Un simpatizante de Adelante Andalucía porta una bandera blanca y verde durante un acto celebrado en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
Un simpatizante de Adelante Andalucía porta una bandera blanca y verde durante un acto celebrado en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA

Preocede recordar que el concepto Poder Andaluz fue un término acuñado desde las posiciones de un andalucismo político, alrededor de los prolegómenos de la muerte del dictador. Enarbolado durante todo el crucial y rupturista proceso estatutario andaluz, vino a dar cuerpo a ese Ideal que esbozara Blas Infante a lo largo de sus años; pero, muy especialmente durante el instante constituyente de la segunda experiencia republicana. En aquellos años, el reaccionario invento del Complot de Tablada vino a dar al traste (más allá de su programa netamente revolucionario por profundo, confederal por descentralizador, vitalmente republicano y articulado siempre desde lo andaluz), con las posibilidades de un régimen inédito redimido desde los territorios que conforman el Estado. El renacer de la aspiración andalucista, muy especialmente intensa y vital durante el sexenio pro autonómico, quiso aportar a los andaluces y andaluzas la necesidad de una opción política propia capaz de representarlo en todas aquellas instancias que fuese necesario. No en vano, Poder Andaluz como consigna histórica, fue el lema del último congreso de Izquierda Andalucista en un intento por recuperar y actualizar relatos que, para este pueblo, sigue siendo tan necesarios por razones de todos conocidas y, sobre las que no hace falta insistir mucho en tanto se han acrecentado con esta pandemia.

Si bien las dos primeras experiencias tuvieron unos resultados diferentes y dispares; aún exitosos en algunos de sus extremos, nadie podrá dudar que nos encontramos ahora ante una tercera ola andalucista que, como el levante, implica vientos y cambios. Es en ese único contexto, donde entiendo que cabe situar las absurdas acusaciones de transfuguismo hacia el grupo de parlamentarios andaluces que lidera Teresa Rodríguez, y ante el que indico es el que nos sentimos representadas formaciones como Primavera Andaluza o Izquierda Andalucista que, por cierto, también formamos parte de Adelante Andalucía (véase la papeleta electoral) y, ni siquiera hemos sido consultados. Unos hechos donde nuestra presencia ha sido intencionadamente omitida por la portavoz acusadora y su coral de voces partidistas. Y, de paso, nuestro trabajo integrador y respetuoso.

Quienes vivimos las inútiles dos rupturas andalucistas, observamos en su día con sincera alegría el abrazo de Pablo y Teresa como un síntoma de lo que entendíamos era otra forma de hacer política, en la medida que es más lo que nos une que lo que separa. Sin embargo ahora, la manifiesta deslealtad parlamentaria de IU se quiere ahora compensar con los viejos reproches de falta de unidad en la izquierda. ¿Recuerdan aquello de la casa común? Es más, ¿alguien cree todavía que la izquierda en su conjunto no se perjudica con estas batallitas de políticos cuarteleros cuando la sociedad andaluza mira con sus necesidades a otro lado?

Dicho esto, estoy convencido que el trabajo de IU no se ha realizado para Podemos Andalucía ni para Unidos Podemos: lo hace para ella misma. Para establecer un escenario de poder parlamentario donde controlar con la agrupación más importante del Estado, al territorio de más aporte de parlamentarios. IU se sabe eclipsada en UP y eso, en el ámbito local del que me callo ejemplos, le resultará todavía más perjudicial. Con ello, nadie podrá acusar a ningún representante de Izquierda Andalucista de haber echado gasolina en esta crisis. Todo lo contrario. Precisamente, en el seno de los órganos de coordinación de Adelante Andalucía es donde hemos invocado diálogo y consenso. Siempre… hasta que llegó la traición.

Hace unos días, el Coordinador en Jerez de IU y, pese a todo, buena gente y amigo; se expresaba en este mismo medio dando su singular versión a los hechos. Con poco pudor se arrogaba para UP lo que él llama “proyecto socialista de perfil andalucista”, arrinconando a su vez una “revolución permanente” como la denominaba, al cajón más de la historia más inútil. En realidad, se trata de no aceptar las incongruencias de un régimen constitucional, cuyo devenir en el tiempo ha sido incapaz de corregir sus defectos, solventar lagunas o, tan siquiera, dar cuerpo de una naturaleza jurídica y política propia del siglo XXI a las expresiones mismas insertas en su articulado. Dicho de otra forma, ¿reformas o escenario constituyente? Porque, desde luego, tanto pin republicano y antifascista -imagino y confío- no será algo meramente estético.

Hubo un tiempo donde el PCE solicitaba a los andaluces que no le faltara su voto a la bandera andaluza, donde desde el manifiesto de las amapolas se le demandaba a Andalucía “un impulso político mayor y una fuerza política capaz para hacerlo avanzar”, que reclamaba un “alianza social para imponer otra política”… y en donde el “programa, programa, programa…” del tan respetado como recordado, Julio Anguita cual Ulises resistente, batallaba una ilusión de firmeza y alternancia frente a los cantos de sirenas que, elección tras elección, seducían a los líderes de su propia formación que eran incorporados a la gran inmobiliaria socialista. Hoy el reformismo se traduce en recursos, la utopía en posibilismo y la convocatoria por Andalucía en una parada del metro de Madrid. Dicho así, ¿quiénes son los tránsfugas políticos?

