Creo que me estoy hacienda mayor. Hoy me he descubierto contando historias, cuál Abuelo Cebolleta a un grupo de gente joven. Por estas cosas que te dan los veranos, acabamos sentados en una sombra viendo pasar los hidroaviones y mientras yo los miraba con el asombro, el respeto y la tristeza que se merecen por todo lo que representa su aparición en nuestros cielos, mis acompañantes, los miraban con indiferencia, como un elemento más del paisaje, que se ha convertido en un habitual de sus veranos en el pueblo.
“¿Alguna vez habéis visto cargar un hidroavión?” Les pregunté mientras miraba ensimismada como, a lo lejos, los hidroaviones iban descendiendo para coger agua en el embalse, mientras a mí, seguramente por colaborar, se me llenaban los ojos de lágrimas recordando como los vi jugarse el tipo a nuestro lado intentando sofocar el incendio IF Sierra de La Culebra del que ya han pasado tres años.
Para mi sorpresa, alguno de mis acompañantes habían ido con sus abuelos cuando eran pequeños a verlos cargar y otros, los más… nunca se habían acercado a ver esa maniobra de precisión y tampoco les llamaba la atención. En este momento me di cuenta de lo terriblemente habitual que es ver los hidroaviones y los helicópteros de extinción de incendios surcando nuestros cielos en verano.
“Cuando yo era pequeña, nos pasábamos el día con las bicicletas por el pueblo y cuando los oíamos llegar, salíamos todos disparados; cruzábamos La Era y nos íbamos a la orilla del embalse, donde está La Playa, y nos tumbábamos allí a verlos maniobrar; era un espectáculo maravilloso”.
“¡¡¡Pues qué verano tan cansado, todo el día con la bicicleta corriendo detrás de los hidroaviones!!!”, comentó entre risas el más sagaz de mis compañeros. “La verdad es que no. Apenas los veíamos. Había veranos que ni siquiera aparecían en los cielos … ¡¡Eran otros tiempos!!”.
Una niña curiosa me miraba muy sorprendida y mientras intentaba organizar en su cabeza toda la información me preguntó “¿Y cómo apagabais el fuego?”. “No teníamos tantos fuegos, ni tan fuertes, ni tan seguidos, ni tan grandes”. “¿Y por qué?”. “Porque los bosques estaban más limpios, no había tanta cantidad de madera y tampoco había tanto bosque bajo, había zonas de pasto entre las diferentes zonas de bosque que servían de cortafuego…”.
“Y… ¿Por qué ya no es así?”. “Era así porque la gente que vivía en el pueblo, en otoño y en invierno, iba a cortar la leña y a limpiar el trozo de monte que le tocaba. Teníamos pastores que sacaban a sus rebaños al campo y los mantenían limpios ayudando entre todos a que los suelos estuvieran bien cuidados y los montes limpios de maleza, porque antes, se aprovechaba todo lo que los montes nos daban; lo que no valía para comer, valía para sombra y lo que no, para calentarnos en casa en invierno”.
“… Si eso funcionaba, ¿por qué ya no se hace y se deja quemar todo?”. “Porque ya no hay pastores. La gente se hace mayor, se jubila, y cuando la gente joven se va del pueblo, no hay a nadie a quien enseñar como mantener los bosques, ni a quien dar el relevo de los conocimientos que se necesitan no solo para vivir, si no, para mantener un pueblo, sin entrar a valorar normativas que nos afectan escritas por gente que no nos entiende. Para que nosotros nos encontremos nuestro pueblo bonito cuando llegamos en verano, hay mucha gente que trabaja todo el año y que lo hace posible”.
El encendido de las farolas, marca la hora de ir a cenar, por lo menos, la mía, que voy con las costumbres antiguas, ellos tienen modernos relojes que les avisarán de cuando es el momento de volver a sus casas y en ese momento caigo en que, ya llevamos un rato hablando sin ver pasar los aviones… cae la noche y ellos tienen que volver a la base, pero volverán a salir al alba a seguir intentando apagar los fuegos que devoran nuestros territorios día tras día.
Lo triste de la historia, es que, mientras yo me hacía mayor, un sistema agrícola desvinculado del mantenimiento forestal y con ello de la riqueza del territorio y su cuidado, se quedaba viejo y obsoleta.
