Cuando he llegado de vender los huevos del corral, me he encontrado a José, el marido de Asunción, preparando una candela en el patio. Me ha comentado que en poco tiempo saldrá su mujer con los niños y me ha invitado a unirme a ellos. He guardado a las gallinas dentro, me he puesto el delantal y he tomado algo de harina de la cocina antes de salir al patio. Los niños corretean detrás de un pollo que ha quedado fuera del gallinero, se divierten y decido dejarlo suelto hasta que vayamos a dormir todos. La gran mayoría de mi familia vecinal está reunida en torno al fuego.
Julia me hace un gesto para que me acerque mostrándome que hay un hueco a su lado. Azarosa, ha comenzado a preparar la masa. Le doy un beso cariñoso en la mejilla y estoy atenta a cuando se consume la harina de la mezcla, para que no falte ni se hagan grumos. Le falta un poco de vino a la masa, me dice y toma un pequeño vaso lleno con uno de los olorosos de la tierra. Antes de darle de beber a la mezcla, da un largo sorbo y me lo ofrece para que haga lo mismo, los labios se me endulzan y el líquido calienta mi sangre. Julia y yo sonreímos, la buena de mi vecina se arranca a cantar y comienza el festejo en el patio a la vez que los dulces y tortas se elaboran.
Los hombres han sacado las zambombas y los niños danzan al son de las panderetas. Doña Cecilia comienza a tararear y todos callamos para escuchar a la anciana, solo Juan le acompaña dando golpes y marcando el compás en la mesa con el puño de su mano. Hace años que la viuda de Anselmo se arranca con el mismo cante y todos esperamos impacientes este momento, la mayoría ya nos sabemos la letrilla, pero nadie la canta como ella y seguro no será lo mismo si no volvemos a escucharla el día que Dios la recoja.
La masa ya reposa envuelta en el trapo de cocina, el aire está impregnado con el olor del anís, las naranjas, limones, ajonjolí, vino y risas. El olor a leña y lentisco quemados lo abraza todo y la esperanza, la fe y la tradición inundan el patio con el batido de las palmas. El tronar de las cucharas en las botellas de anís y el aporreo de las zambombas que inundan las almas, aceleran los corazones, hacen que vibren, que los adolescentes sientan las primeras mariposas en el estómago, el amor junto al reflejo y el calor de la candela. Aquí se enamoró de mí y de mis pies descalzos, mientras lo desafiaba a acompañarme en el baile en el centro del corro. Así surge el amor en el sur, en esta tierra, con raíces tan profundas que te atrapan para siempre. Guárdame el culillo de la botella y ahora apartamos unas cuantas tortas para el Manuel, mañana se las acerco al cuartel Julia. Nos turnamos para cortar y dar forma a la masa, freír las tortas en la perola y melarlas.
Los chiquillos se han entretenido en esculpir, con los recortes de masa, el nacimiento del niño Jesús. El pequeño Israel llora porque no quiere que la mula acabe frita en el aceite hirviendo y el conflicto se resuelve a las malas, cuando su hermano le arranca la cabeza dejando al animal deforme. Solo han pasado cinco minutos y ya se han olvidado de todo, ahora se divierten explotando algunos petardos que han hecho con las cerillas de la cocina. Hubo tiempo para preparar un rico arroz con leche que hemos degustado alrededor del fuego entre chanzas y algún otro cante para despedir la noche. Con la ayuda de los niños he conseguido meter de nuevo al pollo en el gallinero. En el patio, ya mudo, siguen brillando los rescoldos del fuego que hasta hace unos minutos avivaban a todos el espíritu. El viento juega con los pequeños restos de cenizas aún encendidas elevándolas hasta el oscuro cielo, allí arriba emprenderán una afanosa lucha por no apagarse y brillar como lo hacen las estrellas.
"Sonaban en las calles tambores y zambombas y el alegre chasquido de panderos". (Frase extraída de Frazo Dictionary).
Comentarios