“Nuestra hija Xana ha fallecido esta tarde a la edad de nueve años, después de luchar durante cinco meses contra un osteosarcoma”, anunció Luis Enrique el pasado 29 de agosto, meses después de dejar de ser seleccionador nacional de fútbol por un “problema familiar”. Sin más detalles. Desde que anunció la retirada —primero provisional y luego definitiva— del cargo, prácticamente todos los medios de comunicación respetaron el drama de una familia que estaba pasando por malos momentos. “Damos las gracias por todas las muestras de cariño recibidas durante estos meses y agradecemos la discreción y la comprensión”, añadía en su comunicado.
Hasta entonces nadie había informado sobre este asunto, a pesar de que muchos periodistas sabían de la enfermedad que padecía la hija del exseleccionador, que pidió respeto a los medios y éstos cumplieron. Una discreción que, en este caso, es de elogiar, pero que tristemente no se da muy a menudo. No ha habido que esperar mucho para comprobarlo. Pocos días después, la exesquiadora olímpica Blanca Fernández Ochoa desapareció y se desplegó un dispositivo de búsqueda que, finalmente, encontró su cadáver poco después. Antes de hallarse, muchos medios se lanzaron a publicar teorías sin fundamento sobre los posibles motivos de su marcha y, luego, hasta la “última hora” de los resultados de la autopsia. Una verdadera casquería mediática que contrasta con el caso de Luis Enrique.
¿Por qué? Es una pregunta difícil de responder. Se ha pasado del elogio a los medios por el respeto hacia una familia —la de Luis Enrique— a la vergüenza por la ausencia del mismo hacia otra —la de Blanca Fernández Ochoa—. Y todo en apenas unos días. Hasta uno de los hijos de Blanca fue portada de un periódico mientras lloraba desconsoladamente por la pérdida de su madre. Es difícil imaginar qué sintió cuando se vio, descamisado, y llorando a lágrima viva en una fotografía que estuvo en los kioskos de todo el país. El morbo camuflado de información infringiendo un dolor adicional —y gratuito— a la familia.
El bochorno alcanza en ocasiones tal magnitud que hasta familiares de víctimas de asesinato, como los de Diana Quer y Gabriel Cruz, han pedido públicamente a los medios que respeten su intimidad. ¿De verdad hace falta que lo pidan? No debería, pero desgraciadamente, sí. Juan Carlos Quer tuvo que pedir a un programa de Telecinco que no emitiera un vídeo con la reconstrucción del crimen, ya que servirá de prueba en el juicio. El vídeo finalmente no se publicó, pero faltó poco.
Patricia y Ángel, padres de Gabriel Cruz el pescaíto, hasta han iniciado una recogida de firmas para pedir a los medios “el cumplimiento del código deontológico” durante la celebración del proceso judicial. Además, piden que no se produzcan filtraciones del juicio que se celebra estos días contra Ana Julia Quezada, la asesina confesa de su hijo. Hasta reclaman que no haya un “tratamiento sensacionalista y morboso” del tema. Ya dieron ejemplo cuando se conoció el triste desenlace de la desaparición de su hijo, pidiendo que la rabia mostrada contra la asesina confesa “se transforme en mandar un pescaíto al mundo diciendo que creemos en la buena gente”.
Mucho me temo que sus peticiones no serán atendidas. Espero equivocarme.
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