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Son huellas del pasado, despojos de las vidas de gentes que pisaron nuestra misma tierra y nuestro mismo mar.

“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur…” Con estas palabras comenzaba Borges su relato Las Ruinas Circulares (“en la unánime noche”…la adjetivación originalísima de Borges, casi da repeluco leerlo). Y precisamente la lectura de este relato, tan extraño, con ese aroma remoto, me despertó una de mis grandes atracciones: las ruinas y complejos arqueológicos.

De noche, las ruinas antiguas adquieren un color como de plata rosada y una textura visual como de talco. Visitarlas o pasearse entre ellas es para mí un momento de reflexión y sosiego, de creatividad y estímulo de la imaginación. El ejercicio al que me gusta abandonarme consiste en imaginar cómo debieron ser esos edificios cuando estaban completos e imaginarme la ciudad no como es ahora, sino como pudo ser. Un lienzo de muro que apenas levanta treinta centímetros, unas escaleras de tres mil años que no van a ninguna parte, pero que en su día, quizá en el siglo VIII a.C, eran la bajada a una habitación ritual o la subida a una azotea en la que ver el cielo estrellado o el atlántico con su brochazo de luna en las noches de estío. Un collar de oro de cuentas rojas de coral que apareció en ese mismo edificio, un ajuar funerario o un regalo a una muchacha, una ilusión, una sorpresa, una declaración de amor de hace milenios; los mecanismo eternos de la vida… ahora un foto por whatsaap, antes un collar de coral o un pequeño perfumero de alabastro vítreo para iniciar un amor.

Imaginar la ciudad sin coches, sin avenidas, sin edificios oficiales ni anodinos bloques de pisos de los años sesenta, cuando el desarrollismo. Imaginar un templo dedicado a Astarté o Tanit, de forma cuadrada y con dos columnas en la puerta de bronce que protegen el fuego sagrado que arde permanentemente en su interior, en el altar, con forma de piel de toro extendida.

Las ruinas en la noche son huellas del pasado, despojos de las vidas de gentes que pisaron nuestra misma tierra y nuestro mismo mar pero también, si sabemos mirarlas imaginando, son un viaje, en el que podemos ver un Cádiz, tan distinto, tan limpio y silencioso, rodeado de pinos y arena que nos parecería no ya otra ciudad, sino otro planeta. Y eso hago aquí, en los antiguos cuarteles de Varela, mientras os escribo esto rodeado de tumbas milenarias y restos de edificios con escaleras que no llevan a ninguna parte. Imaginar…

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