Decía Eduardo Galeano que el mundo estaba patas arriba y que teníamos que luchar por ponerlo sobre sus pies. Lo dijo allá por 2007, un año antes del estallido de la gran crisis económica que sacudió los cimientos del sistema; y no le faltaba razón. Pero entonces como ahora, fuese y no hubo nada. Hoy, casi veinte años más tarde, otro escritor, esta vez el francés Pierre Lemaitre, ha declarado: «El capitalismo ha fabricado la catástrofe ecológica en la que estamos inmersos; y el neoliberalismo, que es una variación del capitalismo, ha reinventado el fascismo que estamos viendo... Lo que estamos atravesando no es una crisis. Es un nuevo estado del mundo».
Tras varias décadas de aplicación de políticas neoliberales y de la normalización del capitalismo salvaje, nos vemos como estamos. El rebautismo del fascismo a manos del neoliberalismo que constata Lemaitre forma parte del mundo al revés que preconizó el bueno de Galeano: un viejo nuevo mundo. Y así vivimos: con una ola neofascista en la que está de moda que los nuevos oligarcas de lo virtual hagan el saludo nazi o ‘nazifiquen’ la Red.
Nuestros días se fascistizan al ritmo que lo hacen nuestras calles, nuestros medios y nuestros discursos. Solo que ahora es legal y ni siquiera está mal visto. Una alta representante política puede bramar contra una supuesta ley del silencio, y hacerlo desde un atril en medio de una plaza pública y rodeada de miles de personas. Puede mentir sin temor mientras se lamenta de una dictadura progre que coarta su libertad.
El líder de la primera potencia mundial puede decir que lo woke está acabando con la esencia americana, y quedarse tan ufano. El presidente de una nación puede llamar bandido a un homólogo en su propia casa, cagarse en la diplomacia y desear la muerte del socialismo mientras ondea sin ambages ni vergüenza la bandera de la estafa ‘criptobro’. Así vivimos, y parece que no pasa nada.
Pueden decirlo y lo hacen ante masas enfervorecidas aún más idiotas que se quieren dejar llevar. Un mundo patas arriba que nos está dislocando, una locura digna de Carroll en la que viajamos a caballo entre el conejo de Alicia y el sombrerero loco. En el mundo de los puteros de catálogo, de la corrupción chusca y de la doble vida execrable poco resquicio queda. Por eso cabe esperar el desencanto, la rabia y la nada.
Como en la historia interminable de Ende o ante el final de la vida misma, lo que más asusta es la nada, la ausencia, la falta. Así nos hallamos muchos hoy en día, prisioneros de la nada, expectantes a la nada. Porque cuando sentimos que no hay en quién confiar, las opciones se diluyen y solo reina el desánimo. Por eso los Ábalos, los Santos y los porteros de club de alterne hacen tanto daño: porque el zurdo tiene memoria y poca tolerancia al robo. Como en 2007, ser facha es buena idea porque simplifica la vida, lo hace todo más sencillo, porque el saqueo no tiene consecuencias. Un mundo patas arriba, preso del viejo nuevo fascismo del capital. Qué falta nos hace la Bruja Avería en 2025.



