Desvieje

"¿Para qué quieres una oveja vieja que no te va a servir?", pero yo no veo desecho donde otros ven solo números

Imagen de una oveja.
28 de junio de 2025 a las 11:14h

Me llamo Lourdes Perona López, y no soy una ganadera cualquiera. Y aunque podría explicaros decenas de cosas que me hacen diferente, hoy quiero contaros solo una de ellas: no hago desvieje.

Me lo han dicho muchas veces: “¿Para qué quieres una oveja vieja que no te va a servir?”. Pero yo no veo desecho donde otros ven solo números. Veo memoria, lealtad e historia. Veo en esas ovejas mayores a las que cuidaron del rebaño, a las que sobrevivieron inviernos durísimos, a las que enseñaron a otras a pastar. 

Cuando miro a los ojos de mis ovejas viejas, no veo animales cansados que no sirven más.
Veo experiencia, aprendizaje y sabiduría.
A veces me paro delante de ellas y me quedo un rato en silencio. Y en sus ojos veo historias que no se cuentan con palabras.

Veo a Nievi, que fue madre cada año sin fallarme, y que una vez se quedó atrás en mitad de una nevada, sola con su cordero recién nacido. La busqué como loca al día siguiente, pensando que no habría sobrevivido. Y la encontré con el lomo cubierto de nieve, pero el cordero estaba calentito, metido entre unas rocas que ella había elegido para resguardarlo.
¿Quién me va a decir que no hay sabiduría en eso?

Veo a Nochecita, que siempre ha sido discreta, pero si alguna se pierde, ella responde al balido hasta que la otra encuentra el camino. Nunca va delante, pero siempre está cuando otra oveja la necesita.
Esa inteligencia callada y discreta me ha enseñado más de lo que muchos imaginan.

Y luego está Blanqui, que nació pequeño y flaco. Su madre lo abandonó nada más parir. Lo criamos a biberón porque ponemos empeño hasta en los casos más complicados. La gente que lo veía, decía que no pasaría de los dos meses. Hoy es el carnero más longevo del rebaño, y es el que marca el paso de todos. Contra todo pronóstico, es el líder, y es el más fuerte.

El campo, como la vida, tiene memoria. Y también tiene alma.

Esa alma la reconozco en las arrugas de las personas mayores del pueblo, en las manos encallecidas de nuestras madres y en las historias de nuestros abuelos. Y la reconozco también en los ojos tranquilos de una oveja anciana, que ya no produce nada, pero que camina conmigo cada mañana como lo ha hecho durante casi una década.

No desviejo porque no puedo, ni quiero, desprenderme de quienes me lo han dado todo sin pedir nada. Y porque creo en otro modelo de ganadería, uno donde la vida del animal no termine cuando su cuerpo deja de producir. 

Esta forma de trabajar, no se aprende en libros. Se hereda, pero también se transforma. Somos la generación que recoge el testigo y decide con qué se queda y qué quiere cambiar.

Y aquí viene la otra parte de esta historia: el relevo generacional. Esa palabra tan repetida en discursos, y que tan poco se cuida en los hechos. Dicen que el campo se muere porque la juventud no quiere quedarse. Pero ¿quién va a querer heredar un modelo con el que agotamos la tierra, descartamos a quien nos ha servido durante años, y que no se para a escuchar lo que sienten los animales que tiene delante?

Yo sí me quedé. Pero me quedé para reivindicar y para sembrar una ganadería que no solo produzca, sino que también cuide, respete y deje huella en la mente de los demás.

Las ovejas viejas son historia viva, son el rebaño que me enseñó. No tengo corazón para dejarlas atrás. Esa es la tierra que yo quiero dejarle a quienes vengan detrás: una donde la vida valga siempre la pena. Y por más que me critiquen, no me arrepiento.