La belleza de lo imperfecto

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Doctor por la Universidad de Deusto y gestor de proyectos sobre desperdicio alimentario en la ONGD Enraíza Derechos

Un cultivo.
Un cultivo.

A lo largo de las últimas décadas, se están produciendo profundos cambios en nuestras sociedades. Por un lado, cada vez somos más quienes habitamos el planeta, siendo hoy día alrededor de los 7.8 mil millones de personas y cuya previsión es que seremos en torno a 9.5 mil millones en el año 2050. Este aumento no será homogéneo en todo el planeta, concentrándose especialmente en las grandes urbes. Un proceso migratorio desde el campo a lo urbano que lleva décadas produciéndose en todo el planeta. Es decir, cada vez seremos sociedades más urbanas y menos rurales.

Esta cuestión tiene evidentes cambios en los sistemas alimentarios. De hecho, la investigadora Jennifer Clapp definió un proceso denominado como “distanciamiento alimentario” que tenía dos connotaciones fundamentales: En primer lugar, se trata de un distanciamiento físico, donde los puntos de generación de alimentos, las zonas de cultivo, cada vez se encuentran más alejadas de los lugares donde consumimos estos alimentos. Este aumento de los recorridos para llevar los alimentos a las personas hace que incrementemos, por ejemplo, la quema de combustibles fósiles y, por tanto, el impacto ambiental de producir, desplazar y comer estos alimentos.

En segundo lugar, existe un distanciamiento mental. Ya que al ser cadenas alimentarias mucho más extensas y complejas, los propios ciudadanos podemos llegar a perder la percepción del impacto que estamos generando con nuestro consumo diario de alimentos, al llegar a perder el hilo de dónde viene nuestra comida y cómo se ha producido. Ejemplo de ello lo podemos ver a nuestro alrededor, solo fijándonos en cómo han cambiado la forma de comprar estos alimentos hoy día con respecto a décadas anteriores. De hecho, antiguamente contábamos con auténticos asesores que nos recomendaban qué comprar en función de la comida que fuéramos a preparar: los tenderos de pueblo o de barrio. A veces incluso nos recomendaban fruta o verdura más pasada, por ser las mejores para determinados platos.

Sin embargo, hoy día se han perdido gran parte de estos asesores, ya que en general vamos a grandes tiendas donde fundamentalmente se compra en función de dos parámetros: estética y precio. Es curioso, hoy día queremos fruta o verdura estéticamente perfecta, solo tenemos que ir a los estantes y ver cómo parecen todos clones perfectos, mientras que, si tenemos la suerte de tener cerca una huerta, la realidad es muy diferente.

Esta batalla por lo estéticamente perfecto, por una total preferencia por el continente al contenido, también ha llegado a nuestros alimentos. De hecho, podemos ver a nuestro alrededor cómo se prefiere fruta casi sacada de una sala aséptica de quirófano, donde los arañazos y picaduras están prohibidos, encontrarnos tierra en las verduras es un fastidio e incluso hallar un caracol dentro de la compra es un horror.

Estas preferencias en el consumidor tienen sus consecuencias ya que, si se quieren alimentos sin ninguna mota estética, estamos clamando por una agricultura casi carente de vida alrededor, que nada se pose encima de nuestros alimentos. Por no hablar de la cantidad de alimentos, de comida para todos nosotros, que simplemente se está enviando a la basura, y sin rentar a nuestros agricultores, no porque no sea consumible, sino porque sea imperfecta estéticamente, a veces una imperfección casi imperceptible.

Tal vez debamos de darle la vuelta a todo esto. Clamar por la belleza de la imperfección, por la vuelta al contenido independientemente del continente, por la vida de nuestros campos y sobre todo, porque toda la comida que nuestros agricultores y agricultoras producen simplemente lleguen a todos nosotros y no se pierda. ¿Hay algo más bello que todo esto?

Necesitamos volvernos a acercar, y más después de lo que hemos vivido, reducir también ese distanciamiento alimentario que mencionaba Clapp. Para ello es fundamental que desde nuestra cesta de la compra se pueda hablar claro sobre la importancia de los alimentos locales y de temporada, el valor de nuestros campos y nuestros agricultores. Hacer que el fomento de lo imperfecto sea la forma más bella de mejorar nuestro planeta.

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