambio climático no es igual para todos. Las personas en situaciones más vulnerables, que son quienes menos contribuyen al mismo, son las que más sufren sus peores consecuencias. Y esto es así porque éste no es un problema simplemente ambiental o ecológico. Es un problema de desigualdad global. Hablamos de la forma en que se consigue y se distribuye la energía, de como se producen los alimentos y como se calcula su precio. Hablamos de un sistema económico que se basa en la concentración en pocas manos de la riqueza y los recursos, mientras socializa los residuos y los impactos medioambientales.

Como se está demostrando, las temperaturas medias registradas en Andalucía acumulan un ascenso cercano a los 2 grados. Nuestra comunidad es una de las regiones que más ha visto modificada la configuración de las precipitaciones, tanto en la cantidad total como en su distribución temporal. Nos encontramos con uno de los principales problemas ambientales que Andalucía está afrontando en los últimos años: la radicalización de los periodos de sequías, que se ha acentuado en los últimos 5 años. Esta situación ha derivado en un déficit hídrico acumulado muy acusado tanto en la Cuenca Mediterránea Andaluza como en la del Guadalquivir.

Pero la responsabilidad de las emisiones de CO2, una de las causas del cambio climático, está repartida de forma muy desigual. En la UE, el 10% de la población con mayor huella de carbono representa el 27% de todas las emisiones de los hogares de la UE, lo que es ligeramente superior a lo que aporta la mitad de la población con menor huella. Los mayores desplazamientos aéreos, las  casas más grandes de los más ricos, son algunas de las razones. 

Un estudio sugiere que los hogares ricos tienen huellas de carbono que representan aproximadamente 10 veces más que las de un hogar medio. Los esfuerzos de mitigación del cambio climático a menudo se centran en las personas más pobres del mundo, y se ocupan de temas como la seguridad alimentaria y energética, y el aumento del potencial de emisiones a partir del crecimiento previsto de la población, los ingresos y el consumo. Sin embargo, se necesitan más políticas dirigidas a las personas en el extremo opuesto de la escala social: los súper ricos.

Los españoles, en muchas encuestas, están de acuerdo en que el Estado dedique parte de su presupuesto a medidas destinadas a paliar los efectos del cambio climático. Pero muchos se preguntan porqué tienen que reducir sus emisiones si los muy ricos generan más emisiones en un día  que ellos en un año. Esperan que las personas más ricas cooperen más. Dado que España se encuentra objetivamente entre los países más desiguales de la UE, una mayor contribución de los más acomodados parece fundamental para recabar de la mayoría un apoyo crítico a las acciones climáticas ambiciosas.

El cambio climático es una crisis global que requiere soluciones a gran escala y la movilización de recursos financieros significativos para financiar las iniciativas necesarias para combatirlo. La riqueza está tan concentrada en una pequeña parte rica de la población que es posible mejorar las condiciones de vida de la gran mayoría mientras se combate el cambio climático. O dicho de otra forma, resulta inviable abordar el cambio climático de manera efectiva sin una redistribución sustancial de la riqueza.  Desde luego no dicen la verdad los que manifiestan que la redistribución es deseable pero, lamentablemente, técnica y políticamente imposible. Y esto tiene consecuencias políticas: el programa ecológico progresista corre el riesgo de volverse contra las clases medias y trabajadoras sin una transformación del sistema económico y una distribución ambiciosa de la riqueza,

Según datos del World Inequality Report, la parte de la riqueza mundial en manos del 10% más rico representa el 77% del total, en comparación con solo el 2% para el 50% más pobre. En Europa, que se suele presentar como un remanso de igualdad en el mundo, la participación del 10% más rico es del 61% de la riqueza total, frente al 4% del 50% más pobre. Esta desigualdad, además, ha aumentado después de la crisis del 2008. Según el informe el 1% más rico a nivel mundial  se apropió del 38% de la riqueza adicional acumulada desde mediados de la década de 1990, mientras que el 50% más pobre recibió solo el 2% de la misma. 

En Francia, según los datos disponibles, el impuesto sobre la renta total pagado por los 500 individuos ricos de 2010 a 2022 equivale a menos del 5% de un enriquecimiento de unos 800 mil millones. Y pagan tan poco porque la ley les permite usar desgravaciones de todo tipo. Un impuesto único del 50%, frente al 5% neto actual, sobre este enriquecimiento de los más ricos no sería excesivo. Con ese impuesto a lo más ricos se podrían recaudar muchos miles de millones de euros. 

En España estamos en una situación similar. Según un estudio el 1% con más renta acapara en España 2,7 puntos más de renta que el 50% más pobre y este porcentaje ha crecido desde 2007 en adelante.

Esta redistribución debe ser a nivel nacional pero también internacional. Una parte de los ingresos de los más ricos debería pagarse directamente a los países más pobres, en proporción a su población y su exposición al cambio climático. Los países del Sur ya no pueden esperar cada año a que el Norte se digne a cumplir con sus compromisos. 

Pronto serán las elecciones generales y la prometida reforma fiscal del gobierno progresista ha sido pospuesta debido a otras prioridades. Es hora de incluir la redistribución entre los objetivos de las izquierdas progresistas. Este es un objetivo necesario en los momentos que vivimos que entronca con las reivindicaciones de la tradición progresista de nuestro país y camino para abordar de forma efectiva el calentamiento global.

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