Reflexiones en torno a la Fiesta de la Bulería: del 'reuma flamenco' a los 26 euros por dos montaditos y dos cervezas

Desde que la Fiesta de la Bulería de Jerez fue trasladada de la Plaza de Toros a la plaza del Mamelón hace una década, este evento no logra encontrar un sendero que lo revitalice en la ciudad. Además, su adelanto al mes de agosto tampoco termina de quitarle el 'reuma', por mucho calor que haga.

22 de agosto de 2024 a las 19:08h
Diego del Morao baila al cante de Pedro 'El Chanquita' en el fin de fista de la noche que dirigía Lela Soto en la Fiesta de la Bulería de Jerez 2024.
Diego del Morao baila al cante de Pedro 'El Chanquita' en el fin de fista de la noche que dirigía Lela Soto en la Fiesta de la Bulería de Jerez 2024. PACO BARROSO

Desde que la Fiesta de la Bulería de Jerez fue trasladada de la Plaza de Toros a la plaza del Mamelón hace una década, aprovechando el escenario que se instaló para la salida de la Vuelta Ciclista a España de 2014, parece que este evento no logra encontrar un sendero que lo revitalice en la ciudad. Y, además, su adelanto al mes de agosto no termina de quitarle el reuma al flamenco, por mucho calor que haga.

Este año hemos visto cómo, a pesar de los esfuerzos artísticos — Ezequiel Benítez, David Carpio y Lela Soto han demostrado solvencia más que suficiente en las tres jornadas grandes—, la ciudad que antes tomaba a la Fiesta de la Bulería como uno de los eventos sociales más importantes del verano y casi del año, hoy en día ni siquiera sabía que se estaba celebrando. Al igual que ocurre con el Festival de Jerez. Y que viva de espaldas a la ciudad no es lo más aconsejable. "¡Ah!, ¿este fin de semana es la Fiesta de la Bulería?", exclamaba más de uno cuando nos veía a alguno de los pocos que quedamos dándole cobertura con los equipos en la mano y nos preguntaba hacia dónde nos dirigíamos.

Por ello, y como evento de referencia que ha sido durante muchísimos años, el pensamiento crítico obliga a reflexionar en torno a qué causas están provocando que un festival, con casi 60 años de historia, parezca que se organiza por compromiso —más que por otra cosa— y no sea capaz de remontar el vuelo. Y, de paso, que vuelva a mostrar la fortaleza de un acervo cultural que es un bastión fundamental de Jerez, si se quiere ser capital europea de la cultura o, por otro lado, generar actividad en el tejido productivo local más allá de lo artístico.

Pero como esto no es nuevo, es necesario que nos vayamos atrás en el tiempo. Concretamente, debemos marcharnos al momento en que empezó a tener vigencia aquella sentencia que pronunció Juan Moneo El Torta en la Plaza de Toros de Jerez, un 8 de septiembre del año 2013, cuando pocos meses antes de dejarnos para siempre dijo: "El flamenco tiene reuma y no le gusta el cemento", en clara alusión al escaso público que allí se dio cita aquel año y dejaba a la vista prácticamente todos los números de los asientos de los tendidos.

Y es cierto. Llevaba razón. Al flamenco no le gusta el cemento. Sobre todo, porque rebota el sonido y nada se escucha como debe. Este año en Los Claustros de Santo Domingo hemos tenido que sufrirlo de forma constante. Y ha sido un quebradero de cabeza para todos los técnicos de sonido que han pasado por allí.

Además, si a ello le sumamos que la ornamentación del patio central tiene una fuente que impide que el público sea tratado de una forma más acorde al dinero que paga por acceder al recinto —a 20 euros por localidad, niños de más de un año incluidos—, pues urge la necesidad de tener que buscar con urgencia un nuevo emplazamiento.

Pero centrándonos en el evento en sí, más allá de otros ciclos musicales, desde su génesis, la Fiesta de la Bulería fue creada como un festival del pueblo y para el pueblo. Desde su primera edición llevada a cabo por la Cátedra de Flamencología hasta la de este último año por Fundarte y la Delegación de Cultura del Ayuntamiento de Jerez. Y, hoy en día, no es nada de eso. Es más, nos podríamos atrever a decir que es la antítesis, aunque se quiera enmascarar con espectáculos —repetitivos y reiterativos— cuyo acceso es por invitación.

Por otro lado, se debe ser consciente que hay espacios que podrán suponer un ahorro para las arcas públicas, pero a lo mejor no lo son tanto para los bolsillos de los jerezanos, que son quienes pagan el evento con sus impuestos. A la Fiesta de la Bulería no le han salido nunca las cuentas. No lo olvidemos. Y menos si el que pasa por taquilla tiene que soltar 26 euros por dos cervezas y dos montaditos en el servicio de barra instalado en el Patio de la Tonelería de la Bodega González Byass.

