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Cuando creamos un jardín, nuestras elecciones de plantas están primeramente condicionadas por la oferta que hay en los viveros cercanos.

Cuando creamos un jardín, nuestras elecciones de plantas están primeramente condicionadas por la oferta que hay en los viveros cercanos. En segundo lugar, si no queremos gastar dinero y esfuerzo en balde, deberemos considerar las características climáticas del lugar, el tipo de suelo y el agua de la que podemos disponer para regar.

Pero esta cuadratura, ya de por si complicada, entre nuestros gustos personales y nuestras posibilidades verdaderas de elección, se desarmará por muchos puntos si no tenemos en cuenta además, sobre todo, las elecciones de las propias plantas, quiero decir, los gustos de ellas, sus temperamentos.

Porque hay plantas arrogantes, que prefieren grandes espacios para lucirse, como las bignonias, y otras que, al contrario, prefieren rincones discretos y la protección del grupo, como las caléndulas.

Algunas son feroces competidoras, como la madreselva, y a otras les gusta vivir tranquilas, en un lugar más o menos aislado, sin que nadie las moleste, ni siquiera el jardinero, como por ejemplo los agaves.

A todo lo anterior hay que añadir el hecho de que hay plantas que llegan a tu jardín como intrusas, utilizando el viento, o algún animal (incluido el jardinero mismo, sin saberlo) o movidas, acaso, por la providencia.

Y por último están aquellas que te impone un vecino, con el pretexto de que ya no puede ocuparse de ellas, y en fin también aquellas otras que te ha regalado alguien que te quiere.

Y así es como acabamos eligiendo aquellas plantas que nos eligen.

 

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