El bosque de los poetas

En la pequeña localidad de Torres de Albánchez, al abrigo de la Sierra de Segura, la poesía le devuelve a la naturalez todo lo que esta le proporciona

El día que se inauguró el bosque de los poetas.
06 de diciembre de 2025 a las 09:12h

Nos estamos quedando huérfanos. La orfandad, cuando se trata de la Madre, no es un estado, sino un proceso. La naturaleza se siente abandonada, maltratada, degradada, y esa violencia nos la devuelve con lupa. Una advertencia que no deberíamos echar en saco roto: si me maltratas, te maltrato, peor, si me maltratas, te maltratas. Recuerda que no eres más que una planta de la tierra. Maltratamos a la Madre cuando le damos la espalda, cuando desoímos su lamento, cuando dejamos de leer su narrativa bella, cuando, enajenados con el tener, vaciamos la despensa.
Escribía Antonio Muñoz Molina que este mundo, tal y como está hoy concebido, sólo tendrá futuro si vuelve la mirada hacia atrás, si volvemos a la cultura de la carencia, del aprovechamiento, aquella que intentaron transmitirnos nuestras abuelas y abuelos, nuestras madres y padres, al menos, a los que mañana seremos los próximos en entregar el testigo. Deberíamos preguntarnos, como sociedad, qué testigo le estamos amasando a las próximas generaciones. Un cambio climático que acabará por romper el bello relato de las estaciones, la historia circular que nos vestía y desvestía al mismo tiempo que la naturaleza, pues, como queda dicho plantas somos.

A veces, reconozco que me consume la impotencia, que un desvalimiento me desnuda: ¿qué se puede hacer?, ¿qué puedo hacer? Decía Leibnitz, el filósofo alemán, en su teoría de las mónadas que, en una estrella, está todo el universo; que, en una gota de agua, todo el océano. Cada una de nosotras somos mónadas interconectadas, unidades de la naturaleza que llevamos dentro a la propia naturaleza. De esta manera, al estar interconectadas, nuestro comportamiento influye en el del resto, en nuestro mundo, en el que podemos abarcar y en el inabarcable.
Hago este preámbulo, que a algún lector le podrá sonar excesivo, porque no encuentro mejor manera de valorar, de darle la importancia y la trascendencia que tiene, a una experiencia que, desde hace algunos años, se viene desarrollando en un rincón perdido, de una provincia casi perdida del sur, de esta Andalucía nuestra, amada y maltratada por igual. Un rincón, donde la belleza no deja descansar su pluma, estación tras estación, desde el amanecer hasta el atardecer. En la pequeña localidad de Torres de Albánchez, al abrigo de la Sierra de Segura, la poesía le devuelve a la naturaleza, fuente eterna, todo lo que esta le proporciona.

El lugar, la finca Bonilla, plagada de encinas y salpicada de pequeños bancales donde se desarrolla un olivar ecológico. Allí, dos personas, Vicente y María del Carmen, han ideado una de las formas, una de las experiencias más bellas de reivindicar la tierra, el amor y el respeto por ella, la Andalucía abandonada. El Bosque de los poetas, que así se llama el evento, nos propone durante un fin de semana una especie de aquelarre, donde poetas plantan sus poemas bajo la sombra de una encina, como una semilla que germinará con el tiempo, con las estaciones, a la vez que el amor por la belleza, por las raíces.

Poesía y naturaleza, mundo rural y poesía, que de esto se trata. Porque, si bellos son los textos, si bello es el entorno donde se recrean, más belleza hay, si cabe, en los objetivos que se persiguen: reivindicar a la Madre, reivindicar al mundo rural que la cuida, proponer un parón, un punto de inflexión a la deriva suicida que esta locura del crecimiento sin límite nos lleva. Una pequeña gota de agua, de esperanza, en el inmenso océano, pero con toda la fuerza de éste. Paseos por Bosque de los poetas, proyecciones, charlas, mesas redondas, lectura libre de poemas, representaciones y un concurso literario de carácter internacional sobre Poesía Rural. Un concurso que anda ya por su tercera edición y que se crea como homenaje a dos mujeres gigantes e invisibles, paradigma de tantas que lucharon desde lo rural por mantener vivas sus raíces, por preservar el amor a la tierra que dio de comer a sus hijas e hijos: Felipa Marín e Isabel Montes Yeye.

Doy las gracias a la finca Bonilla, a las personas que la gestionan, y a la Fundación Savia por desarrollar ideas como ésta, propuestas que siembran el futuro de esperanza que todas deberíamos legar a nuestras hijas e hijos. No se lo pierdan.