Afganistán: la tradición del genocidio

No, no es admisible para países civilizados hacer oídos sordos ante la barbarie, como hemos estado haciendo en Gaza. No podemos exculparnos manipulando las palabras

17 de octubre de 2025 a las 09:22h
Una imagen de un menor en Afganistán.
Una imagen de un menor en Afganistán. MANU GARCÍA

El tiempo pasa volando, o eso nos parece cuando echamos la vista atrás. Las últimas atrocidades de Israel contra Gaza empezaron no hace más siete meses, nada si es tiempo de paz. Una eternidad si se trata de un genocidio, que es lo que ocurre en Gaza, por más que haya recibido otros nombres: guerra, incursiones, ataques selectivos… ¿Cuántos eufemismos rastreros han necesitado la Unión Europea y la OTAN para desentenderse del asunto? Y es que ¿quién se atreve a plantarle cara al abusón de Donald Trump cuando los muertos no son más que unos parias de la tierra?

Aunque los ciudadanos de a pie creamos que nuestras protestas siempre caen en saco roto, no es del todo así. Al rechazo del gobierno español se han ido uniendo, con toda la ambigüedad imaginable, otros países, presionados por la indignación in crescendo de su electorado que ha salido a las calles. Poco a poco parte de nuestros dirigentes han abandonado la palabra guerra (término que implica una ruptura de paz por ambos países en conflicto, casi como si estuvieran en igualdad de condiciones) para admitir, tras la muerte de muchas vidas humanas, no lo olvidemos, la palabra genocidio (exterminio sistemático de un grupo humano por razón de raza, etnia, religión, etc.).

Me gusta pensar que las manifestaciones ciudadanas han obligado a reaccionar a nuestros gobiernos y a la ONU, que, finalmente, se han visto obligados a no mirar a otro lado, aunque esto no vaya unido a actuaciones efectivas. Sin embargo, aún es pronto para celebrar el fin de este genocidio, pues la paz ofertón que nos ha traído el presidente estadounidense suena a engaño comercial, como todo lo que él regala. Más que la paz, podría parecer que Donald Trump da por terminado el derribo de toda esa zona que quiere convertir en un resort de lujo. Ahora toca retirar escombros (¿emplearán a los supervivientes de Gaza? ¿A los parias?), allanar terrenos y construir. Así que, en buena parte de nosotros, queda ese sabor agridulce y de desconfianza por la buena nueva.

Pero hoy no solo querría hablar de este genocidio. También en la actualidad convivimos con países que desprecian al ser humano, gobiernos que matan en nombre de la tradición, de Dios, de Alá o del creador que les sirve de coartada. Que matan a las parias de la tierra, como en Afganistán. Un país en manos de un gobierno misógino y fanático al que, nos cuenten lo que nos cuenten, estamos dejando hacer. Palabras de repulsa, pero solo palabras. Condena mezclada con prudencia, con aquellos argumentos de no interferir en asuntos internos de otro país o cómo enfrentarse a las tradiciones y la religión.

¿Tradición? ¿En serio hay que respetar una tradición que encarcela a todas las mujeres por el hecho de serlo? ¿Qué las priva de todos los derechos habidos y por haber? ¿De educación, de asistencia médica, de libertad de movimiento? Obligadas a encerrarse en sus casas bajo la estricta vigilancia de sus maridos y familiares masculinos. Convertidas en despojos. ¿En serio esto es lo que entendemos por tradición?

¿Se imaginan que nuestros vecinos europeos hubieran respetado nuestras tradiciones allá por 1975, cuando la muerte del dictador? Aquellos años en que éramos la reserva espiritual de Occidente y las mujeres eran tuteladas hasta el fin de sus días, Mi madre, como todas las madres de entonces, no podía abrirse una cuenta en el banco, no podía viajar sin el permiso de su padre, esposo o tutor.

Tiempos en que la violencia sobre las mujeres, lejos de ser un delito, era un conflicto conyugal, qué vergüenza airear los trapos sucios de la casa; aquellos tiempos cuando la maté porque era mía evocaba la pasión y no un vil asesinato. Cuando una mujer con deseos sexuales era una guarra y tantas infamias más, ¿Se imaginan, insisto, que España, tan celosa de sus falsas tradiciones, las mantuviera todavía hoy alentada por países que respetaban esas pintorescas costumbres? Ya saben, por no herir nuestra idiosincrasia.

No, no es admisible para países civilizados hacer oídos sordos ante la barbarie, como hemos estado haciendo en Gaza. No podemos exculparnos manipulando las palabras. No nos debemos dejar engañar y admitir que donde dicen conflicto, quieren decir genocidio; donde privación de derechos, también genocidio. No, en Afganistán no hay tradiciones, allí las mujeres también sufren un genocidio.

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