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Violeta Sánchez Estévez. Miembro de Podemos en Jerez.

Últimamente cada vez que escucho un debate en televisión, en internet o en las terrazas de los bares, observo un curioso fenómeno que me recuerda más a Juego de Tronos que a la realidad de nuestros días. Si presto atención casi puedo ver a los tertulianos esconderse tras sus escudos y armaduras, siempre atentos y vigilantes al enemigo, preparando el ataque o la huida si es preciso. Sin embargo, en la vida real no hay una lucha de espadas, las únicas armas son las palabras y el enemigo es sencillamente una persona sentada enfrente. Con esto quiero hacer alusión a todo ese armamento que hemos ido creando, basado en cada experiencia, en cada conocimiento adquirido y que en lugar de hacernos visiblemente más sensibles y receptivos a nuestro alrededor lo que crea es un muro de hierro bajo el que perpetrarnos, una armadura de  ideas.

En el momento en el que alguien se pronuncie en contra de ese marco ideológico que hemos construido con tanto mimo, la señal de STOP se clava duramente en la conversación. Crece la percepción de que lo que oímos es mentira, por supuesto la otra persona se equivoca. Somos incapaces de entablar debate sin pretender que nuestra opinión quede por encima de todas las demás. Sólo quiero demostrar que tengo razón, en lugar de intentar comprender el porqué de las palabras de la otra persona y qué recorrido han hecho para llegar hasta mí. Nos convertimos en guerreros tan acérrimos que hay veces en las que el feedback en una conversación está totalmente fuera de lugar, ¿para qué me voy a interesar por lo que dices si en realidad ni siquiera te quiero escuchar?

Es por ello que se me plantean diversas cuestiones a la hora de hacer política. Si ya es difícil en un debate entre dos personas llegar a un punto común, ¿cómo pretendemos construir un marco colectivo de actuación que nos permita cambiar la realidad? Sucede a menudo que en la búsqueda de soluciones perdemos en el camino el respeto y desaprovechamos la oportunidad de aprender de quien tenemos en frente, dejándonos llevar por la subjetividad de nuestros juicios. ¿Qué clase de victoria es aquella en la que en nuestro afán por ganar perdemos el horizonte? ¿De verdad merece la pena  descalificarnos los unos a los otros con la excusa de cambiar el mundo? El tipo de cambio que buscamos debería ser inclusivo. Un cambio que nos permita comprendernos y desarrollarnos a pesar de nuestras diferencias, capaz de englobar la comprensión mutua. Encontrar personas con objetivos distintos a los nuestros no constituye una excusa para dejar de trabajar juntos.

La solución al problema radica en un cambio de actitud. No importa realmente si la otra persona es de izquierdas, de derechas, rojo o negro. Se trata de debatir en calidad de personas, dejando atrás cualquier lastre ideológico que nos impida comprender. Al dialogar con alguien siguiendo estas premisas, multiplicamos por cien nuestra receptividad y absorbemos ciertos matices, que encerrados bajo nuestras armaduras seríamos incapaces de interpretar. Necesitamos reinventarnos una y otra vez, que nuestras ideas sufran una transición constante y que al vernos unos a otros dejemos de lado símbolos y banderas. Creo que las personas somos mucho más complejas como para estancarnos perpetuamente y simplificarnos bajo una corriente u otra. No se trata de visualizar a un enemigo sólido contra el que arremeter, sino de trasladar esa crítica a la vida cotidiana.  Es decir, todos somos enemigos en potencia si nos dedicamos a marcarnos los unos a los otros en un ganado cada vez más dividido, si no somos capaces de construir juntos nuevas herramientas de diálogo.

El verdadero revolucionario no es aquel que se etiqueta bajo un lema anticapitalista (por poner un ejemplo) sino aquel que es capaz de ser crítico consigo mismo y de llevar a cabo una revolución constante en su forma de pensar.  Tal y como dice una de las canciones de Calle 13, empezar a pensar con las puertas abiertas.  Cabe enfatizar que en ningún momento resto importancia a la lucha en la calle y a la constante reivindicación por cambiar y avanzar hacia un mundo mejor, sin embargo, estos tiempos condensados tan propicios para la lucha revolucionaria requieren que empecemos a preguntarnos cómo y hacia dónde queremos caminar, más que a buscar respuestas inmediatas.

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