La película Don’t Worry, Darling (dirigida por Olivia Wilde en 2022), que vi hace ya un tiempo, me hizo preguntarme sobre el valor de la felicidad y la libertad en nuestra vida. Observé, repasé de memoria novelas y ensayos tratando de dar respuesta a mi duda y me pareció preocupante encontrar respuestas sin fisuras solo en los anuncios publicitarios.
Esto es lo que nos plantea sin rodeos Don’t Worry, Darling, ¿Cuánto sometimiento admitiríamos por sentir la felicidad? ¿A qué renunciaríamos por no perder la libertad? El primer escollo con el que me tropecé fue definirlas y conocer cuándo somos libres o felices. Ya sabemos que tanto la ficción como la filosofía responden a la gallega, es decir, con más preguntas, así que, cargadita de interrogantes, cambié de táctica y consulté otras fuentes.
Tampoco es tarea fácil para un diccionario los términos abstractos e intangibles, pero te dan pistas, merece la pena consultarlos. He aquí lo que encontré en el de la Real Academia: Felicidad, 1. Estado de grata satisfacción espiritual y física; 2. Persona, situación, objeto o conjunto de ello que contribuyen a hacer feliz; 3. Ausencia de inconveniente o tropiezos. Y por Libertad, 1. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos; 2. Estado o condición de quien no es esclavo. En cuanto al de María Moliner, aporta más acepciones para felicidad — si bien por no perderme entre las ramas traslado solo una, “situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tal como las desea”—, pero se desentiende del término libertad. Imagino que los años 60, en España, no eran tiempos para hablar de ella. Y con estos pocos mimbres, pensé que quizá tenga mejor prensa aquello de ser feliz que la responsabilidad que exige ser libre.
De este supuesto también parte Don’t Worry, Darling. Todos los habitantes de una ciudad llamada Victoria viven felices, rodeados de cuanto uno pueda desear: buenas casas, coches, alta posición social, estabilidad laboral para ellos; amor conyugal y concordia vecinal para ellas, y cosas, un sinfín de cosas a la última moda. Es la felicidad total, sin conflictos, sin dudas, resumiendo, el paraíso terrenal de Adán y Eva, pero con un centro comercial incorporado que te abastece la felicidad. En Victoria, la felicidad es algo, no un estado. Más o menos el modelo que hoy tenemos en los países ricos. En una sociedad de consumo como la nuestra, donde los ideales se convierten en un bien mueble más o, dicho de otra manera, se adquieren con dinero, felicidad y libertad, son productos de consumo, tal vez de los más costosos, pero al fin y al cabo aptos para la compra y la venta.
La felicidad es, entonces, tangible y maleable, a gusto del consumidor, que se materializa en el último modelo de móvil, en un día al más puro estilo Pretty Woman, en miles de like en tu cuenta o selfies delante de lugares in que te harán popular. La lista sería interminable, casi todo lo que pueda adquirirse a cómodos plazos. No hay que darle más vueltas al diccionario, sino hurgar en el bolsillo.
Y ¿qué nos dice Olivia Wilde de la libertad? A medida que avanza la trama, el jardín de las delicias acusa fallos. La felicidad en Victoria es una falacia, construida sobre el engaño y la esclavitud. Aquella ciudad está aislada y cercada, una cárcel en la que la mayor parte de sus habitantes, mujeres y niños, inconscientes bajo los efectos de fármacos, desconocen que han sido llevados contra su voluntad. No hay libertad sin conciencia, sin opción de decidir nuestros actos, sin capacidad de responsabilizarnos de ellos.
En la ficción de Don’t Worry, Darling la protagonista, Alice Chambers, es aparentemente una esposa feliz gracias a la vida fácil que su marido le proporciona; pero la realidad es bien distinta, siniestra, pues sus pensamientos y deseos son el resultado de la manipulación de los que gobiernan Victoria, un grupo de hombres para quienes la felicidad consiste en hacer como que trabajan y en tener a la mujer esperándolos en casa. Naturalmente, la felicidad y la vida sin tropiezos que ofrece este lugar tiene un precio: la libertad. Porque no olvidemos que nada es gratis en una sociedad de consumo, ni en un país que te promete orden, seguridad y uniformidad por encima de todo y a cualquier precio. La clave está en sembrar el miedo, sedarte, ni siquiera seducirte, prometiendo una vida “ausente de tropiezos”, con el brillo de una felicidad de plástico hasta que olvides el valor de la libertad. Si arañas en sus entrañas, no es más que una farsa para beneficio de unos pocos, que no son sino embaucadores, perversos y desalmados. Esa es Victoria en el cine, ¿no nos recuerda a algo?
El mayor afán de un gobierno manipulador y sin escrúpulos está en hacernos creer que la libertad no se lucha, sino que depende del poder adquisitivo. Ser libre es comprar libremente cuando, donde y cuanto quieras. Libertad y felicidad convertidas en dos productos de consumo. Como cantaba Pablo Guerrero “¿Le pongo 10 metros en cómodos plazos de felicidad?”. Mide tu felicidad al peso; tu libertad, a golpe de tarjetazo. Compra y calla. Pero ya se lo decía Donald Trump a su amigo Jeffrey Epstein en su 50 cumpleaños: “Debe de haber algo más en la vida que tenerlo todo”.
Alice Chambers, la protagonista que descubre el pastel, al igual que hiciera Eva en el Paraíso, saben que ese algo más es la libertad y la conciencia que esta exige. Por eso Eva mordió la manzana de la ciencia y la conciencia, renunciando al despreocupado paraíso, y Alice luchó contra un estado despótico y su dictador, el fundador de Victoria, Chris Pine, que almacenaba toda la libertad únicamente para él.
Donald Trump también defiende la libertad personal, la suya, que consiste en hacer lo que le dé la real gana de hacer. Si fuera leído, sabría que no es lo mismo libertad que despotismo, aunque tampoco creo que le importe a él este matiz léxico. Bien sabe que su ciudad Victoria no hace aguas, pues mientras nos dejemos hipnotizar por la creencia de que elegir una marca de electrodomésticos es libertad y tener el armario lleno de ropa es felicidad, sus fascistadas nos seguirán pareciendo salidas de tono y el genocidio , conflictos entre países.



