Cuando una minoría no tiene que reivindicar derechos es porque no es una minoría, sino un grupo privilegiado, reducido en número y favorecido por vaya usted a saber qué cosas. No es de estos, sin embargo, de los que vengo a hablar, sino de una minoría considerada así por su número y por su desamparo: la minoría que ocupa la España vaciada, esa población rural en vías de ser desahuciada. Sergio del Molino llama a esa España rural, y prácticamente despoblada, España vacía. Sin embargo, no lo está. En estos lugares lejos de la gran ciudad vive gente, desde los que sostienen la agricultura y la ganadería hasta los que permiten que ganaderos y agricultores puedan vivir aquí: médicos, barrenderos, profesores, asesores, empleados de banca (aunque hoy por hoy sea rara avis en estos lares), camareros, tenderos, farmacéuticos, administrativos, carteros, niños que llenan las calles de risas, abuelos que disfrutan de su jubilación, artesanos que venden sus productos en los pueblos y en las ciudades. Gentes que elegimos vivir aquí, a otro ritmo.
Cuando te instalas en una de estas zonas, sientes que vas contracorriente, pues por razones que se me escapan (y que cuando creo entender me parecen conspiranoicas), los nuevos tiempos empujan a concentrar la población, quedando hacinada en torno a mastodónticos centros comerciales al tiempo que van desmantelando los pequeños y medianos núcleos rurales.
Como aquellos galos de la aldea de Astérix, los hispanos tenemos que estar alerta a las decisiones del Imperio y luchar por nuestros derechos. Por hablar de lo que conozco, trataré sobre Los Pedroches, en plena Sierra Morena del norte de la provincia de Córdoba, aunque nuestro caso sea extensible al ámbito rural en general. Años atrás, estos galos hispanizados se rebelaron contra la instalación de un cementerio nuclear, cuando ya teníamos uno cerca que ahora va a ampliar sus instalaciones para almacenar más basura radiactiva. Aunque éramos pocos, gritamos mucho. También nos conjuramos para conseguir que el Ave Córdoba-Madrid tuviera una parada en la zona, aprovechando que las vías pasaban por aquí, y gracias a aquellas manifestaciones tenemos donde coger el tren para ir a la ciudad o volver al campo. Y es que el que no llora, no mama, dicen por estas tierras, pues tanto para darnos (un cementerio nuclear) como para privarnos (de una estación de tren) emplean un único argumento: escasa población, ya saben, pocos votantes ¿Qué partido perdería su tiempo por tan pocos votos? ¡Con lo lejos que están los condenados!
Lo último que nos ofrecen es otro regalo envenenado: las macrogranjas. Iniciativa privada con todas las facilidades de la administración. ¿También nos quejamos por las macrogranjas? ¿No queríamos industrias? ¿Puestos de trabajo? Quienes se dedican a la ganadería saben que una explotación ganadera se gestiona con pocas manos. Así que no traerán muchos puestos de trabajo, más bien tendríamos que hablar de hambre para hoy y para mañana. Especialmente para mañana.
Estas mastodónticas granjas exigen mucha agua y extensos terrenos con capacidad natural para reponerse (agua + tierra fértil), porque esa densidad animal destroza y agota el terreno por sobreexplotación. Ha costado años que en Los Pedroches la ganadería extensiva, que es sostenible, sea también rentable. Y esto lo viene logrando gracias a la alta calidad de sus productos, apreciados y pagados en un mercado rural y urbano. Además, es un tipo de ganadería que reparte sus beneficios entre muchas familias, al contrario que la ganadería intensiva de esa macrogranja que no dará de comer a más de seis o siete jornaleros.
Las macrogranjas no son viables en una tierra como la de Los Pedroches: llevamos años con problemas de abastecimiento de agua, que unas fuertes lluvias de otoño no resolverán, y nuestro paisaje es un pedregal, hermoso, pero pedregal. Hay más piedras que tierra. Y no es un temor infundado, ya sabemos por experiencia que donde hay piaras o ganado concentrado, la vegetación brilla por su ausencia. Con el tiempo, el paisaje se convertirá en un suelo barrido, donde tan solo sobresaldrá el brillo del granito. Cuando las patas y los purines de cerdos y más cerdos esquilmen el terreno, los señores de esas macrogranjas desmontarán el tinglado y se trasladarán a otro paraíso olvidado por las macro ciudades y habitado por otros pocos hispanos. Los del lugar esquilmado nos quedaremos con la gallina de los huevos de oro abierta en canal. Ya saben, el pueblo es como la casa vieja de la abuela, donde en vacaciones vaciamos la ropa vieja que no nos cabe en el piso de nuestro barrio.



