Robe

Supongo que es extraño sentir dolor por la marcha de alguien a quien jamás has conocido en persona. Imagino que es raro que te rompa la ausencia de alguien que ni siquiera sabía que existes

12 de diciembre de 2025 a las 07:00h
Robe en el Bahía Sound de San Fernando.
Robe en el Bahía Sound de San Fernando. JUAN CARLOS TORO

Mis amigos y yo montamos nuestra primera batería con un amasijo de fiambreras y tapas de cacerolas que Mario aporreaba en su garaje con dos cucharas de madera. Sergio fue a su casa y trajo una guitarra española, aunque nosotros lo que queríamos era hacer rock. Decidimos que yo sería el cantante, y no porque lo hiciera bien, sino porque no sabía hacer otra cosa. La primera canción que aprendimos a tocar fue Decidí. Imagino que aquello sonaría como una pelea de gatos en plena madrugada, pero a mí me gusta pensar que no se nos daba tan mal. Poco después, ya con instrumentos de verdad, versionamos Romperás, Ama y un montón de canciones más de nuestra banda favorita. Aquel fue un buen verano: por las mañanas íbamos a la playa y por las tardes nos encerrábamos en el garaje a tocar temas de Extremoduro.

Años más tarde, uno de nosotros se sacó el carnet de conducir y comenzamos a viajar. A menudo íbamos a Madrid y a Portugal, siempre con la voz rota de Robe Iniesta sonando por los altavoces, siempre coreando las letras del Yo, minoría absoluta a pleno pulmón. Creo que fue por aquella época cuando ese músico me hizo levitar por primera y única vez en mi vida. Parecería una metáfora cursi, pero estoy hablando de forma literal: en aquel concierto de Extremoduro en la Cartuja había tantísima gente que en algunos momentos era incapaz de poner los pies en el suelo.

Fue pasando el tiempo y Robe continuó acompañándome. No puedo decir las veces que, encerrado en mi coche, lloré mientras el de Plasencia decía aquello de Dejo las ventanas sin cerrar y la puerta abierta por si decidiera regresar que no tuviera que esperar, que nada le entretenga, y el sol se deslizaba suave por las aguas del Mediterráneo. Como un buen amigo, Robe estuvo en las buenas y en las malas. En las noches de farra, sí, aquellas madrugadas sin fin en las que no importaba nada que no fuera el próximo estribillo, pero también cuando las cosas se torcían y necesitábamos de sus versos para aliviar las penas. Incombustible, Robe nunca nos fallaba.

Supongo que es extraño sentir dolor por la marcha de alguien a quien jamás has conocido en persona. Imagino que es raro que te rompa la ausencia de alguien que ni siquiera sabía que existes. Se puede ver así o podemos entender que, a fin de cuentas, fue una persona que estuvo presente en todas las etapas de tu vida. Porque con la muerte de Robe también murieron los chavales que fuimos, aquellos que tenían el pelo largo, vestían con camisetas negras y confiaban en que a ellos la vida no les iba a pasar por encima. Con él se marchan esos chicos y solo nos queda el recuerdo. De cuando todo era posible, cuando teníamos el futuro dentro de la mano, cuando queríamos ser poetas y soñábamos con tener nuestra propia casa para enarbolar una bandera, que no sería otra que la ropa tendía.

Robe se marcha, pero es que la tierra es demasiado poca cosa para el hombre pájaro. No nació para estar posado en un alambre, así que ha decidido que lo mejor es que se lo lleve el aire. Y ahora es a nosotros a quien nos toca comenzar a volar solos.

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