Las ruinas de este mundo, por Pablo Martínez-Calleja.
Las ruinas de este mundo, por Pablo Martínez-Calleja.

Una generación más pobre que la anterior, o el miedo de los hijos a serlo más que los padres, parece asegurar a unos hijos más conservadores que sus padres. El miedo guardaría la viña, ante la angustia de llegar a estar aún peor. Justificaría que la falta de escrúpulos para la conocida como supervivencia se establezca como norma naturalizada de convivencia y desembocaría en la crueldad y la abolición de la solidaridad.

Mi mundo, al menos, se derrumba y llena el paisaje de ruinas. El Servicio Andaluz de Salud está en ruinas. Los servicios de prevención de incendios forestales están en ruinas. Muchas viviendas de alquiler están en ruinas y sin embargo a precio de oro. El mismo cuento que nos hizo Cristina Fallarás sobre su primer piso en Barcelona se lo podría hacer yo del Bilbao de aquellos noventa, solo que había mucha gente para el casting de aquel cuchitril y luego cayó en mi vida el último casero honesto.

Más allá de mi mundo, los ladrillos están esparcidos por todas partes: paredes derribadas en Estocolmo luego que una carga enorme de dinamita implosionara en el edificio Nobel, la paz sigue desaparecida y los perros se muestran incapaces de encontrarla entre los escombros.

No hay apocalipsis, eso queda para las performances pictóricas con cuatro jinetes y para los vídeos del espectáculo que dio Milei en Buenos Aires: a lo del libro no se quedó ni el tato, no sabemos bien por qué. Se podrá decir que a los más jóvenes les están faltando lugares y eventos para vivir su gregarismo natural, lo único natural en el ser humano que se insiste en rechazar en nombre de su naturaleza. El 19 de diciembre va a estallar el estadio Maradona con veinticinco mil jóvenes para cantar jingles dedicados a la alta coimera, a la narcopolítica, a la cripto estafa, etc. Estallido que no provocará ruinas sino alegría.

A veces se producen accidentes en la sociedad que provocan ruinas y siempre hay quien quiere hacer negocio mostrándolas y pretendiendo que esas ruinas se produjeron porque los edificios ya no se sostenían más. Ocultan que detonaron esos edificios y que los miedosos, los idiotas y los ignorantes con ínfulas fueron de voluntarios barreneros. Claro que siempre hay algún despistado.

En realidad, quieren dinamitar todo resto de ética y destruir lo más humano, el ser gregario, el ser solidario, respetuoso y cooperador. Obnubilan a las personas más sencillas y nos engañan a todos. Es muy difícil no ser engañados y luego cuesta mucho aceptar que a uno lo engañaron. Es mejor reconocerlo que seguir agrandando nuestra propia destrucción: o juntos o destruidos todos. La maldad es la de quien engañó.

Su inteligencia artificial, tan buena para una medicina pública que puede implementarla, bajar costes y subir vidas, hace de las ruinas de Gaza un resort, un SPA, un lugar para un supuesto lujo basado solo en gastar mucho dinero y fingir demencia. Su inteligencia artificial se usa para manipular a las personas, sus pensamientos, sus razonamientos, y convierte en ruinas a los seres humanos.

Está claro que no todo está perdido, que no hay que entregarse a la destrucción, por más que haya ruinas por todas partes. Ellos quieren que veamos que ya nada tiene solución, para que no la tenga, para que nos entreguemos. Pero 25.000 personas cantarán con alegría y buena onda, celebrarán su gregarismo y se sentirán bien cerca de los otros, aunque parezca que todo está destruido en la Argentina. La destrucción de Gaza es inocultable y sin embargo la flotilla ha sido y sigue siendo fundamental para que las personas de bien no permitan que se les pudra la cabeza y el alma.

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