'Sálvame' del Congreso

En el lugar que se supone que yo, ciudadana normal y corriente, persona respetuosa y educada normal y corriente, estoy representada ocurre algo que no sucede en mi entorno normal y corriente: ni en la calle, ni en el súper

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Escritora y analista social.

El Congreso de los Diputados.
El Congreso de los Diputados.

Llevo días dándole vueltas a lo de los insultos en las sesiones del Congreso de los Diputados. Mal asunto. Mal asunto lo de los insultos al igual que las noticias en la actualidad, son visto y no visto, voilà y aparece otra que sustituye a la que sustituyó que sustituía: se solapan, se desplazan, se olvidan y a una nueva. Se desvanecen, o más bien se apagan dejando un rescoldo que se alimenta cuando conviene, no tanto por su pertinencia meramente informativa sino por motivos en general oportunistas o utilitarios.

Decía que lo de los insultos en el Congreso es mal asunto. Siempre me lo ha parecido. En el lugar que se supone que yo, ciudadana normal y corriente, persona respetuosa y educada normal y corriente, estoy representada ocurre algo que no sucede en mi entorno normal y corriente: ni en la calle, ni en el súper, ni en las conversaciones de grupo en algún modesto bar del empobrecido, y en ocasiones temido, barrio en el que trabajé durante años —barrio poco transitado por intelectuales, nobleza, clero y clase media, algún político para las municipales—. Es más, les confesaré un secreto. Cuando comencé a trabajar con grupos de neolectoras hace algo más de una década y en algún debate en clase elevaban sus ímpetus al extremo de la vehemencia excesiva al exponer o rebatir puntos de vista o expresar opiniones, yo intervenía para calmar los ánimos diciéndoles: señoras, que no estamos en el Sálvame, nosotras tenemos más categoría. Y se sonreían y volvían a un tono más calmado aunque no por ello exento de apasionamiento. No querían tener esa imagen de sí mismas, porque, ciertamente, sabían que eran personas valiosas y que podían expresarse de otra manera.

Sería hace un lustro o poco más, que un día —un día que había revisado la prensa antes de ir al trabajo— comenzó a elevarse el tono en un debate, alguna que otra se puso de uñas y profirieron palabras algo hirientes, y a mí ese día —porque había leído la prensa— me salió del alma, así, sin pensar: señoras, que no estamos en el Congreso, nosotras tenemos más categoría. Me entendieron a la primera y, tras un breve silencio, la discusión en la que estaban enzarzadas dio un giro y pasaron a comentar lo que había ocurrido esa mañana en el Congreso y habían visto en el telediario. Lo comentaban entre avergonzadas y escandalizadas. Decían: y son gente que tiene estudios y preparación. Una apuntó: eso no tiene nada que ver, se puede tener muchos estudios y preparación y ser sinvergüenza y maleducado.

De ahí pasamos a reflexionar con más serenidad sobre que vivíamos en una democracia —todas las presentes habíamos nacido en una dictadura, todas ellas habían vivido las miserias de la posguerra, algunas habían tenido que emigrar, unas cuantas sufrieron maltrato emocional y físico por parte de sus maridos y/o de sus progenitores, todas apreciaban la oportunidad que tenían de poder aprender a leer y escribir que se les había negado en su infancia (por diversos motivos, el más común: haber nacido niña)—, sí, vivíamos en una democracia y las personas que se sentaban en el Congreso habían sido elegidas por nosotras, por la gente normal y corriente, y sus sueldos se pagaban con nuestros impuestos y … Y seguimos hilando, hilando hasta concluir que insultos, abucheos, impedir hablar y todas esas tropelías, algunas calificadas de “no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza”, no solo eran indignas de nuestros representantes, sino que como país democrático nos dejaba a la altura del betún.

Y entonces a alguien se le ocurrió preguntar: ¿en el Congreso no hay unas normas? A lo que otra apostilló: a ver, si allí hay políticos que no saben comportarse, ¿no hay nadie que los sancione?

Y en estas mismas ando yo hoy dándole vueltas como años atrás. A cuento de lo de hace unos días, de lo de hace muchos días.

Mal asunto si al cabo se convierte en noticia pasada de moda.

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