Concentración en protesta por el asesinato de Samuel.
Concentración en protesta por el asesinato de Samuel. GERMÁN MESA

Cuando busco entre mis recuerdos algunos momentos vividos durante mi infancia y mi juventud se me vienen muchos a la mente, pero hay algunas frases que parece que las tuviera grabadas a fuego. Como si de un tatuaje se tratara, los consejos de papá y de mamá todavía hoy los conservo con una tinta que parece imborrable. A veces eran sentencias y ante éstas, poco más podías hacer. Es el caso de aquella que venía a contrarrestar mis quejas ante la colaboración en el negocio familiar, que era la venta ambulante, pues como cualquier otro adolescente, yo también quería salir, recogerme tarde y no despertarme pasadas las once de la mañana de un domingo. La frase de papá literalmente decía: “Si eres hombre para salir de noche, eres hombre para trabajar por la mañana”. Ante eso entenderán ustedes que poco más podía hacer que cumplir con el cometido. Salir de noche y trabajar por la mañana…con gafas de sol.

Muchas de las frases de mamá también se me vienen a la memoria, pero hay una que además es universal. La consabida “si tus amigos se tiran por un puente, ¿tú también?” Entonces replicaba, pero la sentencia estaba hecha porque sabía que después de eso vendría el no rotundo ante algún plan con los amigos. Hoy los amigos, o al menos muchos de ellos están apuntando quizás con precisión sobre el caso del asesinato de Samuel. Responsabilizan a Vox de promulgar odio desde prácticamente su llegada a la política nacional, un odio que se ha pasado a las calles y con ello, incluso se ha llegado a alzar la mano frente a todo tipo de colectivos vulnerables. De hecho, el magistrado y portavoz territorial de Juezas y Jueces para la Democracia, Joaquim Bosch decía hace unos días que “las agresiones de odio han aumentado un 45% en los últimos seis años. Justo desde que se ha articulado un discurso público contra colectivos vulnerables”.

Es incuestionable que el número de agresiones homófobas, racistas e intolerantes está aumentando a un nivel insoportable, pues muchas de ellas ni siquiera se contabilizan en el informe anual sobre la evolución de los delitos de odio en España, ya que en muchas ocasiones estas cuestiones quedan sin denunciar. Por ello la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) nos llega a hablar de la infradenuncia, que “es del 80% entre toda Europa”. En este orden de cosas y ante este panorama en el que buena parte de la sociedad está deseando conocer el sexo y origen de aquellas personas que asesinaron a Samuel para posteriormente poder emitir juicios de valor a conveniencia, éste que les escribe aboga por profundizar, pues papá y mamá me lo enseñaron así. Por ello podemos decir que el armario que tenemos por sociedad se tambalea y cualquier día terminará por caer de forma estrepitosa.

Ciertamente el populismo no es baladí, pues es una estrategia tan antigua como efectiva en el que quien emite el mensaje lo hace precisamente a sabiendas de que hay quien está esperando escuchar justamente esa clase de argumentario, con ese tono y con esas malas ideas. Tampoco es nueva la extrema derecha, ni mucho menos. Aquí en España ha sabido ocultarse cuando ha sido necesario, habiéndosele permitido no sólo organizarse, sino que su mensaje se ha ido solapando hasta que ha llegado al Congreso, no al revés. Vox, al igual que otros partidos del mismo corte es el altavoz de esas líneas de pensamiento que permanecen en nuestro ADN, no queramos creer que habíamos avanzado tanto en términos de igualdad.

Hemos aguantado y soportado muchos mensajes de odio basados en el supuesto humor que tiene la homofobia y el racismo, pero los hemos defendido bajo la libertad de expresión. De hecho, cuando algunas voces discordantes dicen que el racismo, el machismo o la homofobia no hacen gracia les han llamado “ofendiditos” …y se han escrito ríos de tinta a izquierdas y a derechas.  Hemos aguantado al cuñado de turno hablar del “maricón ese”, “fulanita, que es bollera”, “el moro cual”, “la gitana tal” y no lo hemos parado, sino que incluso sin habernos gustado el tema, lo hemos aguantado, por cortesía quizás o porque hemos tolerado lo que en otras sociedades es intolerable. Aguantamos una tipología de mensaje que sin aparente odio va corrompiendo las mentes, que atraen los pensamientos y firman los actos.

Se trata por tanto de una espiral que comienza en el prejuicio, el estereotipo, la desconfianza, la sorna o el bulo, que vienen a ser los mensajes de odio y, posteriormente, nos llegan los delitos que acaban con la vida de personas que decidieron en su día salir de un armario no para que las metieran en un ataúd, sino para vivir en un país teóricamente libre. Por ello me reafirmo en creer que este clima no lo atrae la extrema derecha, sino más bien al revés. El odio que rezuma esta sociedad, que todavía permite tener entre sus magistrados a personas que validan los mensajes de odio xenófobos contra menores migrantes; una parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado que levantan las manos armadas a manifestantes pro LGTBI+  (con permiso de las autoridades) o esa parte de los medios que blanquean los propios argumentarios totalitarios, racistas, xenófobos, machistas u homófobos por unos cuantos clicks; es lo que ha atraído una corriente que poco a poco suspira más y más por Orban.

Por tanto, los ultraderechistas no son el único problema de este armario del que sólo vemos el armazón con el que llevamos conviviendo hace lustros. Lo es el sistema en el que se apoya este armario que cojea: una sociedad con unos tablones cogidos por dos puntillas y sin capacidad crítica, unos discursos donde los bulos pesan por encima de las realidades que caben en un cajón, una crisis social, económica y de valores que serían los tiradores y muy cerca de ellos, las mugrientas bisagras, que sería el sistema de ordenamiento jurídico en el ámbito de la igualdad de trato y no discriminación.

Y para finalizar, nos encontramos con un armario cubierto de un laminado basto, cutre y descascarillado que trata de envolver los problemas con el blanco mate, sin brillo alguno del que emanan esa parte de medios de desinformación masiva, sus tertulianos que saben de mecánica, fútbol, política y astrofísica y cómo no, hasta de justicia poética si hace falta. Por algo digo que al armario le faltan tornillos, que se cae por su propio peso. Y de él tienen muchos y muchas valientes que salir, vivir y relacionarse con toda la dignidad y seguridad que el sistema teóricamente ofrece. Un armario que también es étnico, no se les olvide, que la ecuación es la misma. El armario por cierto está ya descatalogado en tienda. Quizás por internet lo encuentre y por sus mensajes lo identifique.

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