"Me ha costado más dinero cenar aquí que las entradas", exponía más de uno antes de acceder al recinto de butacas, en alusión al sablazo y el aro por el que hay pasar sí o sí porque el horario de comienzo de los espectáculos —a las diez de la noche— y la falta de oferta en los alrededores, hace poco menos que imposible tener otras alternativas a precios más razonables o populares.

Recientemente, hemos podido leer en las redes sociales cómo los más viejos del lugar aún recuerdan con añoranza aquellas míticas noches de los Viernes Flamencos en el Cine Astoria —ya arreglado y listo para su uso— o en el auditorio de Ifeca. Así como muchos momentos mágicos en el coso de la calle Circo, con carteles de primerísima división, entre neveras, tapeos varios, bocadillos, papelones de pescaíto frito o copas de vino y marchar para casa a altas horas de la madrugada o incluso despuntado el alba. E incluso a algún que otro joven, también se ha manifestado en este sentido, expresando que le gustaría poder vivir aquellos momentos.

Es cierto que aquel tiempo se fue y difícilmente volverá. Los públicos hoy en día son otros. Las maneras de hacerse las cosas también. Para lo bueno y para lo malo. Pero ello no impide que un formato híbrido pueda ser una de las soluciones. Y lo mismo desandar el camino andado, reconducir conceptos, dejar a un lado opiniones interesadas y conformar un cartel de noche grande, con primeras figuras por todos conocidas y que hace años que no ponen un pie en la Fiesta de la Bulería, puede ser una solución, con la Plaza de Toros como lugar de celebración de su día más grande, junto con todos sus avíos.

Este año, por ejemplo, se cumplía el décimo aniversario de la muerte de Juan Moneo El Torta, el artista que más noches de gloria ha dado en la Plaza de Toros —peine rosa incluido, junto con su clásico "vivan los puros" como grito de guerra— y si no es por David Carpio y Lela Soto, nadie más se ha acordado de él. Y un detalle a nivel municipal no hubiera estado ni mal, ni de más. Al igual que tampoco estaría de más acordarse de vez en cuando de quienes hicieron grande estas noches y aún están con nosotros y muestran su buen hacer cantaor en muchos festivales flamencos de verano, menos aquí en su tierra.

Por ello, más de diez años después, sigue tan vigente como actual esa sentencia de uno de los cantaores más grandes que ha dado el género en toda su historia. En aquella época, en la que algunos gurús ni estaban ni se les esperaban aún, había quien decía que la problemática residía en las restricciones que marcaba la legislación en materia de espectáculos públicos, otros que era porque se le quería dotar de más caché y señorío y otros sostenían que el producto era viejo y caduco.

Cierto es que aquellas noches memorables fueron viniendo a menos y languideciendo con el tiempo, año tras año, hasta no llegarse a vender ni 1.000 localidades en 2013, e incluso hoy en día hay quien todavía sostiene que un más que previsible fiasco de taquilla en 2014 provocó que se decidiera celebrarla en la plaza del Mamelón, bajo un todo gratis que provocó más de un lío.

Hoy en día, a pesar de los esfuerzos que hacen los artistas encargados de dirigir las noches que les asignan por hacer su trabajo lo mejor posible, los continuos cambios a rumbos sin definir de forma clara y que viran según sople el viento o griten más fuerte, así como distintas afinidades y fobias varias, están provocando que la Fiesta de la Bulería siga bastante lejos de acercarse siquiera al evento que una ciudad capital para el flamenco como es Jerez se merece.

Más que nada porque a nivel de gestión cultural dista mucho de lo recomendable de cualquier proyecto serio, a nivel de presupuesto se soporta a pulmón y con poca o nula colaboración externa vía patrocinios o ayudas de otras instituciones públicas, a nivel de difusión hace mucho que dejó de interesarle a los mass media, que incluso la llegaban a retransmitir en directo, a nivel de promoción su presentación tardía imposibilitaba cualquier acción de posicionamiento, a nivel de publicidad ni se ha visto un cartel en la calle y, lo más preocupante, a nivel de cercanía con el jerezano — que es quien la sufraga con sus impuestos— no se ha enterado de que se estaba celebrando.

Demasiadas aristas y líneas de mejora, por tanto, las que tiene un festival flamenco de verano que en su día fue referencia y punta de lanza, en cuanto a marcar el camino a seguir por el resto. Esperemos que algún día, no muy lejano, quienes son los responsables de tomar las decisiones sean capaces de analizar las debilidades, fortalezas, amenazas y oportunidades que tienen este tipo de eventos y pongan pie en pared, cortando por lo sano todo lo que haya que cortar, para permitir que las ramas nuevas crezcan con mayor fortaleza. Que para eso están ahí. O, al menos, para eso se les supone que están.

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