¿Por qué en política no se habla de cultura?

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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¿Por qué los políticos no hablan de cultura? Esta pregunta lleva rondándome la cabeza desde hace ya bastante tiempo, pero mucho más en las últimas semanas.

¿Por qué los políticos no hablan de cultura? Esta pregunta lleva rondándome la cabeza desde hace ya bastante tiempo, pero mucho más en las últimas semanas. ¿Por qué en política no se habla de cultura? Y con hablar de cultura no me refiero al ir a inauguraciones, a presentaciones, a estrenos…me refiero a Cultura con mayúsculas. ¿Por qué no se habla de cultura?

No puedo entender que dos de las cuestiones más importantes de un pueblo, de una sociedad, sean dos de los apartados que antes se tocan en periodo de crisis. Me refiero a la cultura y a la educación. Cultura y educación son los dos pilares sobre los cuales se construye la sociedad (sí, esa sociedad que cuestiona, por ejemplo, que acojamos refugiados); son las dos patas fundamentales sobre las que se superponen todas las demás. Ambas son las culpables de conformar los valores de nuestra sociedad y de configurar algo tan importante como nuestra concepción del mundo. No es cualquier cosa.  

Y hace mucho tiempo que hemos perdido el norte completamente en este asunto: cada vez vamos hacia una sociedad más instrumentalizada, más materialista, más individualista, en la que la economía prima sobre todos los factores, alejándonos cada vez más de lo esencial, de la pureza, de la abstracción y de lo abstracto, cada vez nos alejamos más de la verdad de la vida- que es vivir- de los sentimientos, de los valores, del compartir frente al individualismo extremo al que estamos llegando, de la idea de comunidad, de lo colectivo, de la idea de lo público: de cuidar y mimar lo público -porque lo público es nuestro, es de todos-. Este individualismo feroz que nos está consumiendo y esta corrupción institucionalizada no son cuestiones gratuitas ni han llegado de la nada; esta corrupción sistémica, este expolio del patrimonio público, esta pasividad flagrante de nuestra sociedad, esta desalmada manera de actuar, de vivir…la pérdida total y absoluta de valores. La respuesta de por qué hemos llegado hasta aquí es sencilla: Cultura y educación están castigadas en el sótano de nuestras instituciones. La eliminación del Ministerio de Cultura es un ejemplo de cómo nuestras instituciones ningunean a la cultura.

Hablando de crisis, se dice que la culpa de nuestra situación actual proviene del boom del ladrillo, de la especulación urbanística. El otro día, en una agradable cena con amigos en la que surgió este tema, uno de ellos dijo que “en los 90 tuvimos la especulación urbanística, y ahora estamos viviendo la especulación turística”. Esta afirmación me hizo asentir con la cabeza. Estaba totalmente de acuerdo. En nuestro país, y sobre todo en nuestra comunidad, nos jugamos el desarrollo y el futuro de un pueblo a una sola carta. Y nuestro país ha sido condenado a la carta del turismo, tanto en los 90 como ahora en la actualidad, porque realmente las dos formas de actuar vienen de lo mismo: nuestros gobernantes, un buen día, pensaron que España era estupenda para que los extranjeros vinieran aquí a descansar, a ponerse morenos, a comprarse casas y a comer y a beber. Ese es el turismo que se fomenta. Ese es el patrimonio que se explota: el turismo de sol y playa y el turismo de baja calidad. Y es por eso por lo que abren tabancos y cierran teatros.

¿Para qué invertir en turismo cultural si salimos a la calle por la noche y vemos todas las terrazas llenas? Tenemos largas filas de veladores, terrazas y terrazas a rebosar que inundan las aceras, casi sin apenas dejar espacio para pasear, mientras que tenemos teatros vacíos y gente de la farándula trabajando en la hostelería, que es lo que da de comer. Lo del teatro es para bohemios.

Pero claro, todo esto no importa. En política, hablar de cultura no es importante. Aquí sólo importa la economía. El cómo se obtenga o de dónde provenga el dinero… ¿qué más da? Casi, casi que nos da igual, y, si nos molesta, miramos hacia otro lado.

Y así seguimos. Mientras que en nuestra ciudad no paran de abrir bares, se disuelve la Fundación Villamarta por mala gestión y una clara intencionalidad de privatización por parte del gobierno anterior, aparte de la dejadez política y la poca relevancia que se le ha dado a la institución en los últimos meses; y La Zaranda, una de las compañías más importantes de nuestro país, cambia su sede: abandona Jerez y se marcha a Madrid. Quizás allí le hagan más caso las instituciones. Y para mayor dolor, le quitan el nombre de “Teatro inestable de Andalucía la Baja”.

Dos lagrimones y vergüenza eterna deberíamos sentir ante tales circunstancias. Una vez más, asistimos al expolio del patrimonio cultural y del patrimonio público. Y nadie dice nada.

Pero sigue dando igual. Todo esto no importa. La cultura es cosa de bohemios, de gente de la farándula…Quizás La Zaranda no llene terrazas, pero alimenta las almas y construye valores. Pero no pasa nada, no hace falta hablar de cultura para el futuro de Jerez. A nuestros gobernantes sólo les interesa el dinero. Lo de construir una base sólida sobre la que edificar es indiferente. Después, ocurre que hay una pequeña crisis y se nos cae encima el edificio. Es el peligro de jugar todo a una carta: apostarlo todo a conseguir un patrocinio o apostarlo todo en el turismo de sol y playa…Mientras tanto, el magnífico y amplísimo potencial cultural, el patrimonio extraordinario que tenemos, sigue ahí lleno de telarañas.

El caso del Villamarta y el de La Zaranda son dos casos más dentro del desolador panorama de la cultura en nuestro país. Podemos seguir enumerando: el IVA al 21%, la precariedad laboral de los artistas, la penuria de ir a taquilla -sí, ir a taquilla en esas salas que se quedan vacías mientras que las terrazas de los bares están llenas-, grupos que están seleccionados para representar a su país en mercados internacionales y a su país no le interesa impulsarlos, subvenciones que son cada vez menos y que llegan siempre a los mismos, convocatorias opacas y circuitos públicos inaccesibles a los pequeños y medianos grupos del sector cultural, derechos de autor, entradas cada vez más caras (hay que subir el precio porque el IVA al 21% las hace insostenibles), el desamparo de los grupos desconocidos frente al monstruo de los productos culturales comerciales -que son los únicos que sobreviven con las condiciones actuales- y así tenemos un rizo que se riza cada vez más sobre sí mismo y lleva a que, finalmente, el mundo cultural esté regido por la ley de la jungla y que los que se dediquen, o intentemos dedicarnos, a ello, seamos meros supervivientes de él.

Y mientras tanto, cada vez que haya una crisis, tendremos la justificación perfecta: seguiremos recortando en cultura y en educación, seguiremos poniendo trabas y exprimiendo a estos sectores, seguiremos impidiendo que el futuro se construya hoy con unas bases críticas y sólidas, y así, aparte de ser pobres hoy, seremos pobres mañana. Y lo peor de todo: seguiremos siendo pobres de espíritu.

Y en definitiva, ¿por qué los políticos no hablan de cultura? Porque no les interesa que exista una sociedad crítica, empoderada y pensante que pueda decirles alto y claro que son unos mediocres.

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