Sobre la verdad

Cuando este momento sucedía, se me abalanzaban mis verdades a mis fondos sonámbulos. Estas verdades venían a mí con esa sonrisa melancólica que los poetas palestinos hablan, desde hace siglos, en sus versos

19 de junio de 2025 a las 09:27h
Ilustración de Sarmen Guerre.
Ilustración de Sarmen Guerre.

Cuando la veas caminar hacia ti, lo sabrás me sentenció mi madre. Fuera, en el llano, los grillos explotaban para iluminar el carril de los gitanos. Eran cientos de planetas rojos, vivientes, pregonando el calor de junio. Los grillos conocen nuestro destino desvelan las ancianas de los pueblos encalados. Me pasa con tu padre, desde siempre. Lo veo venir y se me cambian los pulsos disfrutaba mi madre María contándome su verdad. Y enredada en su alegría, yo dejaba caer mi cabeza en la mesa para que ella me acariciase el pelo. No tenía que pedírselo. Era cerrar los ojos y sentir el peso dulce de su mano sobre mis sueños. Qué pelo más negro tiene mi niño. A quién habrá salío. Y mi madre se lo preguntaba cuando venía de la pupila de la hormiga.

Cuando este momento sucedía, se me abalanzaban mis verdades a mis fondos sonámbulos. Estas verdades venían a mí con esa sonrisa melancólica que los poetas palestinos hablan, desde hace siglos, en sus versos. La alegría nace en el alma podría susurrarnos el gran Darwish. Esas muchachas de cien rostros y adolescencias aún por explorar llegaban a mis sueños con esa alegría escondida que dibujan en sus caras los perdidos en un desierto tras vislumbrar su oasis de agua y dátil. Agua me piden los espíritus que nunca supieron cómo amar. Agua tengo de sobra les calmo mientras mantengo los ojos cerrados.

A La Blanqui le gustaba descansar en mi regazo. Apenas ponía sus patas sobre mis piernas y se abandonaba a mi suerte, agarrándose a la vida con un hilillo de aire que dejaba filtrar entre sus afilados colmillos. En ocasiones, yo me introducía en sus sueños y me veía con siete vidas para poder amar siete veces. Nos bastaría leche y pan para ser felices. Es así como alimentan a los gatitos moribundos.

Fuera de mis verdades sonámbulas, los muchachos morían desangrados con la heroína en el callejón del río Ter. Fuera de mí, la guerra de Bush le sacaba la sangre a miles de iraquíes inocentes. Fuera de mi corazón, sólo había oscuridad.

Niño susurraba mi madre para despertarme, para sacarme de la luz. Y los aviones de la gran guerra que yo había estado pilotando mientras dormía, aterrizaban de golpe en los campos de Cuartillos. No me importaba porque había tenido tiempo de sobra para dejar lo que más amaba en su lejano continente. O ese coche descapotable rojo, ese mismo que conducía hacía El Rocío para llevar a mi amada de diez años a la casa de sus padres, se quedaba parado sin la gasolina de mis ensoñaciones. Niño, vete a la cama. Mi boca caliente, al despertar en la mesa del salón, me sabía a picón. Un hilo velado de mi propia saliva terminaba, casi siempre, enjuagando mis mejillas. Así saben mis verdades.

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