Hay que ser muy ignorante para atracar una librería y no llevarte ningún libro. Que no digo que haya que ser tonto porque estos artículos no dan mucho dinero y los amigos de lo ajeno -soy fan de las metáforas de las Fuerzas de Seguridad- lo sabían.
Hay que ser muy ignorante para atracar una librería y no llevarte ningún libro. Que no digo que haya que ser tonto porque estos artículos no dan mucho dinero y los amigos de lo ajeno -soy fan de las metáforas de las Fuerzas de Seguridad- lo sabían. Por eso prefirieron arramblar con vinos, camisetas y forzar la caja registradora.
Pero incultos seguirán siendo. Allá ellos, que dejaron dentro los mayores tesoros que había en el establecimiento, y con los que sin duda se habrían enriquecido más, aunque en otra dimensión que seguramente desconocerán. No obstante, espero que los rateros perdonen mis prejuicios si lo que iban buscando era alguna versión inédita del Ulises y, ante la decepción de no hallarla en tamaño laberinto, se cebaron con otros enseres.
Qué mejor metáfora de la decadencia de la cultura que ésta. Es como entrar en un museo y dejar expuestas las obras de Van Gogh o Rembrandt, aunque claro, ésas sí que son carne de coleccionista y dan dinero. Y es que la literatura, el arte más grande que ha existido y puede existir para mi gusto, se ha convertido en la fea del baile: libros electrónicos que sustituyen al papel y sitios piratas para descargarlos gratis, ínfima población lectora, competencia de grandes superficies donde se exponen los best seller junto al último reproductor de deuvedés... Menos mal que nos quedan Jordi Hurtado y Manuel Romero Bejarano, dueño de la malograda librería que, al menos, le dan su punto de glamour a la cultura arrastrando a una audiencia casi impensable para estos contenidos. Así que esperemos que a Hurtado le queden tantos años de vida como auguran sus seguidores en los memes de las redes sociales.
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