Se fue con el viento se fue,
se fue con el viento y lloré;
se fue y conmigo jugó,
como un barquito de papel.
Bendecida y sobrada del compás de Utrera, Bernarda Jiménez Peña —Bernarda de Utrera— nos embelesaba con cuplés por bulerías como este que encabeza el artículo. Justamente esa letra, la que suena en la memoria de mis ancestralidades, nos viene a decir que alguien usó el amor para jugar con el sentimiento de la contraparte.
Y es que el amor se puede sentir de muchas maneras. Verán, uno puede sentir amor por múltiples cuestiones y de muy diversas formas. Y es cierto que cuanto más ahínco le pones a según qué cosas, menos correspondidas pueden ser. O, al menos, no con la intensidad que esperas. Bien porque la contraparte no pone todo su empeño o bien porque el entendimiento, la comunicación —o todo un poco— no contiene lo que debería tener una relación sana. Qué sé yo.
En cualquier caso, a los gitanos, ese pueblo que conmemora 600 años de presencia en estas tierras, “se nos está rompiendo el amor”, como nos deleitaría Fernanda —Fernanda de Utrera—. Y no por no usarlo —como continuaba la letra—, sino porque vemos cómo se nos va 2025 a golpe de reconocimientos, mesas redondas, exposiciones, medallas… y poco más.
Por supuesto —y bendito sea Dios— que nos han llegado tales homenajes como pueblo invencible, que ha soportado las mil y una calamidades legislativas. Pero mucho me temo que estamos perdiendo una oportunidad en este Año del Pueblo Gitano según el Consejo de Ministros.
Los datos siguen ahí: el 66% de la población romaní ha sufrido antigitanismo en 2024, hasta ocho años menos de esperanza de vida y más de un 70% de población en situación de pobreza. Revisen, si lo desean, el último informe de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Comprenderán entonces que aquella letra que nos cantaba Bernarda o aquella otra que nos cantaba su hermana Fernanda las tome prestadas para hacer públicas mis preocupaciones ante lo que ven mis ojos.
Nos lo advertía el sociólogo Manuel Castells cuando explicaba aquello de las identidades. La que es validada, respaldada y legitimada es la que las administraciones públicas desean que sea. Mientras tanto, las identidades de resistencia —las que quedan en las casas de las minorías sociales, por ejemplo— son tratadas como el barquito de papel de ese cuplé por bulerías.
De esto se desprende que una identidad como la gitana no sea una cuestión de Estado. Sus problemáticas y su proyección cultural quedan reducidas a las políticas sociales —y dentro de ellas a modelos que responsabilizan a las oenegés—. Así se evita asumir responsabilidades políticas cuando nos llegan datos catastróficos que sonrojarían a cualquiera.
Por eso comprenderán que, en este 2025, sea todavía una quimera hablar de un reconocimiento constitucional de las singularidades étnicas que contiene la gitanidad. O que, por ejemplo, sea admisible que, para el 22 de noviembre, Día del Pueblo Gitano Andaluz, nuestro presidente vuelva a no asistir al acto institucional que se organiza desde hace algo más de quince años en el Parlamento. Nos entregó la Medalla de Andalucía, que se lo agradecemos, pero este año, por ser tan especial, nos hubiese gustado contar, como mínimo, con los máximos representantes.
Pero esto, como va de ausencias, pues el Ministerio de Cultura tampoco es que haya creado una dilatada agenda en torno a la conmemoración. Hablo del mismo Ministerio que, en el Día Internacional del Flamenco —ese atributo asociado a lo gitano en el extranjero, pero cada vez menos compartido en nuestra tierra—, dedicó un vídeo en redes sociales llamando al vestido de gitana, el más representativo de todo el país, “traje de faralaes”, en un alarde de clasismo elitista. De Nueva York a Pekín se sabe que ese traje es identidad, cultura, tradición y que, simbólicamente, recuerda a las gitanas de las ferias del ganado. Pero aquí, en el Ministerio que debería velar por la cultura de todo el país, se les olvidó llamar a cada cosa por su nombre.
Y más ausencias: ¿viste a muchos políticos autonómicos y nacionales hablar y alabar el flamenco en su día? Pues el 22 más de lo mismo. Ni pa’ un tuit. Entonces se entiende lo del barquito de papel de Bernarda. O el amor sin medida de Fernanda, porque cuando nos hablan desde identidades ajenas, pasa como le pasó a Albert Rivera hace ya unos años: el muchacho vino a felicitar el día del flamenco alabando a Rosalía cuando el tra trá. No a los Agujetas, Moneos, Terremotos y compañía, sino que supo bien a quién nombrar como máxima exponente.
¿Qué por qué? Porque “el flamenco debe evolucionar”, dicen los críticos. Y “los gitanos nos tenemos que integrar”, dicen los totalitarios. Entonces se explica que nuestra Consejería de Cultura nos pusiera, para conmemorar el día 16, una performance vanguardista de un señor con una careta — ¿de cerdo? — danzando sobre el escenario. Porque aquí cabe de todo. El exflamenco elitista va viento en popa. Los “puristas”, como nos llaman, lo gitano y lo jondo en casa. Maldito parné. ¿Entiendes por qué, después de desgitanizar, toca desflamenquizar?
Sin firmar un documento
sin hallar un previo aviso
sin hablarnos ni mirarnos
hemos hecho un compromiso
Esto también nos lo cantaba la reina de la soleá, Fernanda de Utrera. Búsquenle el doble sentido y sigan aplicándolo a la gitanidad, que, repito, no es cuestión de Estado ni forma parte de la agenda política diaria.
Luego entonces, ¿qué nos queda? Ya lo decía Remedios Amaya:
"Aunque me cambien los tiempos…".
