Yo no soy flamenca, soy gitana

Casi 60 minutos abordando a Jerez y a sus gentes. Algunas imágenes impactantes que juguetean con el ayer y el hoy que, al fin y al cabo, eso es Jerez y eso también es el Flamenco

jose (2)

Trabajador social en Fakali, Federación de Asociaciones de Mujeres Gitanas

Yo no soy flamenca, soy gitana. Dolores Agujetas, en un momento del episodio de 'Los caminos del flamenco' dedicado a Jerez, este pasado martes.
Yo no soy flamenca, soy gitana. Dolores Agujetas, en un momento del episodio de 'Los caminos del flamenco' dedicado a Jerez, este pasado martes.

Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena pero ciertamente, tener que esperar hasta cuatro semanas para que en un espacio dedicado al Flamenco como es el ya conocido Caminos del Flamenco (TVE) se aborde a Jerez, me ha parecido demasiado castigo. Porque Jerez, con permiso de Utrera, Morón, los Puertos, Lebrija y la Triana que ya no es Triana, sigue siendo esa mano que ha mecido la cuna; la alumna aventajada de esta clase sin academia, pero con patios, calles, barrios, casas y por qué no decirlo y reconocerlo, su propia hambre y su propia humildad en toda la magnificencia de la palabra. 

Y llegó. A la cuarta vino la vencida. Casi una hora hablando de Flamenco. Y digo bien, casi. Casi 60 minutos abordando a Jerez y a sus gentes. Algunas imágenes impactantes que juguetean con el ayer y el hoy que, al fin y al cabo, eso es Jerez y eso también es el Flamenco; honor a los que no están y oídos para los que se quedan. Y qué mejor que comenzar con Tomasa. Breve, pero tan pura como una Virgen. Un estandarte del cante puro, sin estridencias, dulce y amargo a la vez. En sus palabras se nota la experiencia, la sapiencia y el saber estar de quien ha heredado de las mejores maestras las excelsas lecciones que la han llevado a ser lo que hoy es la Macana en su esplendor. “Yo soy pura, no tengo dobleces”, asegura. Que me digan si no es verdad. Ojalá las nuevas generaciones sepan saber de dónde vienen los buenos manantiales.

De ahí al mano a mano entre Jesús Méndez y María Terremoto. Las voces de quienes tienen la responsabilidad del ser y el estar e incluso, del ser o no ser. En ellos hay puestas muchas esperanzas de mejores tiempos. Quizá demasiada presión, pero pueden con eso y con más. Sobró la pregunta sobre las mujeres que no salían a la palestra en el cante y en el baile en tiempos en los que ninguna mujer lo tenía fácil. Las flamencas y las gitanas tampoco, pero cuando hubo que hacerlo fueron las primeras en cruzar fronteras para llevar el pan a sus hijos, antes incluso de que hubiera sufragio femenino. Después vino la búsqueda de lo ecléctico como parte del propio libro de estilo del propio programa que insiste en acercar a la juventud al Flamenco con flamenkito apaleao, como diría Juan Carlos. Al menos el Canijo de Jerez se acordó del Torta

Y qué decir de Luis el Zambo. En él recae la virtud del compás. Da alegría real y verdadera verlo cantar con un sello tan propio y tan personal que es marca de la casa, de la familia y de la saga de la que viene. Al baile Grilo hizo treinta cosas de Tomasito, pero no es Tomasito. Y también el mano a mano entre Vicente y Lela Soto. Padre e hija frente a frente gozando el uno del otro mientras los espectadores disfrutábamos de verlos recrearse. 

Ya para cerrar el artículo tendría dos formas: O hablar de lo que me faltó o hablar de lo que me hizo trizas. Me faltó mucho y por eso pido, ruego y deseo una temporada dedicada al cante, al baile y al toque de Jerez y de ella, una elegía en forma de documental para los que ya no están con el objeto de que la pléyade conozca y reconozca de una vez por todas que Jerez sigue siendo la capital del Flamenco, en el que además no se siente esa vergüenza de serlo, como sí ocurre en otros territorios donde miran de reojo, sino más bien al contrario, sacando pecho de lo que se es y se ha sido. Me quedo con lo segundo, con lo que me hizo removerme del sofá y ahí, si me permiten el atrevimiento, tengo que morir con Dolores Agujetas. Ya no es sólo por los segundos en los que cantó, porque los que estamos acostumbrados a que nos golpee con su voz ya tenemos el feo hábito de esperar a que nos hiera, sino con lo que dijo. “Entonces… ¿tú no eres flamenca?”, preguntaba Miguel Poveda a lo que contestó: “No, yo soy gitana”.

Me hizo trizas, se me erizó el vello y no pude reprimirme el ¡ole! (con “j”, seguramente). Además, añadió: “…Como mi cante”. Porque efectivamente, los verbos del ser y el estar habitan en sí mismos en ella. Lo es y lo está siendo y sintiendo por cada sílaba que proyecta con su voz. Y es ahí donde los soníos negros coquetean con lo primigenio, puro y genuinamente gitano. Ahí ya no puedes reprimir más. O se te eriza el vello o no, o se siente o no se siente, o se es y se está o nanai, o se canta gitano o no se canta gitano. No hay que darle tanto bombo ni tanta crítica exacerbada. La clase duró menos de dos minutos y le sobró tiempo a Dolores. “Por eso no soy flamenca, por eso soy gitana”, sentenció. Me dormí con una sonrisa en la cara, luego me acordé del capítulo anterior y ya me cabreé otra vez.

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