El precio de la belleza

Toda señal que muestre algún aspecto del paso del tiempo: arrugas, manchas, bolsas debajo de los ojos debe ser eliminada a cualquier precio

10 de noviembre de 2025 a las 10:19h
El precio de la belleza, por Susana Isoletta.
El precio de la belleza, por Susana Isoletta.

Desde los albores de la cultura la imagen externa señala el sexo, la cultura y momento social al que pertenecemos.

Los humanos aspiramos a que nuestros coetáneos nos reconozcan como miembros del grupo y despertar en ellos una amplia gama de sentimientos: compañerismo, admiración, temor, entre otros (por la valentía, por la belleza).

En cuanto a lo bello es indispensable cumplir con ciertos requisitos que marca la época. Asimismo la proximidad a ese objetivo nos sitúa de formas diversas en la escala social.

El rostro en particular es la parte del cuerpo que más nos representa y existe siempre un ideal de belleza al que, de una manera u otra, nos vemos impelidos a acercarnos. 

Es inevitable que la imagen considerada bella, o la más adecuada, sea comparada constantemente con la imagen real y específica de cada persona. Y ese juicio crítico lo realiza tanto el entorno social como nosotros mismos frente al espejo.

La moda establece cuáles son los tributos más idóneos para representar la belleza. Esta noción ha cambiado constantemente a lo largo de la historia de la humanidad y por supuesto, caracteriza a los grupos humanos conforme a su riqueza, sus tradiciones, creencias y su situación geográfica específica.

El rostro es el objeto primordial del modelo a seguir

En la antigüedad, el ideal de belleza que inspira a Grecia y Roma difiere del estilo egipcio. En las representaciones artísticas de sus dioses y personajes históricos podemos apreciar sin duda alguna las características específicas de cada uno, los “moldes” sobre los cuales el pintor, el arquitecto, el escultor dan vida a sus obras.

En todos los casos el rostro es el objeto primordial del modelo a seguir. Si hacemos un recorrido por la historia de las caras femeninas y masculinas podemos intuir con cierta facilidad el momento histórico y la clase social que le corresponde.

Para conseguir llegar a ese de objetivo de belleza se emplean múltiples procedimientos y aceites que corresponden a los conocimientos y creencias imperantes.

En este sentido, es interesante un caso curioso (por estar tan alejado de las costumbres occidentales). Me refiero Las padaung ('mujeres de cuello de jirafa'), que forman parte del grupo étnico o tribu kayan, karen o karenni. Este grupo se encuentra en el sudeste asiático, principalmente en Myanmar y en el norte de Tailandia. Ellas usan anillos de latón para alargar el cuello, creando una apariencia similar a la de una jirafa. Les proporciona un aspecto realmente exótico. Las anillas llegan a desempeñar la función de sostén que realiza el cuello. Algunos autores aseguran  que quitar  las anillas sería imposible ya que les costaría la vida: las vértebras cervicales y el cuello no desempeñarían su función. 

Entre las teorías que justifican esta práctica se encuentran el simbolismo de belleza y estatus, la protección contra el rapto y, en la cultura popular, una antigua creencia sobre la protección contra animales feroces.

De  ser cierta la hipótesis de estos autores, esta práctica no sólo conduce a la belleza sino que puede conducir a la muerte.

Existe en la historia un caso real donde el afán de belleza condujo a la enfermedad grave.

La blancura del rostro de la reina Isabel I de Inglaterra e Irlanda era una  metáfora de su presentación pública como la “reina virgen” que permaneció soltera hasta su muerte. Había padecido viruela de pequeña y en su rostro quedaron marcas indelebles. En el siglo XVI, la piel blanca era símbolo de poder y pureza. Pero detrás de esa belleza estaba un veneno blanco que destruyó su cuerpo y su mente, sus afeites contenían una mezcla de plomo, mezclado con vinagre y pintaba sus labios con mercurio.

En la época dorada de Hollywood algunas actrices eran impulsadas fuertemente a “mejorar” su imagen: Rita Hayworth debió ensanchar su frente, Marilyn Monroe sufrió diversos retoques. El ideal de belleza consistía en una cierta armonía y perfección en los rasgos.

Paulatinamente, la práctica de la cirugía estética se ha extendido y globalizado. Hombres y mujeres en ocasiones se desplazan a otros países para conseguir precios asequibles. Los hombres para ocultar la calvicie, las mujeres para todo tipo de intervenciones más o menos riesgosas conforme a la idoneidad y profesionalidad de las clínicas.

¿Esas caras acartonadas de difícil sonrisa e inexpresivas es lo que deseamos?

Interesa remarcar que  en los últimos años el modelo de belleza femenino es una muñeca de rasgos artificiales en la que se haga evidente la intervención de la cirugía plástica u otros procedimientos menores. Labios carnosos, pestañas exuberantes, grandes pechos, pómulos salientes, cejas muy marcadas. 

Toda señal que muestre algún aspecto del paso del tiempo: arrugas, manchas, bolsas debajo de los ojos debe ser eliminada a cualquier precio.

¿Ese rostro que más parece el de una muñeca Barbie guarda algún vínculo con nuestra identidad? ¿Esas caras acartonadas de difícil sonrisa e inexpresivas es lo que realmente deseamos?

Además de los riesgos que implica la cirugía esa suerte de muñeca de cartón ha sido vaciada de sentimientos, ha sido robotizada.

¿Es esa deshumanización el precio a pagar por una supuesta belleza? Definitivamente no.

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