Llevo todo el verano viendo cómo una comunidad agradece a la Virgen —tiene nombre, pero como me imagino que pase en toda España, vamos a dejárselo en genérico—, su gran labor para mantéelos a salvo.
Os pongo en contexto: en esta zona, hace tres años hubo un incendio terrible el cual viró en el último momento justo antes de meterse en el término municipal que nos ocupa. Este verano, en un pueblo de al lado, se generó otro terrible incendio, todavía más grande en número de hectáreas que el que había ocurrido hace tres años. Avanzó sin control ayudado por los vientos, la sequía y unas condiciones nefastas para su extinción, pero de nuevo bordeó milagrosamente a este pueblo.
“Llevamos dos milagros en tres años, gracias al manto de la Virgen” comentaban los vecinos y yo, no podía dejar de pensar qué tal le sentaría este comentario al resto de los vecinos de la comarca que comparten virgen con ellos y han visto arder sus bosques, sus animales, sus casas…
Es cierto que, si miramos en el satélite el perímetro de la zona afectada, tiene forma de manto, de un manto salvador, pero no ha sido una intervención divina, sino humana. Esa forma delimita la zona que durante toda la vida han cuidado los pastores con sus animales, su trabajo, esfuerzo y dedicación. Han mantenido los bosques limpios de maleza, los pastos saneados y los montes bajos controlados.
Este verano se ha jubilado nuestro último pastor y yo no puedo dejar de pensar si la Virgen no compartiría capa con nuestros pastores. La próxima vez que empiece a arder todo, porque volverá a arder, y no haya quien lo pare ¿será culpa de la Virgen o miraremos hacia atrás e iremos a casa de Kiko y de Jose, quienes han sido nuestros pastores hasta ahora, o de todos los pastores que históricamente han recorrido nuestros montes a darles las gracias por todas las veces que con su trabajo mantuvieron nuestro pueblo a salvo?
