Caminante no hay camino, se hace camino al andar

Todavía hoy, en esta parte del planeta, contamos con una democracia sólida sobre la que hemos ido construyendo una sociedad tolerante, en la que los jóvenes creen que los derechos humanos son inherentes a nuestra condición

19 de diciembre de 2025 a las 09:35h
Manifestación antifascista en Las Setas, Sevilla.
Manifestación antifascista en Las Setas, Sevilla. POTATO QUEEN

Si la historia fuera cíclica, andaríamos todavía mirando aquel primer fuego que un rayo provocó al chocar contra el árbol que protegía la puerta de la cueva. La historia sería un déjà vu, invariable, al estilo del día de la marmota, con nosotros revisitando los mismos sitios y personas. Si fuera cíclica, estaríamos más cerca de la desidia de Sísifo —convencido de que no hay esperanza de tomar las riendas de nuestra existencia— que de la rebeldía de Odiseo al luchar contra el destino que los dioses le reservaban. Querría ser Odiseo antes que Sísifo.

Más acertada me parece la espiral como símil con la vida humana, por sus movimientos en círculos que se desplazan y avanzan, dibujando una ruta con nuestros pasos, una estela en el mar, como cantaba el poeta, que al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.

Viene todo esto a cuento del maleficio en el que parecemos haber caído en los últimos años: el fascismo vuelve inevitablemente. Efecto directo, me parece, de esa perspectiva del eterno retorno, que nos obliga a someternos dóciles a la rueda del destino, en su movimiento eterno, sea aquella benévola o vengativa.

Tal vez, la teoría cíclica sirva en un analista histórico o político, que observa los hechos desde la distancia espacial, convirtiendo por engaño óptico la espiral en circunferencia, ya saben, algo perfectamente redondo y cerrado. Y también desde la distancia temporal, ajenos los ojos científicos a los efectos emocionales. Sin embargo, cuando vivimos subyugados a esa rueda, no dejamos de inquietarnos: ¿cuánto tardará en dar la vuelta? ¿Viviré para entonces? O peor aún, ¿sobreviviré a su rodadura fascista? No quiero ver la historia como un déjà vu. Para mí, es una forma de resistencia.

Por los años 60, Pier Paolo Pasolini respondía a una entrevista que el fascismo, que él conoció en su infancia, no había desaparecido, que estaba hibernando, latente, a la espera de una ocasión propicia para lanzarse a la yugular de los ingenuos y los confiados. Por lo tanto, el resurgir del fascismo no vendría dado por el destino, sino por no haber sido erradicado en su momento. Y, como el herpes, añado yo, aprovecha una coyuntura de debilitamiento para imponer su intransigencia y volver a sembrar el odio y el miedo.

No es poca cosa lo que advierten las señales, porque estos tipos de la ultraderecha desembarcan a la manera de las hordas bárbaras, aunque en su fuero interno sean grupos disciplinados y obedientes a un mando. De cualquier forma, no debemos abatirnos ni retraernos ante este empuje de elefantes en chatarrería, aún menos resignarnos ante la falacia de la fuerza del sino. Que el conocimiento de la historia no sirva para renunciar a la lucha, resignados, sino que nos sirva para actuar conociendo con certeza el terreno.

La lucha por la libertad y la justicia merece la pena, porque hay muchos y grandes motivos para resistirse a perderlas. Gracias a ellas podemos disfrutar cualquier día por las calles de cualquier ciudad mezclados con gentes de cien mil raleas, color de piel, vestimenta, andares, hasta acabar formando un jardín pintoresco, alegre, con sonidos nuevos y antiguos, ritmos que hacen de la asimetría una música vibrante que nos une. Poder discutir sobre el concepto de libertad y no llegar a un acuerdo sin que por ello alguien sea hecho prisionero. Tener amigos lejos con los que poder hablar sin ser vigilados o visitarlos en cualquier rincón del mundo, porque las fronteras no son rejas de una prisión, sino tan solo y realmente controles aduaneros. Recordar la vida de nuestros padres como una amena historia, pues hace lustros que vivimos en democracia, en libertad. Porque la vida siga siendo un mundo por descubrir, sabiendo que serán nuestros hijos quienes hagan el camino al andar, con libertad y sin miedo.

Todavía hoy, en esta parte del planeta, contamos con una democracia sólida sobre la que hemos ido construyendo una sociedad tolerante, en la que los jóvenes creen que los derechos humanos son inherentes a nuestra condición porque siempre (ese siempre que la especie humana delimita entre el día de su nacimiento y el hoy) ha sido así. Las bases de nuestra democracia no se tambalean, las zarandean para intimidarnos.

Nuestro convencimiento es también una forma de combatir este ataque a nuestro sistema democrático: rebélate, enfádate ante lo que nos pone en peligro como sociedad libre, no cambies de canal cuando las imágenes de una guerra, las amenazas de Trump o las fanfarronerías de Milei te horroricen. No escondas la cabeza, te cortarán el cuello, como haría un cazador si el avestruz empleara un método tan estúpido, que no lo hace, para ocultarse.

Nos quieren hacer creer que hay un destino que se repite y repite, pero Machado sabía que la vida no tenía la culpa, sino los hombres y las mujeres; que la vida era libertad y construcción y en nuestros pasos estaba la clave y la esperanza. No hay más que leer sus versos para entenderlo: "Caminante, son tus huellas /el camino y nada más; / Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace el camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante no hay camino / sino estelas en la mar". En estos pocos versos hay toda una filosofía de vida que confía en el poder de la humanidad y en la de cada uno de nosotros para encontrar estelas en la mar. Necesitamos confianza y muchas cosas más, desde luego, pero confianza para impulsarnos y no dejarnos avasallar.

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