Porque una cosa hay cierta, mientras que algunos hemos procurado el divorcio amistoso y el abrazo más leal, otros han aportado pública leña y fuego a esta hoguera inquisitorial. Han creído ganar veracidad con titulares. Incluso, votando para ello sin pudor alguno, con la ultraderecha neofascista. Usando con ellos, sus argumentos más reaccionarios para ridiculizar la existencia del propio autogobierno andaluz y su identidad. Reduciendo los valores constitucionales de nuestros 4D y 28F a ser meras sucursales del gobierno central. Algo que ya, en sí mismo, es tremendamente sospechoso en términos de estrategia política y que tendrán que justificar ante sus propios votantes. Unos y otros lo han expresado con claridad: pactar con el PSOE en las próximas elecciones y repetir en Andalucía el modelo existente en Moncloa.

Y es aquí donde quiero llegar. Más allá de ruido mediático creado por esta fractura que bien sabe alimentar y airear la derecha para sus intereses, estoy convencido que no está en juego el liderazgo de Teresa Rodríguez ni de Adelante Andalucía, ni siquiera de Anticapitalistas, Izquierda Andalucista o Primavera Andaluza. Lo que en verdad se desea marginar es la aparición de una propuesta netamente andaluza que ponga de manifiesto las contradicciones de éste u otros gobiernos. Pero hacia éste, con tanta lealtad y sinceridad si es que dicen ser de izquierda. Dudo si tan nueva como algunos pregonan. Ese es el meollo de la cuestión, ese es el centro del debate abierto; ese y no otro, es la cuestión política con mayúsculas. La clave es evitar un Poder Andaluz. Lo demás son meras milongas para convencer o distraer a una militancia hooligans, evitando así tener que justificarle la odisea en la que se embarca: que su posición política venga a coincidir con la unos extraños amigos y tras oscuros acuerdos.

A la fecha donde escribo estas letras desconocemos las reclamaciones territoriales que se ha realizado para Andalucía en los presupuestos del Estado una vez acabó el plazo de enmiendas. Frente a ello, nuestra tierra posee diez de los quince municipios más pobres y, cuatro son los barrios andaluces que se encuentran entre los más depauperados de España. Así las cosas, la mera insinuación de respaldo a los presupuestos andaluces es un insulto a todos los votantes de izquierda sean del partido que sean. Eso sí que es quemar unas siglas; eso sí que es restar fuerza a la izquierda desconcertando a su electorado.

Pese a todo, lo sucedido, aún de la peor manera, ha venido a despejar el patio y eso es positivo. Ha marcado distancias y establecidos prioridades, todavía con el ciudadano de a pié ausente de este perverso solitario. Afortunadamente, en todo este río revuelto los letrados del Parlamento de Andalucía han mostrado sensatez y cordura para no convertir en prevaricación una expulsión arbitraria. La maniobra, tan chabacana como prepotente, ilegal e ilegítima, se ha dado de bruces con la realidad y, el prorrogar su decisión manifiesta que no todo está tan claro como algunos desearon. Capaces son de maniobrar en Madrid -de nuevo Madrid- para remendar un Pacto Antitransfuguismo que no se reunía hace diez años y, querer, sin mayoría, añadirle una enmienda para aplicarla con carácter retroactivo y exprofeso al caso andaluz. Todo es posible en un mundo donde hay quien se proclama presidente de gobierno en plena manifestación, se inventan golpe de estado o no se quiere reconocer que se ha dejado de ser presidente. Cosas veredes.

Cada vez somos más los andaluces y andaluzas incorporados por sentimiento, razón y vocación a esta nueva ola de andalucismo que nos llega. Como un tsunami, emerge ahora un andalucismo como proyecto integral y vital, aletargado en tantos años de sistema socialista, y que tiene traducción en una necesidad política: Poder Andaluz. Lo temen tanto la derecha como la izquierda. En los albores de su centenario una formación política de tanta importancia política contemporánea como es el PCE, vital para el antifranquismo, no debería convertirse en un PSOE 2.0. Me atrevería a decir que puede ser el giro más conservador de toda su densa historia.

Este es el dilema: entre un regionalismo tecnócrata y conservador de la derecha que gobierna Andalucía, existe una izquierda centralista que apoya el gobierno y que, lo que reconoce a otros pueblos lo niega para Andalucía. Entre uno y otro Izquierda Andalucista impulsará siempre la defensa de un Poder Andaluz inclusivo con todas aquellas formaciones y demás sociedad civil que quieran sumarse. Parafraseando al propio Blas Infante, la izquierda centralista es la verdadera separatista. Aquella que no reconoce la pluralidad de los pueblos de este Estado. Viva Andalucía Libre.

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